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Transporte público, idea al vuelo

Estoy casi seguro de que quienes definen el problema no conocen el interior de un bus, aunque quizás lo conocieron en su época de limitaciones económicas; pero lo olvidaron.

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A finales de diciembre leí en redes sociales reclamos por el subsidio del transporte, me llamó la atención una persona con espíritu crítico que solicitaba se hicieran propuestas, no solo desahogos e insultos. Es un tema político que preferiría no tocar, pero por tratarse de educación al ciudadano presento algunas ideas. Parto de una frase del escritor clásico alemán Goethe: «Gris es toda teoría amigo mío, pero verde es el árbol florido de la vida».

Estoy casi seguro de que quienes definen el problema no conocen el interior de un bus, aunque quizás lo conocieron en su época de limitaciones económicas; pero lo olvidaron. Para comprender las quejas del transporte público deben conocerlo por dentro quienes definen las políticas públicas. Me imagino la satisfacción del usuario, el de a pie, atestiguando la presencia de quienes definen esas políticas, en especial quienes nos legislan.

Una práctica territorial, sería valedera para solucionar el problema; conocer en directo el malestar ciudadano. Inclusive sería un acto mediático favorable al político partidario.

Cuando estudiaba Derecho (significa muchísimos años), me preguntaban cómo creía que podría solucionarse el tema del transporte urbano: «¿Crees que en un futuro utópico la clave para mejorarlo sería que cada familia tuviera un automóvil, o si la clave sería mejorar el transporte público?». Caí en la trampa. Respondí: «El automóvil, por supuesto». Después de visitar varios países de América Latina y los EE.UU., y Europa, reparo que el resultado beneficioso, utópico, es el transporte público. Expongo al respecto ideas partiendo del punto de vista de Goethe: Conozcamos la realidad. El tema es complejo por circunstancias propias del país después que negociaron la paz las partes en conflicto. Por razones de espacio reduzco las ideas:

Después de 21 años de ausencia, regresé a mi país, y me llamó la atención, viajando a San Miguel, mi ciudad, el caos vehicular, en especial en el bulevar del Ejército. Reparé en la zona verde desde San Martín hasta el «reloj de flores». Entonces escribí que la solución del transporte público sería un metro elevado. Bastaban dos rutas para comenzar: San Martín-Santa Tecla; Apopa-San Jacinto. La zona verde divisoria de los carriles era propicia. Aminoraba la inversión. Por supuesto que se debía invertir para ganar espacios en el abandonado centro de San Salvador. Por la vulnerabilidad sísmica del Valle de las Hamacas un subterráneo se ve inviable.

Es que al hablar de Metro pensamos en los subterráneos de Nueva York, Londres, México; y el de Moscú, considerado como un palacio bajo tierra, con 44 estaciones declaradas patrimonio cultural. En cualquiera de estos circulan millones de personas al día.

También hay otros metros de ciudad pequeñas, como el de Medellín y Panamá, financiados con préstamos blandos y su prestigio es tal que a la gente incluso lo ha convertido en atractivo turístico. ¿Nosotros por qué no? ¿Faltó visión cuando enviamos el tren a un museo?

Volver al tren implica invertir, pero se recupera con el rendimiento y productividad. La masa laboral, no tendría que madrugar al trabajo, sin el estrés bestial de los embotellamientos, accidentes, muertes (más ahorro en hospitales y medicinas). Evitaríamos enfermedades del pulmón y cáncer. ¿Se ha tomado en cuenta que es otro subsidio cuando se hace llover humo venenoso en las calles? Solo eso ya sería ganancia: menos enfermos pulmonares, más productividad laboral. Más cultura humanitaria, menos odios y resentimientos. Más respeto a la Constitución, cuando ordena propiciar el bienestar humano.

He viajado en bus en casi todos los países que he visitado. En los años 80 visité muchas veces Holanda y Europa, viajé en trenes y buses urbanos e interurbanos, con tarifas diversas: para estudiantes, para turistas y adultos mayores. Incluso se permite que el usuario haga pago «voluntario». Pagar es deber ciudadano. El usuario marca su tarjeta mensual o semanal, o inserta la moneda sin control directo del conductor. También lo observé en San Francisco, California, este año que pasó. Se puede viajar gratis; solo con riesgo que esporádicamente suba un inspector; si no tiene registro de pago en su ticket recibe una multa.

Tuve un agente literario en Nueva York, vivía en los suburbios y por razones editoriales nos tocaba viajar a Manhattan. «Iremos en tren», me decía. En el transcurso le pregunto si no tiene auto, y me responde que sí, pero que solo la usa los fines de semana, para distancias cortas fuera de la ciudad, para paseos con la familia. «En tren llegamos en media hora; en auto llegaríamos a la cita en 4 horas, por el tráfico y por la búsqueda parqueo. Además, the time is gold. El tren nos dejaba a dos cuadras de la editorial.

A propósito de países hermanos, en Costa Rica se está preparando 45 estaciones de trenes de alta tecnología que cubrirán la gran Área Metropolitana, con proyecciones de llegar a provincias alejadas, incluye tren elevado en la ciudad, para lo cual se calcula una inversión de $52 millones. Para variar, las máquinas se están construyendo en China. ¿No contamos con nuestros impuestos para esos 52 millones, pagados a largo plazo? ¡Ah!, y el adulto mayor no paga pasaje urbano, que comprende recorridos de hasta 25 km. El ingreso se controla con ojo electrónico, sin los primitivos trompos, para evitar trato indigno al ciudadano, al discapacitado, cultura inclusiva contemplada en nuestras leyes y Constitución. Es triste ver a los niños arrasarse debajo del torno o trompo.

Transcribo palabras de un millennial costarricense: «Nosotros pagamos con gusto la tarifa urbana, pues de ese modo favorecemos a nuestros padres y abuelos, y cuando nosotros lleguemos a esa edad, habrá otros jóvenes que pagarán un precio para subsidiarnos como adultos mayores. Además, que pagamos por la comodidad y calidad del transporte». Sus palabra expresan una alta educación ciudadana.

¿Podemos alcanzar esa formación cultural y educativa? Claro que sí, pero las nuevas generaciones deben comenzar desde ya, o nos come el tigre. Sin un futuro político humanista.

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