Escribiviendo

Reflexiones desde una literatura personal

Debemos reconocer que los salvadoreños estamos en todas partes, y más ahora con los nuevos tiempos de cuarta y quinta generación tecnológica.

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En 1986 tuve la oportunidad de publicar en inglés la primera edición de mi novela «Cuzcatlán donde bate la mar del sur». Salió al mismo tiempo en Londres y en Nueva York y, posteriormente, en Bonn, Alemania. Algo inusual para un escritor centroamericano. Posteriormente se editó en español, en Costa Rica y Honduras. Y 12 años después se publicó en El Salvador, aunque sin mi autorización; no lo reclamo, solo señalo una paradoja, dada nuestras realidades, por lo general trágicas, por lo cual no es fácil ponderar el júbilo.

Pese a todo, debemos reconocer que los salvadoreños estamos en todas partes, y más ahora con los nuevos tiempos de cuarta y quinta generación tecnológica que el pensamiento transgrede fronteras, nos consideramos ciudadanos del mundo por capacidades propias u obligados a huir de los dramas vitales, para buscar un destino, llámese felicidad o desgracias (pienso en la niñez, pienso en Valeria y Óscar Martínez).

Esa vocación de éxodo me hace recordar en la India a dos parejas salvadoreñas con sus respectivos niños y niñas, propietarias de una escuelita en español, cuyos estudiantes y maestros me concedieron el honor de invitarme a un almuerzo. «Somos biólogos, pero la necesidad nos hizo maestros en Calcuta«, me dijeron en una visita que hice para presentar un libro en aquel país. Como vemos, nuestra gente es bella.

Pero volviendo a «Cuzcatlán donde bate la mar del sur», mi tendencia a hacer novela histórica me ha vuelto en cierta forma un privilegiado, pues por ellas despierto un afán por conocer un país pequeño y de corazón grande, pero también desfallecido por dramas y tragedias.

La obra, poco conocida en El Salvador, despertó emoción en las editoriales arriba mencionadas, incluso se produjo una película documental con apoyo de la BBC de Londres y Channel Four de Inglaterra. Se trató de una época de oro literario propiciada desde Costa Rica. Por eso decía, las diásporas (el éxodo, las huidas) producen hallazgos y tragedias. Es como jugar a la ruleta rusa, caso de las caravanas que parten de nuestro llamado Triángulo Norte.

De mi parte he aprendido a fortalecer mi espíritu regional después de descubrir la Guerra Patria Centroamericana que me llevó a escribir la novela «Así en la Tierra como en las aguas», (EUNED, 2018). En fin, los recuerdos son historia, y es una veta para el escritor. Permiten descubrir con propiedad que el pasado es presente y futuro a la vez (es el actual milagro de los pueblos asiáticos, hace poco asolados, y ahora de reconocido desarrollo). Pero hay algo más, esos recuerdos deben culminar con la búsqueda de la trascendencia social, y de ahí la importancia de la obra literaria que por lo general no tiene edad (excepto los llamados «best seller«, que pueden ser flor de un año).

Esas evocaciones me han llevado a escribir novela histórica sin proponérmelo, pues partí hacia dicho género desde mi posición de conocer la poesía desde niño. También es histórica «Caperucita en la zona roja», y una última novela que tuvo reconocimiento de trascendencia en Nueva York (2007). Libro que se mantiene inédito, dadas nuestras explicables y lastimosas penurias en el ramo de las publicaciones. Esa obra tiene que ver con los orígenes de una violencia que se vuelve difícil afrontarla por su gran permanencia en nuestra rutas siniestras de tragedias y que por eso hacen parecer la violencia como una señal arraigada de cultura nacional. Creo que no nos hemos apropiado de lo que mencioné arriba: que los tiempos pasados son los tiempos de siempre. El cohete que nos lleve al futuro no va a arrancar sin el combustible fósil del pasado y el presente.

Con esos antecedentes un amigo, maestro universitario y fundador de talleres de literatura, me aconsejó dedicarme a escribir, agradezco el consejo pero esa labor me apropié desde mis 12 años, en San Miguel, cuando en cuarto grado comencé a descubrir las claves del poema hasta llegar a la novela. Por ejemplo, esa obra mencionada de 2007, no hubiera sido posible sin escribir en mis viajes y en mis fines de semana. En otra de ellas: «Los poetas del mal», decidí cerrar con una nota final que dice: «Noches de Antigua Guatemala, aeropuertos y hoteles de Chicago, Lisboa, Managua, Panamá, Bogotá, Estocolmo, Chile, Argentina, Madrid. Y días aciagos de San Salvador, 2001-2003″. Lo escribí para mis colegas directores de Bibliotecas Nacionales por mi aparente insociabilidad, por no poder acompañarlos a las recreaciones nocturnas después de largas horas de trabajo en reuniones iberoamericanas. Dada su fraternidad, me entendieron. Gracias por comprender mis horas de trabajo literario.

Por supuesto que comprendo la sugerencia, escribo los fines de semana, asuetos, en «fiesta de guardar»; para escribir aunque sea una obra cada cinco u ocho años una obra sobre las realidades que me asombran. Por eso no es contradictorio escribir para no publicar. Hay que resguardar algo para el futuro, para que los nietos del jaguar conozcan su pasado, aunque no siempre fue mejor; pero ayuda a reconstruir en todas sus dimensiones el bien común, relacionado con el sueño de lograr una Centroamérica distinta, sin niños y niñas prisioneros en el extranjero por huir de la muerte nacional.

Reflexión primera: pese a las dificultades que tiene el oficio de escribir es importante fomentar el poder de la palabra. Poder que me permite reiterar: nunca he viajado con viáticos, ni pasaporte oficial, ni pasajes pagados por GOES. Mis gastos deben ser financiados por la entidad organizadora. Consciente de nuestras penurias culturales.

Reflexión dos: ante la tragedia de Angie Valeria y Óscar Martínez, repienso ¿qué estamos haciendo todos para dignificar a nuestra gente, niños, jóvenes o ancianos?

Reflexión tres: ¿por qué decido donar mi biblioteca para el Museo Roque Dalton? Porque él debe estar con sus hermanos de literatura, no solo mi persona sino Escobar Velado, López Vallecillos y Roberto Armijo. Todos con un lema para su vocación «no puede haber estética sin ética social». Autenticidad hasta el fin.

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