Escribiviendo

Una novia vestida de negro

Continúo con Consuelo Suncín. Se casó vestida de negro, y eso originó otro de los tantos rechazos sufridos por la aristocracia francesa: afirmaban que su boda con Antoine Saint Exupéry, la salvadoreña la consideraba un día de luto.

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Cuando estuve asignado al Archivo General de la Nación hice gestión para construirle un edificio. Casi funciona porque se me dio la posibilidad concreta; pero se frustró la idea. Otra gestión interesante fue conseguir copia de los archivos de Consuelo Suncín, «la rosa del Principito». Por razones de celo en Francia, esas gestiones, hay un muro para llegar a dichos archivos, si se trata de un salvadoreño. Preferí no chocar, pues se arriesgaba a poner más bloques al muro, aunque mi intención era recuperar un personaje mujer protagonista de nuestra memoria histórica.

Aunque en diferentes ámbitos se aspiraba a rescatarla, como se logró rescatar al general salvadoreño José María Cañas, gracias a Costa Rica, héroe de la Guerra Patria Centroamericana, gesta heroica como para escribir «una épica homérica», como dice el filósofo tico doctor Arnoldo Mora.

La importancia de esa epopeya es haber frustrado las pretensiones de convertir a Centroamérica en zona de esclavos, tema que ahondo en la novela «Así en la tierra como en las aguas» (2018. EUNED, Costa Rica. 284 págs.). Esclavos no en sentido figurado, esclavismo de verdad, como podemos ver en el filme de Quentin Tarantino «Django sin cadenas». Pero «mejor no meneallo, Sancho».

Continúo con Consuelo Suncín. Se casó vestida de negro, y eso originó otro de los tantos rechazos sufridos por la aristocracia francesa: afirmaban que su boda con Antoine Saint Exupéry, la salvadoreña lo consideraba un día de luto, un luto que rememoraba a Enrique Gómez Carrillo, guatemalteco, de quien había quedado viuda. «Era el mejor espadachín de París y llamado ‘Príncipe de la crónica en Europa’». Muchos intelectuales europeos suspiraban para que sus libros llevaran un prólogo de Gómez Carrillo ¡Imagínense dos centroamericanos! Quien lo pensaría en estos momentos de caravanas y niños detenidos en las fronteras en condiciones deplorables. Los dos escritores centroamericanos hacen ratificar el dicho salvadoreño de que «no somos tan cinco de yuca»; pese a las tragedias vividas después de la actual posguerra en la región, denominada como Triángulo. El misterio del luto lo revela el libro que comento.

Mi esfuerzo por promover la figura de la salvadoreña partió de ¡un japonés! Sus amigos le llamamos don Yuki; y creció mi interés en la década de los noventa, cuando aquellos archivos amurallados fueron abiertos al periodista francés Alain Verdicolet, quien descubrió las «Memorias» de nuestra compatriota, publicadas simultáneamente en tres idiomas: en Nueva York, en París y en Madrid (2000). Por eso los círculos intelectuales europeos lo denominaron «año de la resurrección de Consuelo Suncín».

Insistí en pedir copia de los archivos por ser patrimonio salvadoreño. ¡Para qué lo dije! Ahora están vedados a los salvadoreños. Me guardo la razón. Pero lo importante es que después de Verdicolet se logró una nueva apertura de esos archivos, que ha permitido escribir una biografía por dos académicas francesas en 2010. Previo, mantuve contacto con una de las autoras. Aunque después reparó que su amistad con un salvadoreño estorbaba el acceso a los archivos. Y salió la biografía titulada «Une Mariee Vetue de Noir» («Una novia vestida de negro». París. 630 págs.).

Antes de 2000 Paul Webster había roto el silencio sobre la salvadoreña. Dice en su libro: «La denigración no disminuyó ni 20 años después de su muerte» (Consuelo murió en 1979). Luego Verdicolet en 2000 tuvo acceso a cartas, documentos y libros, considerado año de la resurrección de la que había sido esposa de Saint Exupéry y descubrió las «Memorias».

El descubrimiento siguió en 2010. Dicen las autoras: «Francia la olvidó mientras construía los numerosos monumentos en honor del héroe Saint-Exupéry». Esta en una entrevista opina: «La rosa es Consuelo: los tres volcanes son los volcanes de El Salvador. Los tres baobabs son las tres ceibas a la entrada del pueblo de Armenia, en El Salvador. La rosa que tose es Consuelo, que sufría de asma… Las otras cinco mil rosas pueden ser las otras mujeres de Saint-Exupéry, pero para el Principito esas rosas no valen nada, la única que vale es su rosa».

La biografía contiene fotos, documentos íntimos, cartas y grabaciones audiovisuales realizadas por Consuelo antes de morir. Y se logró ordenar y «rescatar de ese desorganizado archivo toda la parte hispana que había sido sistemáticamente ignorada», dice la autora, quien agrega que la pauta para el desarrollo de «Una novia vestida de negro» la dio Consuelo Suncín: «En 1978, sintiéndose morir, sentía escribir le era más difícil, y decide grabar sus recuerdos, contar la verdad sobre su vida», agrega mi amiga autora (Debo agradecer que mi amiga autora me envió dos ejemplares del libro).

Antes de su muerte Consuelo declaró: «Cuando nos casamos él no era famoso, sino un joven desconocido. Yo también era joven… Mi marido (Antoine) desapareció a los 44 años, (sin conocer la fama)… de eso no nos preocupábamos… (porque) una no tiene un espejo permanentemente, se trata de crecer y desarrollarse como ser humano, es lo más importante». Alguien me dijo un día: «Usted se casó con un hombre famoso», y yo le respondí: «No, yo solo escogí a un desconocido aviador… Desgraciadamente, puedo decir que si Antoine tuvo fama y éxito como escritor no pudo darse cuenta; no pudo vivir ese prestigio pues había muerto antes de alcanzarlo» («El Principito» se publicó en inglés en Nueva York [1943]), cuando Saint-Exupéry se había incorporado a la guerra como aviador. Años después, su libro es de los más traducidos en el mundo. Y no es una obra para niños, sino «de un niño». Esto me hace recordar «Cuentos de cipotes». «No se trata de un libro para niños», dice Salarrué, «sino sobre niños».

Nota bene: «Si no te gusta un libro no lo leas; si no quieres leer no lo hagas. La lectura no es una moda, es una forma de felicidad, y no debe obligarse a nadie a ser feliz», Jorge Luis Borges, poeta argentino y bibliotecario por antonomasia.

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