Gabinete Caligari

Nombrar y respetar el dolor

Como sociedad, tenemos que reconocer lo acontecido en nuestra historia. Nombrarlo. Dignificarlo reconociendo su existencia.

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El 6 de diciembre de este año, Wilfredo Medrano, representante de Tutela Legal «Dra. María Julia Hernández» denunció que el Instituto de Medicina Legal (IML) no mantuvo en buenas condiciones las muestras de ADN de los familiares sobrevivientes de la masacre de El Mozote y cantones aledaños. Dichas muestras, tomadas desde hacía tres años y que permitirían confirmar la identificación de 29 osamentas exhumadas en el 2016, se habían estropeado. Esto obligó a que los familiares tuvieran que someterse a nuevas pruebas de ADN.

Algunos de dichos familiares se manifestaron molestos, porque esperaban poder recibir los restos de sus fallecidos durante la conmemoración del aniversario de la matanza. Hacer las nuevas pruebas implica que comenzará otro ciclo de espera para culminar el trámite de la identificación.

Aparte de la inoperancia del IML, lo primero que pensé es que ese descuido en el mantenimiento de las muestras es una profunda falta de respeto hacia los familiares y su dolor. Es no reconocer ni dar importancia a ese dolor. Y menciono estos aspectos subjetivos, el respeto y el dolor, porque creo que nos hace falta mucha humanidad en lo que al tema de la masacre de El Mozote, y a todas las demás matanzas de la guerra, se refiere. ¿Por qué, durante tres años, nadie se dio cuenta de que esas muestras no estaban siendo conservadas de la mejor manera posible? ¿No se considera un caso urgente y prioritario lo de El Mozote?

Un par de días después de la noticia del ADN, el periódico digital El Faro y el programa Focos presentaron tres extensos reportajes sobre otras masacres ocurridas en el país durante la guerra. Uno de esos reportajes habla sobre uno de los temas tabú dentro de la ex guerrilla salvadoreña: los asesinatos ordenados por el comandante Mayo Sibrián contra gente de su misma organización, entre 1986 y 1991.

El abogado Pablo Parada Andino, ex comandante de la Fuerzas Populares de Liberación (FPL) y una de las cinco organizaciones que conformaron el FMLN durante la guerra, lleva años empeñado en dar a conocer estas muertes. Ha logrado juntar y unirse a deudos de los ajusticiados por Sibrián para impulsar la denuncia correspondiente ante la Fiscalía General de la República.

Para el FMLN, el tema de Sibrián siempre resultó incómodo. Se dijo que había perdido la razón y que por eso mandó a matar a cientos de guerrilleros, colaboradores y pobladores de las zonas de control, porque veía espías y enemigos en todas partes. El asunto se dio por zanjado con el fusilamiento de Sibrián en 1991, cinco años después de que comenzaran las muertes.

Otro de los reportajes de El Faro/Focos, «La masacre ignorada del río Lempa», habla de la muerte y desaparición de casi 200 personas, la mayoría población civil, por parte de miembros del ejército que habían sido enviados para eliminar una célula guerrillera de 40 miembros, ubicada en Santa Marta. Sobre estas muertes en el Lempa, la Comisión de la Verdad apenas escribió tres líneas en su informe final sobre la guerra en el país. Otras masacres, con menor número de muertes, ni siquiera fueron registradas en dicho informe.

Los habitantes de Santa Marta realizan en marzo de cada año una peregrinación desde el pueblo al lugar en el río donde se dio el suceso. Es un día de convivencia entre la comunidad, pero también un día de dolor y recuerdos que todavía humedecen los ojos de quienes lo pueden contar. Estas masacres son menos conocidas, pero su dolor y su realidad siguen teniendo el mismo efecto entre los sobrevivientes y las generaciones que crecieron a su sombra.

Somos un país donde los vivos nos dedicamos a buscar los huesos de muchos muertos. Muertos de hoy y muertos de ayer. Los de las masacres de la guerra. Los de los desaparecidos. Los de los cementerios clandestinos. Un país lleno de huesos. Un país lleno de dolor. Un país lleno de memorias difíciles que deben ser nombradas para poder ser expiadas.

Si en El Salvador aprendiéramos a respetar el dolor ajeno, podríamos tener un ambiente menos ideologizado para crear espacios colectivos y hablar de esos traumas, dejando de lado las diferencias y partiendo de lo común: el dolor que nos une. Identificar los dolores que nos causó la guerra, nombrarlos. Asumir la responsabilidad ética de los mismos. Hablar sobre ello, que las víctimas puedan nombrar su dolor en voz alta, ponerle palabras, nombres y apellidos. Hablar de la culpa, de la rabia, de las pérdidas. Hablar de nuestra guerra y del por qué nos matamos de la manera en que lo hicimos, muchas veces con toda crueldad.

Hay dolores que jamás terminan, que no podrán sanar jamás. Hay dolores demasiado profundos y complejos, que dejan secuelas interiores con las cuales sólo queda aprender a convivir, porque estarán ahí siempre. Hay dolores que incluso se heredan, de generación en generación, a través de conductas condicionadas, de silencios, de secretos familiares o de verdades dichas a medias.

Hablar del dolor, señalarlo, implica también sacudir la culpa del sobreviviente. Es otorgar dignidad a eventos que, de manera personal o colectiva, hemos aprendido a callar o nos han obligado a callar.

No sé qué tan cierta sea la premisa de que al conocer la historia podremos evitar que ocurra de nuevo. Esto lo digo a la luz de los eventos mundiales que nos hacen ver un lamentable auge de movimientos neo nazis, autoritarios y fascistas, como si volviéramos a comenzar todo de nuevo. Como si no existiera el pasado. Como si no hubiéramos aprendido nada de la historia. Hay quienes niegan el Holocausto y también hay quienes niegan El Mozote o quienes justifican aquellas crueles acciones.

Como sociedad, tenemos que reconocer lo acontecido en nuestra historia. Nombrarlo. Dignificarlo reconociendo su existencia. Respetar la memoria de tantas personas que murieron muertes indignas, crueles, atroces. No importa de qué bando. No importa de qué ideología.

Daríamos un primer gran paso con sólo practicar el respeto al dolor ajeno.

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