Gabinete Caligari

No se culpe al lector

Hay cientos de títulos interesantes que jamás serán vendidos en nuestro país y que, de serlo, tendrían un costo elevado para quienes leemos.

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Hace algunos años, me tocó visitar una universidad en Tegucigalpa, Honduras, como parte de una gira de presentación de una de mis novelas. Al terminar el conversatorio, hubo un momento para firmar libros. Un estudiante me pidió autografiar una copia de Contra-corriente, mi segunda publicación. Lo firmé, pero había algo raro en el ejemplar, algo que no terminaba de detectar, por más que lo hojeara.

Se lo dije a la persona que me lo llevó, que me parecía una edición rara. Sin pena alguna, el estudiante me dijo que era un libro pirateado. Que debido a que mis libros son imposibles de encontrar en Honduras, habían conseguido un ejemplar y lo habían fotocopiado, haciéndolo parecer lo mejor posible a un original. La verdad fue que me conmovió. Pensar que había personas que querían, a toda costa, leer algo que yo hubiera escrito y que para ello se tomaran tanto trabajo, me parecía una forma de halago.

Recordé la anécdota cuando hace pocas semanas, resucitó la discusión sobre el pirateo de libros, gracias a un tweet hecho por la escritora mexicana Fernanda Melchor. Autora de la novela Temporada de huracanes (cuya lectura recomiendo), Melchor emitió un breve mensaje insultando a quienes compartían archivos en PDF de su obra. Hace cosa de un año, la escritora chilena Francisca Solar también emitió un tweet agresivo, haciendo alusión al pirateo de su obra, generando un largo y caldeado debate sobre el tema.

Cuando cada tanto tiempo sale a discusión, muchos autores insisten en que el pirateo de libros les afecta directamente, en el sentido de que es un libro menos que se vende y que, por lo tanto, no recibirá sus derechos de autor correspondientes. La preocupación es válida porque el pago de los mencionados derechos es una compensación económica que reconoce el trabajo intelectual del autor. Pero la realidad es que esa compensación es casi simbólica y su valor sólo se incrementa a medida que se venda mayor número de libros. Los derechos de autor son apenas un 10 % del precio de venta al público sobre cada libro vendido. En las matemáticas finales del mundo editorial, estos derechos no llegan a cubrir el tiempo de escritura que se dedicó a una obra, a menos que se tenga la suerte de convertirse en un bestseller. Aquí es donde cruzamos la frontera entre la realidad y la fantasía de ser escritor, entre las ambiciones y las posibilidades reales. ¿Se escribe para ganar dinero? ¿Se escribe para ser leído?

En realidad, el reclamo por la piratería debería dirigirse hacia otros sectores. Una persona que necesite leer un libro y no pueda encontrarlo disponible o carezca del dinero suficiente para comprarlo, hará lo que sea necesario para acceder al texto. Muchos de estos lectores son estudiantes universitarios, para quienes las fotocopias y copias digitales son imprescindibles y sin cuya existencia, casi cualquier carrera se torna impagable.

Vivimos en una región que, de por sí, no le da un espacio ni un valor adecuado a lo cultural. Lo vemos con el libro literario, por ejemplo, que no circula en los países de la región centroamericana. Los distribuidores no quieren arriesgar importar libros a países con bajo índice de compra de libros y hacen circular lo que consideran ventas seguras. Se le da prioridad a autores no centroamericanos, que representan super ventas internacionales.

La escasez de librerías, la situación económica nacional, los engorrosos trámites burocráticos para importar o exportar libros, tampoco nos convierten en un país atractivo para el mercado editorial. Hay cientos de títulos interesantes que jamás serán vendidos en nuestro país y que, de serlo, tendrían un costo elevado para quienes leemos. Viviendo en países con profundos índices de desigualdad social, está más que claro que alguien que quiera leer pero que no tenga los medios económicos para comprar libros, encontrará alguna alternativa para hacerlo, sobre todo si la lectura está relacionada a sus estudios.

Quienes somos lectores preferiremos siempre, sin duda, la lectura de una edición en papel. Apreciamos una buena portada, la tonalidad y el olor del papel usado, el cuidado de una buena edición. La lectura de libros pirateados no es sustitutiva de la experiencia de la lectura en papel. De hecho, leer PDF’s no es la experiencia más amable para el lector, a nivel visual.

Cuando nos gusta mucho un libro pirateado, es bastante seguro que lo terminemos comprando en formato duro, como me pasó con Claus y Lucas. El libro es una edición con tres novelas cortas de Ágota Kristof, escritora húngara cuya obra conocí mediante un archivo Word. La primera de esas novelas, El gran cuaderno, me impactó tanto que quise tenerlo en impreso. Pero estaba agotado y así permaneció durante varios años, hasta que por fin la editorial Libros del Asteroide hizo esta compilación en 2019. La compré en cuanto pude, antes de que volviera a agotarse.

Todo esto no debe tomarse como un alegato a favor de la piratería de libros. Pero de nada sirve ignorar que la piratería es una realidad y que si existe, es porque hay una necesidad y una demanda no satisfechas. En vez de condenar a los lectores que leen textos pirateados, es más útil analizar los motivos de este tipo de consumo, para comprender la situación y encontrar alternativas que beneficien tanto a los lectores como a las editoriales y los escritores.

El mundo del cine y de la música tienen años de estar evolucionando sus modelos y creando plataformas alternativas para acceder a sus productos, como Spotify y Netflix. En el mundo del libro hay un par de plataformas que prueban algo similar, donde los lectores pagan una mensualidad por tener acceso a cientos de títulos, recibiendo las editoriales y autores un porcentaje de dicha tarifa. Scribd y Bookmate son un par de ellas.

Que no se culpe al lector por piratear libros, si la sociedad y el sistema económico no le permiten mejor alternativa para acceder a ellos.

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