Gabinete Caligari

Cultura salvadoreña aquí y allá

No sólo es importante comprender por qué se va la gente; también es importante preguntarse por qué los que se van prefieren quedarse lejos, a pesar de la nostalgia y los sacrificios económicos o laborales a los que se enfrentan.

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El mes pasado, el corto de ficción Vientos de octubre, fue estrenado como parte de la selección oficial del 9º. Evolution Mallorca Film Festival de España. El corto, que dura poco más de ocho minutos, fue escrito por Maya Salomé y dirigido por Heinz Köbernik, ambos salvadoreños que viven en California desde hace cuatro años.

Me alegré mucho por este joven matrimonio al que tengo el gusto de conocer. Son dos personas con gran talento de quienes, estoy segura, seguiremos escuchando buenas noticias. Lo de su corto me dejó pensando en varias cosas.

La primera que se me vino a la mente es que el trabajo creativo de Maya y Heinz se está desarrollando en otro país, en un lugar donde encontraron un espacio que ha sabido canalizar sus inquietudes y ponerlos frente a los elementos y recursos necesarios para realizar su pasión por contar historias.

Esos elementos y recursos no los encontraron en este país, como no los encuentran tampoco miles de salvadoreños que cada año migran hacia el norte. Los motivos para esa migración interminable son múltiples y ya conocidos por todos. Quienes quedamos acá, lamentamos la violencia y las condiciones económicas que provocan estas migraciones. Pero muy poco o nunca se menciona la fuga de cerebros que forma parte de este interminable río migratorio. Ese flujo también está formado por jóvenes estudiantes o profesionales que deciden continuar formándose fuera del país y que, en el proceso, encuentran estímulos y posibilidades técnicas o financieras que acá ni existen.

Lo segundo que pensé es que hay una gran cantidad de salvadoreños realizando un valioso trabajo cultural fuera del país, del cual no nos enteramos acá. Son escasas las actividades que nos permiten conocer más de cómo vive y qué piensa nuestra comunidad de compatriotas en el extranjero. Es importante saber cómo se ve el país desde la distancia, desde la mirada de quien vive en una sociedad que a muchos les permite crecer y desarrollarse en condiciones que acá no lograrían jamás. Pero también es importante conocer la visión de país de quienes se identifican como salvadoreños, a pesar de haber nacido y vivido toda su vida en los Estados Unidos.

¿Cómo es visto y pensado el país desde la distancia? ¿Permite la nostalgia aceptar la realidad nacional con objetividad? ¿Se van borrando o transformando por la memoria los típicos símbolos nacionales? ¿Cuáles se distorsionan, cuáles se olvidan? ¿En qué conceptos reside su salvadoreñidad y cómo la viven en un país ajeno? ¿Se crean sincretismos entre los símbolos nacionales y extranjeros? ¿Puede mantenerse una identidad nacional basada en la nostalgia?

El resultado de estas y otras preguntas podría palparse a través de los productos culturales que están siendo creados en el extranjero. Es lamentable que no podamos tener mejor acceso, acá en El Salvador, a dichos productos. Películas, libros, música, pintura y otras manifestaciones culturales de personas que también son salvadoreñas pero cuyas producciones artísticas no circulan en el país, serían un valioso aporte para aminorar esa frontera invisible de los que están allá y los que estamos acá. Conocer estas manifestaciones nos ayudaría a comprender mejor su realidad, a reconocer también la nuestra y, ojalá, a producir diálogo e intercambios de diversa índole.

Este tipo de intercambio también ayudaría a reducir esa impresión de que los migrantes, cuyas remesas son un pilar fundamental para la economía nacional, son sobre todo proveedores económicos, cuando también están realizando otros aportes, intelectuales y artísticos, que acá pasan desapercibidos o que no son valorados como es debido.

No sólo es importante comprender por qué se va la gente; también es importante preguntarse por qué los que se van prefieren quedarse lejos, a pesar de la nostalgia y los sacrificios económicos o laborales a los que se enfrentan. También es importante conocer su relación con el país y cómo viven su identificación como salvadoreños.

Estas reflexiones se reforzaron después que supe de un par de proyectos más realizados por salvadoreños en los Estados Unidos: Salvadorian Writer’s Path, una organización fundada por Andrea Álvarez, Karen Vásquez O’Donnell y Alice Pérez, cuyo objetivo es conectar a escritores salvadoreños en el mundo y dar a conocer a diversos autores y su quehacer literario; y SalviSoul, una página web (y pronto libro) en el que Karla Vásquez documenta recetas de comida salvadoreña mediante entrevistas a mujeres que viven en los Estados Unidos, proyecto que se convierte no sólo en un rescate de nuestra cultura culinaria, sino también de historias familiares que han ayudado a Vásquez a comprender mejor su propio origen.

Otro trabajo de documentación importante que cabe destacar es el libro SalviYorkers, de la periodista y antropóloga salvadoreña Carmen Molina Tamacas, que documenta la historia de nuestros migrantes al estado de Nueva York, donde habita la segunda comunidad más populosa de salvadoreños en Estados Unidos. El libro fue finalista en la 22nd International Latino Book Awards de este año, donde ganó segundo lugar en el Premio Víctor Villaseñor para mejor libro de no ficción enfocado en latinos.

Las mencionadas iniciativas permiten la posibilidad de hacer un rescate de memoria que trascienden lo anecdótico, lo académico o lo estadístico. Pensar, por ejemplo, en la preservación de nuestras recetas culinarias desde el país inventor del fastfood debe ser todo un reto. Pero la distancia permite valorar mejor las cosas, verlas con un ojo fresco. Ello permite reforzar también nuestros elementos culturales y recurrir al rescate de la oralidad y el testimonio, como maneras de reencontrarse consigo mismos en el imaginario del territorio de origen, aunque para muchos, ese territorio no sea el lugar donde viven. Quizás por eso mismo, las señas de identidad se valoran, se preservan y se buscan con más ahínco.

Como sociedad, tenemos pendiente esta tarea del diálogo y el intercambio con nuestros compatriotas en el exterior. Sin hablar y sin escucharnos, resultará difícil comprendernos como país e identificar cuáles son los símbolos que perviven, incluso en la distancia, y que nos identifican, aquí y allá, como salvadoreños.

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