Carta Editorial

Angélica es una más de las miles de víctimas de desplazamiento forzado. Ese fenómeno imparable que el gobierno anterior se negó por años a reconocer.

La patria es Angélica que huye. Es ella que tuvo que enterrar en prisas a dos hijas asesinadas por pandilleros. Bajo el cielo azul y blanco al que refiere nuestra bandera, también están los otros hijos de Angélica. Ellos que apenas sobrevivieron y que ahora no tienen nada. No es una metáfora. Se quedaron sin un lugar para volver. Ahora que repitamos las imágenes del escudo, de los escolares marchando, de ese “Dios, unión, libertad”, deberíamos pensar en ella, en ellos, en todos.

Angélica es una más de las miles de víctimas de desplazamiento forzado. Ese fenómeno imparable que el gobierno anterior se negó por años a reconocer. Al hacerlo, sin embargo, tampoco desencadenó una reacción que alcanzara para que a Angélica y a sus hijos les mejorara aunque sea un poco la vida. Ellos siguen condenados a huir por siempre.

Ellos son país. Uno que no aparece en las exaltaciones del día de la independencia y que más aparece acá, en estas páginas de domingo que no siempre son la lectura relajada para este día.
Este reportaje de la periodista Wendy Hernández tuvo que ser hecho en prisas. Angélica accedió a contar todo lo que le ha pasado a ella y a su familia solo porque por fin encontró un camino para largarse y dejar todo atrás. Habló hasta pocas horas antes de decir adiós.

Así que lo que queda en estas páginas es un relato de frustración, de eso de lo que está lleno el cuerpo cuando ya no hay opciones viables para respirar. Angélica no ha sido la primera en esta ruta. Ni va a ser la última, si seguimos como hasta ahora. Angélica es una de las pocas a las que les podemos escuchar la voz solo gracias a la ausencia, a ese vacío que ya dejó. Ella ahora tiene que ser patria en otro lado.

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