Carta Editorial

El trámite de declarar la muerte presunta de alguien toma al menos cinco años y una cantidad de gastos que llega a ser incosteable para muchas familias.

Se registró la desaparición de 2,682 personas. Este es el dato solo de 2018. Y es una cantidad que no se puede calificar de fiable. Quizá sean más. Pero El Salvador es un país que se ha negado a reconocer esto en su justa medida, se ha negado a admitir que es un problema que afecta a demasiadas familias cada año. Ningún Gobierno ha querido acercarse a ellas con una propuesta a la altura de su dolor, de su angustia y de su vulnerabilidad.

Para empezar, ha hecho falta la creación de un delito que se ajuste a las circunstancias en las que este fenómeno ocurre en la actualidad. Lo que no se nombra no existe. En este caso, eso que carece de categoría legal no es solo un número ni es solo un proceso, son personas.

Esta falta de conciencia de parte de los poderes del Estado no solo atropella los derechos de las personas en paradero desconocido. Se lleva de encuentro también a las familias de ellas que, sin poder hacer un luto y sin poder confiar en que las autoridades hagan una investigación adecuada, tienen que, encima, encontrar energía para honrar los compromisos económicos que haya adquirido la persona de la que no se sabe nada. Quién puede vivir en medio de tanta incertidumbre.

El trámite de declarar la muerte presunta de alguien toma al menos cinco años y una cantidad de gastos que llega a ser incosteable para muchas familias. Porque en esos cinco años no tienen derecho sobre los bienes del desaparecido y están obligadas a seguir pagando por sus deudas. Y, pese a lo delicado de la situación en la que cada año caen más y más familias, el tema no es parte de las agendas institucionales.

La de hoy es la cuarta entrega que dedicamos a las personas desaparecidas y su círculo cercano. Durante 2019, hemos dedicado el último domingo de cada mes a configurar las razones por las que todo esto ha quedado excluido de la discusión de país. Van cuatro y todavía nos queda mucho dolor y mucha injusticia por cubrir.

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Séptimo Sentido

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