Carta Editorial
Ella, su trabajo sin aspavientos, se han convertido en inspiración y modelo a seguir.
Pocas veces el país se queda tan pequeño como cuando se intenta retratar la búsqueda de alguien por desarrollar un talento relacionado con las letras. Faltan escuelas y visión para apreciar y hacer crecer estos talentos. Y más adelante, para conseguirles un digno espacio en una sociedad adulta.
La presunción generalizada es que alguien que se quiera dedicar a las letras debe sufrir. Y la principal manera de tortura es la de la casi total ausencia de remuneración por una ocupación que exige preparación, mantenimiento y habilidades especiales. Y, si es mujer, surgen más riesgos y se reduce la ventana del éxito.
No han sido pocos, sin embargo, los talentos que han asumido el reto y han buscado abrirse una brecha. En ese recorrido, a muchos, aunque se les reconozca su calidad, todavía queda pendiente hacerles práctico su arte. Permitirles vivir de lo que les gusta hacer, que es algo que pensamos tan normal, lógico y esperado para alguien que se siente médico o para alguien que se siente abogado, ingeniero, piloto de avión (al margen de lo que la crisis le haya hecho a los sueldos de estos profesionales). No para un poeta. Para el poeta se destina el hambre, para que en ella regodee su obra más sentida.
Por esta razón se vuelve tan importante la figura de Louise Glück. De ella, La Academia de Letras de Suecia señaló: “por su inconfundible voz poética que con austera belleza universaliza la existencia individual”. Y le adjudicó el Nobel de Literatura.
El reconocimiento, la atención, la historia son piezas importantes en esto. Pero que una niña crea que puede consagrar la vida a crear obras inagotables a las que se pueda regresar una y otra vez para descubrir siempre una nueva sensación tiene un valor incalculable. Ella, su trabajo sin aspavientos, se han convertido en inspiración y modelo a seguir.