Gabinete Caligari

Nuestra nueva vida virtual

Es difícil reinventarse cuando el sistema financiero local impone trámites excesivos, con la intención de controlar cualquier eventual forma de fraude.

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La inesperada aparición de la pandemia en nuestras vidas ha producido cambios, evidenciado vulnerabilidades e impuesto alternativas improvisadas para un sinnúmero de nuestros quehaceres cotidianos. Dentro de toda la desgracia que la situación supone, podemos sentirnos afortunados de contar con internet, una herramienta que no existía en las pandemias del pasado y que, mal que bien, representa una alternativa para sobrellevar la situación. Tratemos de imaginar lo que sería pasar las limitaciones del confinamiento sin acceso a fuentes de información o de entretenimiento.

Desde hace varios años se ha venido fomentando la conectividad por medio de servicios domiciliares y teléfonos móviles. Muchas de las actividades que hoy nos vemos obligados a hacer venían implementándose de manera muy lenta. La pandemia aceleró varios de esos procesos y nos vino a demostrar lo poco preparados que estamos en varios aspectos que, mientras no volvamos al nivel de sociabilidad anterior, continuarán siendo ejecutados desde nuestras computadoras o celulares. No estábamos listos para la educación, el trabajo o el comercio virtuales, por ejemplo. No lo estábamos en cuanto a conectividad, a equipos, a contenidos y a prácticas seguras. Tampoco lo estamos a nivel de legislación, de protección de datos ni de los derechos de los usuarios.

A pesar de que ya existían algunos servicios virtuales, sobre todo a nivel comercial, la desconfianza de los salvadoreños a hacer compras o transacciones en línea es todavía notoria. Los frecuentes casos de clonación de tarjetas de crédito o débito, han sido uno de los motivos por los cuales la ciudadanía se ha mantenido desconfiada y alejada del comercio electrónico.

A esta desconfianza natural, sumemos la calidad de los servicios de internet, que no llegan a la mayoría de la población y que a nivel técnico tiene numerosas deficiencias. Por otro lado, el acceso a internet no es gratuito ni barato y mientras más complejas son las exigencias de nuestro acceso a la web, mayor ancho de banda requeriremos, todo lo cual tiene un precio. Esta ha sido una de las enormes limitaciones a la hora de implementar actividades como la educación en línea, ya que no todos los hogares cuentan con acceso a internet o computadora ni tienen los recursos económicos para costear servicio y equipo de calidad.

En referencia a lo laboral, muchas personas han quedado sin empleo y los bancos planean otorgar créditos accesibles para pequeñas y medianas empresas, de manera que puedan afrontar el bache económico que supone la paralización de actividades de los últimos meses. Tomando en consideración que poco más de la mitad de la población se dedica al empleo informal, esta medida no será de acceso ni de beneficio general. Este tipo de préstamos no toma en cuenta a los trabajadores que, por la naturaleza de los servicios que ofrecen, trabajan de manera solitaria. Tampoco toma en consideración a quienes, buscando opciones para solventar sus necesidades económicas, han comenzado a vender productos y servicios, de manera individual.

Para quienes trabajan en diseño, redacción de textos, traducciones, etc., la posibilidad de ofrecer su labor fuera del país por medio de internet sería una opción a considerar, sobre todo si pensamos que la economía salvadoreña será una de las más golpeadas de la región por los efectos del coronavirus. Sin embargo, plataformas populares como PayPal no permiten hacer efectivo en el país el dinero que se recibe por esa vía. Esta plataforma es una de las vías más rápidas y menos engorrosas de hacer y recibir pagos, al tiempo que protege datos bancarios. Dos que tres comercios locales han comenzado a aceptar pagos por PayPal. Ojalá esta sea una manera de pago que se popularice y se acepte también entre otro tipo de negocios.

Hay empresas que a pesar de contar con aplicaciones o páginas web, y de ofrecer servicios primordiales para la población, no han sabido caminar al ritmo de la emergencia. Gestionar compras de los supermercados por medio de internet ha resultado ser una experiencia frustrante para muchos. Las compras tardan días y, aunque ya pagadas, no se entregan los pedidos completos resolviendo la falta de un producto con certificados de compra. Los supermercados se consideran un lugar de relativo riesgo para adquirir el virus y las personas suelen ir en grupo a hacer sus compras, pese a las reiteradas advertencias de que acuda solamente una persona por grupo familiar. Los supermercados deberían invertir en la agilidad de sus servicios electrónicos como una forma para prevenir el Covid.

La necesidad de abastecimiento, sobre todo de productos perecederos y abarrotes, ha promovido el surgimiento de varios pequeños servicios, con entregas a domicilio. Estos han llenado vacíos importantes, sobre todo para quienes dependemos del transporte público para movernos y para quienes queremos evitar salir lo más posible, como medida de prevención.

Ante el desempleo y las limitaciones actuales de la economía, escuchamos una frase que se ha convertido en lugar común: «hay que reinventarse». Pero la reinvención ni funciona ni se puede aplicar a todo tipo de productos y servicios, de manera idéntica. Es difícil reinventarse cuando el sistema financiero local impone trámites excesivos, con la intención de controlar cualquier eventual forma de fraude o porque desconoce la realidad de quien trabaja como free lance. También es innegable que entre los usuarios existe todavía resquemor para comprar en línea, dar números de cuenta para recibir pagos o acceder a nuevas pasarelas de pago, que todavía no son muy conocidas en el país. Estos factores son el reflejo del nivel de criminalidad al que hemos vivido sometidos durante años.

Lo cierto es que la pandemia ha acelerado nuestras formas de resolver múltiples necesidades y que, de manera inmediata, nos vemos inmersos en nuevas costumbres virtuales. Muchas de ellas seguirán siendo usadas hasta que tengamos alguna garantía de no contagiarnos en los espacios públicos.

También es posible que estos recursos a los que hemos tenido que recurrir se conviertan en prácticas permanentes y en el impulso imprescindible para la necesaria e impostergable modernización de las herramientas informáticas de nuestro país.

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