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Retos para recuperar lo perdido

Cuántas vidas se hubieran salvado en estos últimos años, tras acordar en fin del conflicto bélico, de haber prestado atención a los niños de esos primeros tiempos.

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Sí, tenemos que ir en «busca del tiempo perdido», como dice el francés Marcel Proust en su famosa novela. Encontrar las rutas para recuperar no solo el tiempo, sino la fuerza de empuje para solventar los diferentes problemas nacionales, como la escasa inversión en cultura, educación, salud, e interrelacionado a otros que requieren sabiduría para superarlos. Ese tiempo perdido son décadas. No hemos sido, por ejemplo, tan congruentes en el período de pacificación del país, pese a ganar en la protección de los derechos individuales.

Se nos olvidó atender los daños emocionales producidos por el conflicto bélico que repercutió en violencia, por olvidarse del bienestar social. Cuántas vidas se hubieran salvado en estos últimos años, tras acordar en fin del conflicto bélico, de haber prestado atención a los niños de esos primeros tiempos, huérfanos de guerra, omisos de asistencia económica, dejados bajo vigilancia de sus abuelos, porque los padres y hermanos mayores tuvieron que emigrar. La niñez quedó a la buena de Dios.

Tampoco se trata de aspirar a un bienestar parecido a la utopía que, equivocados o no, soñamos tantas generaciones desde el siglo pasado. Y para golpearnos más, apareció lo inesperado, perturbador de la tranquilidad de lo que somos, pese a que debimos ser distintos. La pandemia no perdona al planeta al acosar la economía y el bienestar sicológico de todos, pero tiene mayores repercusiones en los que históricamente han sido los más golpeados.

Toda esa historia triste de dramas y tragedias que impulsan a pensar que lo mejor es olvidar. Como que recordar lo negativo nos convirtiera en solución del problema. Y esto no se refiere solo a El Salvador, la crisis es planetaria. Eso no obvia preguntarnos qué pasará con los países del Triángulo Norte, donde los más pobres buscaron un destino mejor en las caravanas de migrantes, con la gravedad que la población urbana se sumó a las tragedias de los campesinos pobres.

No se puede evaluar el bienestar social por el PIB: Panamá y Uruguay, superan a El Salvador unas cuatro veces. Costa Rica tres veces, Cuba casi dos veces; Ecuador, Paraguay y Perú, nos superan una vez y media. Pero todos pertenecemos a países del Tercer Mundo. Y si no pudimos evitar las décadas pérdidas, porque han sido varias, en perjuicio de los más vulnerables; si no superamos la postguerra, será más difícil defendernos de la post pandemia que afecta ya a todo el mundo, ocasionando lo que se llaman una mega crisis. Por no ser solo económica.

A este respecto comento en breve planteamientos del filósofo y musicólogo chileno maestro Gastón Soublette, a quien en Chile le llaman el jefe de la tribu. Como decir el sabio.

Para Soublette el COVID-19 es una pandemia que fractura peligrosamente al mundo, en todas las manifestaciones humanas, en especial los sentimientos, no solo por el pánico, sino porque también ha generado frialdad ante la muerte. Incluso en personalidades impensables desde sus estrados políticos más poderosos, lo cual hace más grave la crisis convirtiéndola en mega crisis, ante los vacíos de atención a la emergencia. «No se educó para cuidarse de la pandemia», dicen algunos para justificarse, como si no hubiese habido por décadas tantos vacíos en educación. O se argumenta los millones de muertes en otras pandemias: viruela, VIH, el cólera.

Mega crisis, porque abarca lo sicológico: miedo y soledad que producen angustia, depresión, abusos, anulación de valores culturales ante los duelos familiares. Porque la pandemia afecta la espiritualidad y los estados anímicos, aunque algunos no lo adviertan. Todo esto nos debe llevar a la reflexión «que la humanidad no puede ni debe seguir igual. Necesitamos cambiar espiritualmente, emocionarnos por los otros y sensibilizarnos ante los deterioros del medio ambiente», dice Soublette. Es más difícil, afirma, revertir el daño medio ambiental cuyo gran efectos proviene de las potencias planetarias, que solucionar las afecciones sicológicas y la frialdad ante las situaciones anímicas. Sobre la naturaleza, incluso artistas y dirigentes vienen advirtiendo los daños a la naturaleza (Salarrué, en Carta a los Patriotas (1932) o el Jefe Seattle en el siglo XIX).

Soublette, crítica a la sociedad industrial «que presiona, exige, amenaza y obliga a una vida exterior. Pero el bienestar que nos parecía deslumbrar ha devenido en fracaso». Y necesitamos resaltar en la persona sus buenos sentimientos, y no «valorar el desarrollo humano por su fuerza de rendimiento». Tenemos que darle oxígeno a la vida con «un paradigma cultural que nos lleve a encontrarnos cada quien consigo mismo». Lo cual es un llamado a la educación humanística.

Aunque como espiritualista pareciera que Soublette exige una utopía. Pero a lo que se está oponiendo es a los analistas que se ponen en contra del deterioro ambiental afirmando que «solo debemos preocuparnos por el presente y no en lo que ocurrirá dentro de cincuenta años».

Es aquí donde se ve que pasado y presente se dan la mano para crear un futuro conviviente y no un mundo deteriorado que repercute en pánico y fatalidad. Conocernos a nosotros mismos para valorar la vida de los demás, aun los que no han nacido.

Cuando Alberto Masferrer condicionó el desarrollo a alfabetizar y a escribir (no a dibujar signos, ni a repetir sonidos elementales sino comprender y expresar ideas, conocer para desarrollarse como ciudadano) hablaba por los que no habían nacido, ese futuro que también fue presente para él.

Como decíamos, no se trata de aspirar a una utopía, que, como sabemos, es como el horizonte, que entre más caminamos hacia él, más nos alejamos (Galeano). Pero sí estar seguros que la humanidad creativa, ahora desde los medios tecnológicos debe ser consciente de que dependemos de nosotros mismos para que la venidera post pandemia traiga un cambio planetario. Esto depende de exigirnos una posición noble y profunda, impulsadora de transformaciones sanitarias, educativas, y culturales, para beneficio social de todos. No solo mirarnos en el espejo de la propia prosperidad.

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