Escribiviendo

Por quién doblan las campanas

La compasión nos permite empatía. Y esta es generadora de paz interior, la ruta más corta para la convivencia.

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Esta mañana recordé al novelista norteamericano Ernest Hemingway. Ante esa duda responde: «Doblan por ti, porque la muerte afecta a la humanidad». Lo que pasa ahora es peor: doblan por el planeta. Recordé al novelista, porque cada amanecer escucho las campanas de la iglesia cercana, en el popular Zacamil. Un día de estos, le pregunté por esos sonidos tristes a una vecina que vive en la zona desde hace treinta y cinco años.

Me respondió: «Es por los muertos, pero, en tiempos de la guerra, lo que sonaba eran las bombas desde aviones y helicópteros; mi esposo era visitador médico, salía por la mañana y regresaba por la tarde; un día, no regresó, me quedé con mis tres hijas pequeñas». La empresa le ayudó con dos becas para terminar la primaria. «En esa época no había ayuda, cada quien enfrentaba la muerte a su manera». Cambió la conversación y me dijo: «Usted tuvo suerte, porque no vivía aquí». Me emocioné, porque estas historias son mi patria literaria, lo que vivifica. Porque patria somos todos incluyendo la naturaleza, como dice Salarrué, los vivos y los muertos.

Por muchos años, mi vecina esperó que llegara el padre de sus hijos. «Nunca regresó, y, aunque el dolor se mitiga, es difícil neutralizar la emoción». El problema eran sus niñas. Se puso triste. «Las cuatro lo esperábamos todos los días a la hora de la cena». Ella presentía lo peor, por primera vez no llegaba a la hora. Han pasado casi treinta años, ya no esperan nada. «Uno se acostumbra, la mente tiene el poder de borrar los recuerdos hasta convertirlos en resignación».

Esa plática me inspiró a escribir estas líneas.

Porque el recuerdo es historia. Y si vivimos una historia, o la conocemos, nos apropiamos de emociones constructivas. Entre ellas, la compasión, que implica comprender el dolor ajeno, incluso asimilar ofensas, si sabemos que quien ofende podría tener una razón; entender las emociones reactivas de quien sufrió heridas sin que nadie se preocupara. «El muerto al hoyo y el vivo al bollo», me dijo la mujer, parte de esa patria ofendida.

La compasión nos permite empatía. Y esta es generadora de paz interior, la ruta más corta para la convivencia. Es un valor que inhibe la pena propia, para entender el dolor de los demás. Y esto lleva a la tolerancia social. Mitiga los odios, lo cual favorece la felicidad íntima y nacional. Comprendiendo las reacciones de los ofendidos. Esa empatía generada produce convivencia.

Cuando mi vecina me habla de tiroteos terrestres y aéreos, se me vienen a la mente los documentales de la Segunda Guerra Mundial. El bombardeo a Conventry, en Inglaterra, acción bélicaa la que los alemanes dieron un nombre poético: «Sonata a la luz de la luna», nominación estética tenebrosa. Pero la respuesta posterior contra Alemania fue más apocalíptica: en Berlin, Hamburgo, Kassel, Dresde, borradas del mapa por «tormentas de fuego». Los niños y mujeres corriendo al sonido de las sirenas, obligados ante la emergencia a resguardarse en refugios, bajo el pánico producido por las sirenas que anunciaban el próximo bombardeo. Mientras, los hombres, en los campos de batalla, defendían las últimas migajas de un nazismo utópico que se les había vendido como milenario. Conozco esas ciudades, ahora son pujantes. Porque la esperanza no muere.

Aquellas sirenas que producían terror equivalen a las informaciones preventivas de ahora para defenderse del virus letal. De cuidarnos, sonarán menos las campanas anunciadoras de muerte. Las prevenciones salvan vidas. Y más, si se trata de un enemigo invisible que no avisa cuándo y cómo aparece, y que obliga a refugiarse como única defensa. Y no hay sirenas que me permitan saber que el dolor se acerca. Aunque sabemos que está a un paso.

Es un enemigo similar al parásito, porque no tiene vida propia y busca encontrar vida en las células humanas. Contra su guerra declarada solo vale la voluntad de las mismas víctimas propicias. Por paradoja, nosotros mismos somos el enemigo de los otros, como sujetos activos y pasivos de esta «batalla planetaria». Cada uno es el muro de defensa. Y a la vez el que victimiza al otro. De esta irrealidad no se salvan ni siquiera las grandes economías.

Pero así como las dos guerras mundiales del siglo XX terminaron rescatando las ciudades y economías, la humanidad actual tiene las fortalezas para derrotar al virus. Pero, para eso, necesitamos cultivar estados de ánimo positivo. Implica compasión, convivencia y sobrevivencia. No basta comprar terrenos para abrir fosos e instalar crematorios. Los hospitales colapsan y el personal ronda ya el martirio.

Hay pesimismo creado por las incertidumbres, pero no debemos olvidar las lecciones de humanidad que nos ha dado el mundo. La historia nos da certeza de que las guerras no terminan con los pueblos. El SARS-CoV-2 no vencerá.

En esta batalla, como dice mi amigo entomólogo e investigador, el costarricense Luko Hilje: «La inteligencia vencerá nuestros errores de irrespeto a la naturaleza». Pero debemos vencer al enemigo que llevamos por dentro; nuestros estados de ánimo y terquedades que incluyen indisciplina, ausencia de realismo para no deponer intereses personales que, sin proponerse, inhiben las alianzas contra el enemigo común.

Ante las debilidades pesa la mentalidad creativa que permite aislar al enemigo. Solo requiere la fortaleza de la voluntad, de la inteligencia, artificial o natural. También salvaremos golpes económicos, como sucedió en Japón, víctima del bombardeo atómico; o los alemanes que terminaron buscando comida en los basureros, y, ahora, son naciones pujantes. Los jerarcas nazis pagaron en Nuremberg con la horca o se suicidaron; aunque las mortandades son irreversibles.

Ahora, pese a difíciles batallas sanitarias, económicas y anímicas no hay criminales de guerra. Como metáfora comparo con guerra el asedio del SARS 2. Ya casi vencimos al VIH, la tuberculosis, la fiebre amarilla. ¿Entonces?

No me alineo con lo apocalíptico, ni con la consejería. Trato de mitigar un estado de ánimo ante las campanas doblando al amanecer. Mientras un sol emerge para ofrecernos vida.

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