Carta Editorial

La enfermedad no es todo a lo que se le teme por ahora en los hogares salvadoreños. Ahí están las deudas, las pérdidas, el desempleo que quitan el sueño.

Exigir que se ejecuten medidas económicas no es solo hablar de la gran empresa o de ganancias millonarias. Lo que sostiene los ingresos de miles de familias en El Salvador tiene más que ver con la mediana y pequeña empresa. Y estos generadores de ingresos, que sirven para poner comida en la mesa y para pagar servicios básicos, se están extinguiendo.

La puesta en marcha de acciones para reducir las posibilidades de contagio por covid-19 está transformándose en una tragedia económica. El dueño de una florería, la propietaria de un salón de belleza, una vendedora de billetes de lotería, la emprendedora que hace poco abrió un comedor todos se encuentran, ya mismo, en una situación de la que no va a ser fácil salir.

El periodista Stanley Luna cuenta en este reportaje a qué sabe esta desesperación. De lo que están llenas estas personas ahora es de inestabilidad e incertidumbre. Y no es porque no se hayan esforzado. Antes de que todo esto pasara, estas personas habían trabajado por asegurarse de un medio para sobrevivir. Y lo que se los quitó de repente no fue solo la pandemia de covid-19; fue, más que todo, la elección de estrategias incompletas muy centradas en cercar el virus, pero que no fueron pensadas para integrar medidas que buscaran proteger, a la vez, el patrimonio de las personas.

La enfermedad no es todo a lo que se le teme por ahora en los hogares salvadoreños. Ahí están las deudas, las pérdidas, el desempleo que quitan el sueño. Esta, se entiende, es una crisis sanitaria, sí, y debemos ser responsables y cumplir con nuestra parte para protegernos. Pero las consecuencias no se quedan ahí. Sería miopía verla solo como eso.

Hoy más que nunca es necesario tener en cuenta que, con hambre, no hay medicina que funcione.

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