Carta Editorial
Esta entrega nos muestra que hay personas dedicadas a ofrecer puentes para que el daño no se instale como permanente y no acabe ocupando un espacio que debería
estar dedicado para la vida.
Da un poco de pena admitirlo, pero el tema del reportaje con el que abre esta edición sorprende y mucho. Es una historia que, tristemente, no suele verse con frecuencia. Los relatos en los que se habla acerca de soluciones deberían ocuparnos más y sorprendernos menos. Así que vale este reconocimiento de culpa por no disponer más los ojos a descubrir los esfuerzos de los demás para, en medio de este caos, saber encontrar esperanza.
La periodista Valeria Guzmán cuenta cómo desde el arte y el contacto con animales se pueden restaurar tejidos físicos y emocionales a los que de otra forma no se podría llegar. Este es un país en el que, de una u otra forma, todos estamos rotos. Y desde el periodismo solemos dedicarnos mucho a ver, investigar y escuchar qué es lo que nos rompe. Pero no se nos hace habitual enfocarnos en la etapa que sigue: ¿qué podría remendarnos?
Esta entrega hace más que mostrarnos que hay menores de edad víctimas de abuso o que hay menores de edad sin acceso a los tratamientos que necesitan. Esta entrega nos muestra que hay personas dedicadas a ofrecer puentes para que el daño no se instale como permanente y no acabe ocupando un espacio que debería estar dedicado para la vida.
Exponer estas actividades es una manera de pedirles a quienes las ejecutan que, por favor, no paren. Que no se den por vencidas pese a lo malagradecidos que podemos llegar a ser. Lo que hacen es importante no solo para las personas que reciben sus terapias. Es importante para todos, porque hace falta entender que estamos conectados y el avance de un niño que antes no podía acercarse a los animales y ahora les da de comer es estimular la fe en que podemos llegar, algún día, a ser un país empático.
Gracias por seguir.