Escribiviendo
Cañas, Darío y cultura centroamericana
Leyendo y descubriendo en tiempos de pandemia en el campo de las humanidades, concilio su importancia de acuerdo a los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Me refiero a algunas cartas de Rubén Darío a su admirador y mecenas espiritual Juan J. Cañas.
Hace poco me decía un amigo de la cultura y de la academia, que vivió varios años en Chile, que en ese país solo se conoce a Rubén Darío, porque ahí escribió «Azul», su obra cumbre. Es algo parecido a lo que me dijo un reconocido escritor chileno allá por 1987: «Sabemos de la existencia de El Salvador porque a veces publican un poema de Roque Dalton y abajo decía salvadoreño».
Significa que hace falta consolidar la fortaleza cultural dentro del marco regional, los cinco países con el 90% de rasgos comunes. Tenían menos en común en Europa (múltiples idiomas) al crear la Unión Europea. Si ante la diversidad cultural prevalecen razones económicas, no importa, si es también fortaleza. Por la economía se proyecta la cultura, y por esta el desarrollo económico sostenible. Lo reafirman las Naciones Unidas en sus Objetivos del Milenio. Es posible que en los 20 % de diferencias, sean predominante los intereses políticos. No importa, es peor la marginación.
Pero bien, zapatero a tus zapatos. Comencé mencionando a Darío. ¿Por qué no a Miguel Ángel Asturias? ¿O Joaquín García Monge, en Costa Rica, «amado y perseguido» que con su revista Repertorio Americano logró que Neruda y Gabriela Mistral coincidieran con Salarrué y Claudia Lars, entre otros?
Los alcances de García Monge para reunir personalidades latinoamericanos fue evidente. Esto desde Costa Rica, años 1920 a 1960. La revista desapareció con la muerte de su gestor. Por su trabajo, «con gran esfuerzo personal logró respeto y devoción… como sembrador de cultura», dice un gran centro americanista, don Edelberto Torres Espinoza (1898-1994), no tan amado pero sí un perseguido por sus ideas relacionados con el humanismo contra lo injusto.
Una sola persona aunando voluntades creó un mundo de integración cultural. Pasó igual con Darío. Y algo en pequeñito logramos un grupo de escritores con una revista «La Pájara Pinta», que circuló por América Latina y que ante el desconocimiento de un país ignorado por el mapa mundi, nos denominaron los poetas de la Pájara Pinta, no de El Salvador. Falta nuestra respuesta del nuevo tiempo.
A partir de antecedentes notables recalco lo que para El Salvador fue Rubén Darío; y lo que esto significó para en universo de la lengua española. Y ya no me refiero a su amistad creativa con Gavidia, hay otra relación menos divulgada: con el general Juan J. Cañas quien supo combinar su oficio de las armas con el de la letras. Tema relevante para nuestra historia.
Leyendo y descubriendo en tiempos de pandemia en el campo de las humanidades, concilio su importancia de acuerdo a los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Me refiero a algunas cartas de Rubén Darío a su admirador y mecenas espiritual Juan J. Cañas, también combatiente contra los filibusteros en la Guerra Patria Centroamericana.
Transcribo desde «Papeles Históricos» recopilados por Miguel Ángel Gallardo. Carta de Darío a Cañas: «Mi querido Dn. Juan: No he recibido cartas de usted… y yo le he escrito dos cartas más. No tengo más que decirle que sus palabras fueron proféticas al hablarme de mi porvenir en Chile». En otros trabajos he mencionado la frase de Cañas a Darío cuando le recomienda viajar pues en Centroamérica no tendría futuro. Ante las dudas del poeta niño, Cañas le aconsejó «vete aunque sea a nado» (Autobiografía de Darío). Pero el general no lo dejó solo en su viaje. «Es cierto lo que me dijo (sobre Centroamérica). Donde no podría hacer lo que he hecho, por mil motivos; el primero porque aunque se tengan alas no podemos volar si no tenemos aire», le escribe Darío.
Continúa: «Debo decir a usted que Carrasco (periodista de renombre en Chile) hizo todo lo que pudo por mí… y lo hizo por usted, según sus palabras, tenía una gratitud con usted y quería pagarlo en algo».
Y algo nuevo para mí en Rubén Darío: Le manifiesta al general Cañas que está estudiando un curso en la universidad sobre Derecho Internacional Público. «Mi idea es servir en algo a mi patria, ya que hay glorias que son de humo y que poco importan ahí, y por eso me dirijo a usted…y cada curso dura un año». Darío le pide a Cañas interceda con gobierno de Nicaragua para contar con una beca. Termina: «Salúdeme a Juan (¿hijo del general?), escríbame, deme noticias de todo, y crea en el cariño de su afectísimo amigo».
En otra carta se queja de no tener noticias del general. «Me siento mal, pues además de escribir para «La Época», periódico donde me ubicó el periodista Carrasco, trabajo en Aduanas». Y le reclama: «Nada me ha dicho usted de mi libro («Abrojos»), ni de mis amigos… No sería raro que me viera por ahí por algún tiempo».
Los médicos le han recomendado un clima cálido y piensa en Centroamérica. «Puede suceder, iría a restablecerme a el (sic) Salvador, o a mi querida tierra nicaraguana». Noten cómo le da prioridad a nuestro país, sin dejar de pensar en Nicaragua.
En diferente carta expresa desesperación. Escribe: «Creo que debo hablar con usted con la confianza con que se hablaría a un padre». Entre otras cosas le reitera que en sus publicaciones no ha dejado un solo momento de servir a su patria que ahora la conocen mejor en Sur América. Porque Darío es redactor fijo de «La Época», en Santiago de Chile. Termina esta carta diciendo que su suerte depende del general Cañas y de Dios. (Cañas había ocupado cargos diplomáticos en Chile y otros países).
Cuando escribe estas cartas aun no ha publicado su libro «Azul», que le permitió dar al cuádruple salto a la universalidad del idioma castellano. Pese que al principio se burlaran de él cuando llegó a Europa, entre ellos el poeta Luis Cernuda, y Miguel de Unamuno, este último reconoció su error más tarde, cuando el idioma de Rubén Darío fulguraba en Francia y se proyectaba al mundo.