Escribiviendo

Reflexiones en la Biblioteca Humana

Varias repreguntas: ¿habría una manera de sistematizar las artes, y con ellas la poesía en el sistema educativo? ¿O es locura utópica por la inversión?

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En mi práctica de lo que se llama Biblioteca Humana, dirigido en especial a jóvenes, los escritores futuros, alguien me pregunta: «¿Puede decirme cómo lograr calidad en lo que se escribe, en cuento y novela?». Le doy la respuesta usual: «Primero, leer; segundo, leer; tercero, disciplina». Otro repregunta sobre lecturas recomendadas. Le doy cinco nombres con los cuales yo comencé a aprender narrativa. Basta leer un solo libro de Horacio Quiroga: «Cuentos de Amor, Locura y Muerte»; otro de Juan Rulfo, «El Llano en llamas»; y uno de J. D. Salinger, «Nueve Cuentos». Culmino afirmando que de ser posible, leer todos los cuentos de Julio Cortázar, de Edgar Allan Poe y de Antón Chéjov . El joven no los conocía y se dedica a cuentos de fantasía, misterio y horror. Claro, se trata de chicos de la generación de centennials, menos de veinte años.

Otro pregunta. «¿Por qué es importante la lectura?» Le repetí las palabras del peruano Premio Nobel Vargas Llosa: «Leer para no ser engañados… (para) que la lectura siga viva o el mundo será más pobre». Insiste: «¿Y para qué escribir?». Reitero con el mismo escritor peruano: «La época vive un drama y los escritores estamos moralmente obligados a darle a la literatura la presencia crítica que siempre ha tenido… la democracia no podría vivir sin ese espíritu».

Un joven me pide recomendación de un novelista revolucionario. Le digo que es un escritor conservador, pero un gran novelista transforma, eso es revolución. Menciono sus cuatro noveles que, además de recrear proporciona, conocimiento histórico: «La Guerra del Fin del Mundo», «Cinco Esquinas», «La Ciudad y los Perros» y «El Sueño del Celta».

Una joven pregunta si es negativo leer en el teléfono. Por supuesto que le dije que no, aunque hay diferencias, pero los beneficios de la lectura son los mismos. Excepto por sus letras pequeñas, algo que se compensa por contar con una biblioteca privada de bolsillo. Medité un poco esta respuesta. Pese a que no soy sino un pre-baby boomers, un don nadie de la tecnología, aunque usuario de ella, agregué la diferencia entre lectura con soporte en papel y la digital. Depende cómo uno se sienta cómodo leyendo.

Otra joven me pregunta sobre poesía, si debía preocuparse por no tener lectores y de ser una profesión sin porvenir. Di el ejemplo de otro Nobel, el mexicano Octavio Paz, también conservador pero lúcido ensayista, y buen poeta, quien al referirse a los pocos adeptos de la poesía, dijo que a él le bastaba cien lectores para sentirse realizado, porque estos cien se comunicarán de manera constructiva e innovadora con otras personas que podrán adquirir similares valores, sea que tengan oportunidad o no la tengan de un libro de poemas o de cualquier otro género. De mi parte agrego que la poesía debe ser un quinto elemento más que debe promoverse en la vida, al igual que la música instrumental. No hay límites de edad o de generaciones en el universo.

Luego, le cité al poeta argentino y universal, bibliotecario por antonomasia Jorge Luis Borges: «La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz… El libro es el único cuerpo inerte que posee alma… ni la poesía, ni la literatura cambian la sociedad, ni las vidas en el término filosófico. Pero puede cambiar la conducta del individuo, factor de la sociedad, su participación como oyente (o lector) lo forma en el gusto estético que repercutirá en otros». Coincide con Paz.

Varias repreguntas: ¿Habría una manera de sistematizar las artes, y con ellas la poesía en el sistema educativo? ¿O es locura utópica por la inversión? ¿O solo pensarlo es una bobería? ¿Qué dirían los políticos que aprueban los presupuestos?

Otra joven se refiere a las distracciones de la tecnología. «¿Cómo serán los educadores que nos recibirán cuando entremos a la universidad?». Le respondo con las ideas de la educadora Emilia Ferreiro: Que el sistema escolar es de evolución lenta; ha sido muy poco permeable a cambios que la afectan con la tradicionalidad de siglos. Y le menciono un ejemplo que Ferreiro alude: «Cuando apareció el birome (así llaman los argentinos al bolígrafo), la primera reacción del sistema educativo fue «eso no va a entrar acá porque arruina la letra; y la escuela le hizo la guerra a ese instrumento: una guerra perdida de antemano (…)». Lo mismo sucedió cuando aparecieron las calculadoras de bolsillo, se dijo: «Eso va a arruinar el cálculo escolar y no van a entrar»; pero entraron con mucha dificultad, hasta que en algunos lugares descubrieron el uso inteligente de la máquina de calcular. Reafirma: «La institución escolar siempre ha sido muy resistente a las novedades que no fueron generadas por ella».

De acuerdo con Ferreiro, le digo a la joven, los cambios son demasiado lentos, por eso es difícil percibirlos, una evolución lenta de ideas se convierten en añejas ante las nuevas generaciones. Es seguro que nos quedaremos sin la escuela que ahora conocemos.

A ese propósito, digo, el argentino Borges, hace más de medio siglo, intuyó un planteamiento innovador como docente de literatura: «Nunca hice una pregunta en el aula… tengo ese orgullo, uno de los pocos de mi vida, de no hacer preguntas. Yo solía decirles a mis estudiantes: …háblenos de Shakespeare, háblenos de Oscar Wilde, háblenos de Bernard Shaw». Decían lo que pensaban, y no les interrumpía. «No preguntaba una sola fecha, pues yo mismo no las sé… y los alumnos siempre dieron buenos exámenes, porque se interesaban por el tema».

Finalizo la sesión de la Biblioteca Humana: ustedes deben preguntar al docente lo que desean saber de Salarrué, o de Claudia Lars, de Masferrer, Gavidia, Ambrogi, o de Dalton. Que el estudiante comprenda el drama de la humanidad a través de sus escritores es una cultura que será útil en las proyecciones sociales del profesional, sensibles ante los otros. Deben ser los buenos pastores de una sociedad distinta, no rebaño.

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