Carta Editorial

Clientes a los que no se les cumplió y empresas pequeñas o medianas incapaces de hacer frente a compromisos es lo que abunda en la reapertura económica.

En una situación de emergencia, las personas tienen derecho a cometer equivocaciones al calor de la improvisación, del pánico. Los gobiernos, sin embargo, no tienen ese margen. Los gobiernos deben seguir protocolos, guías. Deben actuar no solo para el hoy, sino que con proyección. Deben calcular al centavo el peso de sus decisiones. Porque las mismas afectan a mucha gente.

La pandemia por covid-19 vino a poner a prueba todo. Pero, más que nada, vino a poner a prueba esa capacidad de cálculo de las instituciones. Esta no era solo una crisis por riesgo sanitario. Atravesaba muchas más esferas de manera igual de vital, como la educativa y la económica.

En esta última, el resultado que se va viendo es bastante oscuro. La falta de regulación hace que los procesos de reapertura sean desordenados, ansiosos y llenos de choques. No hay una guía acerca de cómo dirimir conflictos entre, por ejemplo, los derechos de clientes y los de los empresarios, cuando, en ambos casos se está en una situación de desventaja.

La periodista Doris Rosales ha hecho para esta edición un seguimiento a los casos de esas empresas que no tenían ningún fondo de emergencia del cual echar mano para hacer frente a la crisis. Estos negocios de subsistencia representan una parte importante de la economía y ha recibido un golpe de gran impacto.

Clientes a los que no se les cumplió y empresas pequeñas o medianas incapaces de hacer frente a compromisos es lo que abunda en la reapertura económica. A escala mundial, los expertos han sido muy apocalípticos para describir lo que viene detrás de la pandemia. Aquí, la historia no pinta lejos de eso, con el agravante de que no hay rumbo definido. Hace falta entender y asumir que los problemas que los gobiernos están llamados a resolver no son solo políticos.

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