Gabinete Caligari

Antes del adiós

Si la literatura de ficción permite el lujo de crear un texto a partir de nuestra imaginación y nuestra visión subjetiva del mundo, el género de la columna periodística obliga a pensar en el colectivo.

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Escritora

Como ya se habrán enterado quienes suelen leer este espacio, la revista Séptimo Sentido cierra sus páginas. En consecuencia, también se cierra este espacio, «Gabinete Caligari», que nació desde el inicio de la revista, en junio del 2008. Doce años y medio de columna terminan el próximo 27 de diciembre.

Se me agolpan las palabras y las ideas, pensando en todo lo que quisiera decir respecto a este final. En principio, lamento mucho el cierre de la revista, uno de los pocos espacios impresos que se dedicó a un periodismo más de fondo, con entrevistas y crónicas que tocaron temas imprescindibles de país y que, por lo general, no suelen encontrar el espacio necesario en páginas de otros medios impresos. No en vano, algunos reportajes publicados por la revista ganaron reconocimientos internacionales, como el reciente Premio de Periodismo en Profundidad, otorgado en el 2020 por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) a la Excelencia Periodística. El premio fue concedido por la publicación de una serie de doce reportajes sobre el impacto de las desapariciones en El Salvador, un tema que sabemos es real, pero sobre el que pocos se atreven a investigar y hablar.

Aunque no era su enfoque principal, esta revista también procuró un espacio importante dedicado a la cultura, no solo mediante sus entrevistas a innumerables escritores y artistas, sino también mediante la publicación de adelantos de publicaciones literarias y artículos de temas culturales, nacionales e internacionales. En un país donde lo cultural siempre se relega al último nivel de importancia o de prioridad, tanto en la agenda institucional como privada, la revista permitió darle visibilidad a una serie de propuestas, problemáticas y proyectos que, de otra manera, nos habrían pasado desapercibidos.

La variedad en el contenido de sus columnas, escritas por personas pertenecientes a diferentes rangos de oficios y edades, incluyendo a salvadoreños viviendo en el exterior, funcionó como un caleidoscopio desde el cual se opinó y reflexionó sobre diversos asuntos nacionales urgentes, así como otros temas de fondo. Columnistas como los escritores Sergio Ramírez (en los primeros años) y luego Manlio Argueta, colaboraron también a dar a conocer y a reflexionar sobre diferentes temas educativos, culturales, sociales y literarios.

En lo personal, la escritura de mi columna fue sobre todo, una gran escuela de aprendizaje, algo que no me canso de repetir cada vez que hablo sobre ella. La disciplina de la entrega de textos, la limitación del número de palabras para englobar un tema o una historia, la consciencia de la diversidad de los lectores a quienes se debe alcanzar con un mensaje y el superar los obstáculos personales del día a día para entregar la columna en tiempo y forma, son exigencias que para el escritor abonan a la disciplina requerida para la realización de su oficio literario.

Si la literatura de ficción permite el lujo de crear un texto a partir de nuestra imaginación y nuestra visión subjetiva del mundo, el género de la columna periodística obliga a pensar en el colectivo y en la resonancia que pueden tener nuestras palabras u opiniones en la realidad. Pienso que es la razón por la cual, en años recientes, la columna de opinión ha adquirido mayor relevancia en la discusión social. En un mundo donde prácticamente cualquier persona, usando las diversas plataformas de internet, puede manifestar su opinión sobre todo tópico, las columnas de periódico todavía son un indicador que resume y concentra las tendencias del pensamiento público sobre diversos aspectos del quehacer humano.

La columna de opinión es, seguramente, el ejercicio de escritura que cumple a cabalidad aquel axioma sobre el oficio de escribir, en el que lo escrito solo cumple su función cuando es leído. Una columna sin lectores no tiene razón de ser, porque es producida para su lectura inmediata. Ésa es una de las mayores satisfacciones que me quedan de «Gabinete Caligari»: que ha tenido numerosos lectores, algo que me consta no solo por los comentarios que me han compartido a través de las redes sociales, sino también en lugares públicos, cuando me han encontrado en algún evento o haciendo mis mandados domésticos.

Una de las constantes sorpresas de la columna era la reacción de los lectores. Hubo varias que pensé que no le iban a interesar a muchos y recibieron numerosos comentarios. Hubo otras que pensé tendrían mayor resonancia, pero a las cuales la reacción general fue mínima. Esto sirvió como un ejercicio de humildad y me enseñó que los lectores son impredecibles. También me enseñó que, cuando se habla de temas meramente humanos, tratarlos con honestidad es el mejor enfoque, aunque hacerlo deje al columnista con la sensación de desnudarse en público.

Saber que la columna era leída y que incluso (como me indicaron varios lectores) compraban el periódico del domingo para no perdérsela, es de los halagos más conmovedores que me han podido hacer. A lo largo de esta docena y pico de años, fue un indicativo para continuar escribiendo, aún en momentos donde los dolores personales eran tan abrumadores y oscuros, que parecía imposible extraer ideas coherentes desde el fondo de mis tribulaciones. Para ustedes, mis lectores (y qué lujo poder usar esas palabras), mi más profunda gratitud.

Esta parte es como ese momento en las películas en que vemos partir a algún querido personaje. Sabemos que se va para siempre, sabemos que implica un final. Quisiéramos que no ocurriera y que algún milagro de los que solo pasan en las películas, hiciera que el personaje se quedara. Pero no ocurre.

Vemos a ese personaje alejarse, caminando. Es la certeza del final, es la certeza del adiós. Pero el personaje se detiene y voltea para ver hacia atrás. A pesar de la tristeza, de la incertidumbre, del dolor de la separación, el personaje logra sonreír. Voltea de nuevo hacia el camino y lo vemos perderse en el horizonte.

Sea esta penúltima columna el equivalente a esa sonrisa, antes de continuar andando por el siempre empedrado camino de la vida y la escritura.

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Séptimo Sentido

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