Carta Editorial

En esta serie de entrevistas con los trabajadores indispensables nos hemos acercado mucho a la situación, muchas veces precaria, en la que los docentes realizan su trabajo.

La labor de los docentes en este año tan atípico ha sido desgastante. No hay duda de que estas personas han sostenido el sistema educativo como han podido y, así, también han pagado el precio. No ha sido solo hacer suyo el compromiso de preparar las clases, sino que también el de ir caso por caso, alumno por alumno, revisando si tienen o no tienen algo para conectarse, posibilidad de imprimir una guía, y asesoría suficiente para completar todas las asignaciones.

En esta serie de entrevistas con los trabajadores indispensables nos hemos acercado mucho a la situación, muchas veces precaria, en la que los docentes realizan su trabajo. Una de ellas es Carmen García, quien, con 37 años de experiencia, cuenta que nunca sintió tanta incertidumbre en su trabajo como ahora, en estos tiempos de pandemia. Su voluntad, su creatividad y su sensibilidad para no abandonar y para seguir modelando los procesos de aprendizaje de sus niños son, simplemente, inspiradores.

Lo que García hace todos los días para evitar que los niños se le escapen a la educación impresiona, conmueve. Pero esto no puede ser razón para dejar de ver que el sistema está mal. Está mal porque abandona, porque no integra, porque no responde de manera equitativa a las necesidades variadas que tiene el alumnado. Estos, como manifiesta García, son tiempos de desasosiego que van a dejar cicatrices en el aprendizaje y en las emociones. Cuando ella enseña, no solo lo hace con base en lo que viene en las guías escolares, también lo hace desde la resiliencia, desde la capacidad de superar las dificultades. Y este es un esfuerzo de docentes y de estudiantado que debería obligar a la revisión de un sistema que hace rato quedó obsoleto.

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Séptimo Sentido

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