Gabinete Caligari

La última y nos vamos

La violencia intrafamiliar, el abandono, la pobreza, la enfermedad, los corazones rotos y la soledad no saben de feriados ni de vacaciones. «La tristeza durará para siempre» como dijo Vincent Van Gogh.

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La última columna del año siempre me era la más difícil de escribir. La gente anda con la atención en otra parte y no quiere saber de problemas ni de temas muy duros. Pero la de este año trae un doble nivel de dificultad. Es la última columna de un año en pandemia, y también la última columna de una revista que hoy cierra sus páginas.

Nunca me ha gustado repetir las frases comunes, frases repetidas infinidad de veces, por obligación o formalismo, que casi han perdido su sentido. En la temporada de fin de año, prefiero hacer notar que no todos son felices en esta época.

En un plano paralelo a las campanas, los brindis y la exaltación colectiva, hay miles de seres humanos para quienes estas fechas no significan nada especial, porque hay sufrimientos personales que no dan tregua. Al contrario, las obligatorias reuniones con familiares y amigos, mezcladas con el alcohol, la estupidez y los resentimientos, suelen provocar situaciones incómodas. A veces, terminan en lo peor. La violencia intrafamiliar, el abandono, la pobreza, la enfermedad, los corazones rotos y la soledad no saben de feriados ni de vacaciones. «La tristeza durará para siempre» como dijo Vincent Van Gogh.

Este año atípico modificará las tradicionales celebraciones y eso ya es lamentado por muchos. Algunos países europeos han impuesto nuevas restricciones durante las fiestas de fin de año, para intentar detener el incremento de contagios. Hay que prepararse de nuevo y protegerse como nunca.

El año 2020 es usado ahora como un basurero emocional donde la mayoría de la gente culpa al año de todo lo malo que le ha pasado. Buena parte de la humanidad se vio obligada a bajar la velocidad. Tantos otros se vieron con planes cancelados, relaciones rotas, desempleo súbito, o intentando adaptarse a nuevas formas de hacer las cosas, como trabajar o estudiar desde casa.

En marzo del 2020, cuando nos dimos cuenta de que la sombra de la muerte venía encima de nosotros en forma de un virus incontrolable, muchos pensaron o asumieron por primera vez su propia mortalidad y la de los seres queridos. Nunca nos preocupamos tanto por la salud, por cualquier minúsculo síntoma que sintiéramos en nuestros cuerpos. Hemos sabido del excepcional trabajo que ha realizado el personal de los hospitales del mundo. A pesar de ello, miles de seres humanos han muerto, en todas partes. Todos sabemos de algunos. Hubo momentos en este año en que escribía correos de condolencias uno detrás de otro. Lo que me recordó el año de 1995, en que murieron 8 allegados, entre amigos y conocidos. Ese año anduve de velorio en velorio.

En el comienzo de esta pandemia, en abril o mayo, muchos comenzaron a idealizar el futuro, deseando que la experiencia de la enfermedad nos hiciera reflexionar y que pudiera, por fin, convertirnos en una humanidad bondadosa. En el fondo todos sabemos que ese deseo de una humanidad fraternal es la gran utopía y que, por lo tanto, es un deseo irrealizable. Basta estudiar la historia universal para comprenderlo.

No puedo decir que he tenido un mal año, porque los he tenido infinitamente peores. El periodo del 2016 hasta buena parte del 2019 ha sido de los más duros que he vivido en toda mi vida, donde todo o casi todo en lo que creía se desmoronó de manera fulminante. Esos años sirvieron de fogueo para no desesperar durante este 2020, como le ocurrió a la mayoría. Para quienes venimos de donde asustan, ya hay muy pocas cosas que nos sorprenden o descolocan.

Desde hace un par de meses vengo pensando mucho en la película Melancolía (2011) de Lars Von Trier, parte de su trilogía sobre la depresión. Esta cinta cuenta la historia de dos hermanas cuya relación está marcada por la depresión de una de ellas. Justine está tan mal que debe ser hasta bañada y alimentada por alguien, tareas de cuido asumidas por su hermana Claire. Mientras esta situación tensiona todo el ambiente familiar, hay noticias de un planeta llamado Melancolía que se acerca a la Tierra y que amenaza con chocar contra el mundo. Cuando la humanidad se desquicia ante la perspectiva de su destrucción, es Justine, la persona más insospechada, quien mantiene serenidad y lucidez y quien otorga a quienes la rodean de la fortaleza necesaria para afrontar el momento.

Cada quien ha sido puesto a prueba por las consecuencias de la pandemia. Para todos, fue un suceso inesperado. No a todos nos golpeó con la misma intensidad. Como suele pasar en los momentos de mayor aflicción común, hay quienes demuestran su nobleza, su generosidad, su fuerza interior, pero también hay otros que demuestran toda su bajeza, su mezquindad y su avaricia. Es lo que somos, contradicción perpetua, lo cual no es justificación para la aberrante conducta que han tenido muchos ante la emergencia.

He pensado también en la gente que hace poco más de un siglo sufrió la pandemia de gripe española. Hace algunos meses escribí sobre la falta de obra artística o literaria que muestre cómo se vivió aquel tiempo. Como dije en aquella columna, terminada la emergencia pareciera que la sociedad quería no solo olvidar, sino también borrar toda huella de aquel sufrimiento. La humanidad siempre cae en el error de olvidar y, por ello, la rueda de nuestra estupidez colectiva sigue girando hacia los mismos precipicios, de manera cíclica.

Termina el año, termina la revista y termina esta columna. Me quedan 100 palabras para despedirme. Pero no diré «adiós», porque el oficio pervive. Estaré donde siempre me podrán encontrar: en mis libros.

Quiero dar un agradecimiento especial a Glenda Girón, mi editora de incontables años; y a Claudia Ramírez, Jefa de Información de La Prensa Gráfica, por su solidaridad, humanidad y profesionalismo. Ha sido un gusto.

Y para los lectores: Ha sido un honor y un privilegio escribir para ustedes. Mi más sincero agradecimiento.

Hasta la próxima.

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