Escribiviendo

Tesis, antítesis y síntesis

Entre nosotros a nadie persiguen ya por publicar libros, o una opinión, menos los envían de huéspedes donde un dictador. Pero no condenar por las ideas costó nada menos que setenta y cinco mil muertos.

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Friedrich Hegel (1770-1831), el filósofo idealista alemán, planteaba tres fases evolutivas para «que el espíritu humano buscara la verdad». Tomaba la contradicción como la búsqueda lógica de la realidad. Se me viene a la mente pensar en la dialéctica hegeliana para explicarse la historia y el pensamiento humano. Por lo que sucede en estos tiempos, sin saber cuándo será la transición sanitaria. Los tres conceptos del título de este trabajo se concilian para fortalecer lo que Hegel denominaba «la espiritualidad humana», que, junto a Kant, veía la historia como la lógica para analizar realidades enfrentadas. El problema mundial que pasa la humanidad contra un corpúsculo invisible y quizás «inteligente», capaz de ocultarse y apoderarse de las células humanas sin evidenciar presencia, hasta que ya se ha posesionado de las células humanas. Motivo para tener en ascuas al mundo.

En este trabajo hago una asimilación ficticia de tesis, antítesis y síntesis, en el mismo orden de virus, lo trágico y lo humano. Entre nosotros el virus sería la tesis que confronta con su antítesis, que es lo trágico. No importa si enfrentados si es para encontrar la síntesis. Lo trágico es nuestra historia, que si me enmarco en mi porción geográfica de mundo nos encontramos con un país inusual en los anales latinoamericanos. ¿Por qué trágico? Porque uno se puede preguntar, por ejemplo, en cuantos países de América Latina en el siglo XX han asesinado a tantos sacerdotes, o violado monjas, o se convierte la Biblia en libro peligroso. Porque en El Salvador todo libro que planteara problemas sociales podría ser considerado un peligro para el sistema, incluso podía declararse libro «peligroso» por el color de la pasta.

Creámoslo o no, es nuestra historia ineludible, pero ella es el certificado de la Nación que debemos reconstruir. Por suerte ese prejuicio es de un reciente pasado, Porque ahora a nadie se reprime por expresar su opinión o publicar un libro. Es un gran avance, una vivencia que tienen las nuevas generaciones.

¿Por qué trágico? Ya en otras ocasiones he expuesto cuando tres poetas de la llamada Generación Comprometida (Roberto Armijo, Tirso Canales y Manlio) fuimos huéspedes del dictador Anastasio Somoza hijo. Esa vez nos dimos cuenta de que en sus librerías se exponían en vitrinas los libros que en nuestra democracia se consideraban peligrosos; por lo cual pensamos que a Somoza junior un libro no le hacía cosquillas. ¿Por qué a nosotros nos lesionaba? Ilustro con otro ejemplo: muerte de Somoza padre. Un poeta y beisbolista que vivía en El Salvador, Rigoberto López Pérez, lo ajustició, nada menos que bailando en un club obrero. Hay fotografía bailando en un local de obreros. ¿Podríamos concebirlo nosotros en El Salvador? ¿Qué es un dictador y qué no lo es?

Otro ejemplo referido a la democrática Costa Rica, con mi hijo Leo, entonces de ocho años, observábamos un desfile escolar del 15 de septiembre frente al Parque Nacional donde se daría el discurso de cierre de la fiesta cívica, detrás del desfile escolar venían cinco vehículos transportando al participante del discurso oficial. El auto de en medio traía al presidente de la República (Jorge Alberto Monge), muy cercano a la acera donde presenciábamos el desfile. Leonardo lo señaló, (en esa época no había cristales polarizados) por conocerlo en la televisión. El presidente bajó el vidrio y le extendió la mano para estrechársela, mi pequeño hijo solo se movió un paso bajando de la acera para darle la mano al presidente. La antítesis, democracia y dictadura.

Entre nosotros a nadie persiguen ya por publicar libros, o una opinión, menos los envían de huéspedes donde un dictador. Pero no condenar por las ideas costó nada menos que setenta y cinco mil muertos. Aunque por rémora histórica aun aceptamos con timidez el derecho a esas libertades. Por lo menos es bastante ganancia.

¿Por qué con timidez? Porque un libro, una idea, una opinión, sabemos que no nos costará condena alguna, menos perder la vida; sin embargo es difícil borrar el síndrome histórico de expresarse de acuerdo a la conciencia. No me refiero a la palabra de propaganda política, sino a la idea discutida, a la palabra del diálogo concertante.

A veces puede resultarnos embarazoso explicar por qué no atendimos a niños y niñas de la guerra cuando se firmó el Acuerdo de Paz; muchos de ellos eran huérfanos, se quedaron con abuelos o con particulares mientras sus padres salían al Norte o participaban en el conflicto armado, de uno y otro bando, porque sabemos que el grueso de combatientes eran los pobres, tanto de un lado, los soldados, como del otro, los insurgentes. No haber prestado atención a aquellos niños produjo otro tipo de violencia, la social que, para nuestra historia trágica, viene a resultar lo mismo. También es similar la muerte producida por los descuidos o la incomprensión que implica enfrentarse a un virus enemigo de la humanidad, por paradoja construido por la misma humanidad.

Aun naciones avanzadas del Primer Mundo (después de la pandemia debemos apropiarnos de que solo hay un mundo) tienen ese problema. Ahora que escribo se cierran sus ciudades, incluyendo toques de queda, bajo la protesta de las mismas víctimas posibles, a la vez revertidos en victimarios. Se explica en los que manejan una micro y mediana economía que no les importa si en esta semana hubo en un solo país cien mil contagiados ¡en veinticuatro horas! Defienden su sobrevivencia. De ese modo vida y muerte se confabulan para ser lo mismo.

Síntesis: Nuestros niños y niñas, heredados del conflicto bélico, serán la nueva generación vulnerable. Y debemos atenderlos en la paz post pandémica. Porque es un reto vencerla, ¿equivaldría a un proceso de paz mundial? La normalidad prioritaria será esa generación, que va desde cero años a los dieciocho, según lo considera UNICEF (Derechos del Niño, Art. 1). Entonces necesitaremos una economía bonancible con espiritualidad hegeliana y kantiana. Cuando demos el adiós al virus y a la indiferencia inconsecuente.

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