Carta Editorial
Cuando alguien es retornado a su país de origen, por lo general, los problemas por los que esta persona decidió, en un principio, migrar siguen ahí mismo, justo en donde los dejó.
Este pueblo migra desde siempre. Y no siempre sale bien. Llevamos décadas expulsando gente y, a estas alturas, los mecanismos para recibir a quienes no lo logran no funcionan con celeridad ni de forma universal. Mientras que a algunos los recibe una comitiva de funcionarios que hacen entrevistas, a otros no los acompaña nadie en ese complicado momento de regresar.
Entre el ya vulnerable grupo de personas que regresan después de un intento por llegar a otro país a establecerse, hay algunos cuya situación está todavía más complicada. Son las personas que han sufrido accidentes y han tenido que pasar por un proceso de amputación.
La periodista Wendy Hernández cuenta en esta edición cuál es el impacto de no tener políticas que sean funcionales para dar atención médica y en salud a quienes pasan por esto.
Las implicaciones son devastadoras. Cuando alguien es retornado a su país de origen, por lo general, los problemas por los que esta persona decidió, en un principio, migrar siguen ahí mismo, justo en donde los dejó. Esa persona, sin embargo, ya no es la misma. Aparte de la deuda, regresa con un problema más al que tener que hacerle frente.
En historias como la Gilberto se hace muy obvia la ausencia de sistemas educativos y de salud que sean inclusivos y equitativos. Se hace muy obvia la raíz de la desigualdad. Gilberto quiso alcanzar de un salto ese cielo de oportunidades, ese derecho a mejorar su vida y la de su familia y no se le hizo posible.
Las políticas sociales deberían ser lo primero a lo que se le debe poner atención ahora que este país tiene firmado con Estados Unidos un compromiso para recibir a quienes necesiten refugio.