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Literatura: periferia y mujer en la novela

Aspiro a proyectar a la mujer en la historia, no como heroína de inventiva; y menos objeto de intereses ofensivos, sino como la mujer en el tiempo dentro de una sociedad.

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En las entrevistas que me piden los jóvenes y docentes hay dos preguntas que nunca faltan, una es sobre la «Generación Comprometida». Y la otra, sobre el papel de las mujeres como personajes en mi narrativa. Dejo lo de la «Generación» para otra oportunidad y retomo al compromiso de dar voz a la mujer desde sus espacios de vida. De lo que estoy seguro es de que ambos temas tienen que ver con el proceso de desarrollo cultural. Y quizás eso le pone un acento didáctico a mis libros, pese a que todo escritor rechaza cualquier didactismo en su obra literaria.

En verdad, si acaso hay algo de didáctico, el mostrar una faceta de la mujer como agente cambiante de vida, no solamente un ser sin voz, o madre sacrificada que acepta que los otros decidan por ella, sino activa y participante, de acuerdo a las aguas del río social que no deja de fluir. Incluso en la madre hay transformaciones que implican una presencia más visible.

Al este respeto, tengo un poema titulado «Mamá» (publicado por 1978), en el que me gusta cómo queda completo con un epígrafe de mi buen compañero de letras el periodista, historiador, poeta y fundador de editoriales Ítalo López Vallecillos: «Si algún sentido tiene el concepto patria, hay que buscarlo en las madres de este país, ellas son sin duda la Patria ofendida». Frase de Ítalo que motivó posteriores personajes mujer en mi obra narrativa.

Dicho epígrafe me pareció muy apropiado al poema, y posteriores novelas: la mujer que simboliza la patria. Así, a la vez que inspiré a Ítalo al mencionar mujer y patria para referirse al poema, del cual ofrezco a mis lectores los primeros versos: «Mamá querida, oración por todos./Llena eres de gracia como las primeras lluvias que originan las primeras milpas». Esto como reconocimiento a quien alimenta desde sus senos, y con ello incide en salud, y rendimiento escolar. La madre a quien, pese a todo, se le impone una carga injusta de exclusiones.

Retomando el hilo, como se hace en Twitter, ya no me referiría a la mujer sacrificada, «o mujer maléfica», «ligera de faldas» (como la cultura patriarcal nominó. A la rosa de El Principito, Consuelo Suncín). Pienso en esa «patria ofendida» y que para compensar, por lo menos en los países del Triángulo Centroamericano, merecería cambiarse el nombre Patria por Matria, las humilladas en sus limitaciones, las que con modestias económicas, han hecho sobrevivir la población en esos países.

En resumen, aspiro a proyectar a la mujer en la historia, no como heroína de inventiva; y menos objeto de intereses ofensivos, sino como la mujer en el tiempo dentro de una sociedad que se distinguió siempre por el prejuicio y la desigualdad.

Se trata de manejar lo literario relacionándolo con un proceso de ubicación, un reconocimiento a las necesidades e intereses de la mujer en sus particularidades como persona, como agente de transformación social, y no el ser objeto para atraer una atención sesgada, sino participante directa en la vida social, económica y política. Tampoco se trata del ser despechado, o la madre sufrida, la mujer «mártir».

La mujer debe estar donde le toca estar, empoderada o empoderándose en sus decisiones. A los demás nos toca avanzar en cultura para garantizar espacios incluyentes.

Conozco mujeres que en su rol de madres concilian la vida familia con la vida laboral, no importa si son criticadas hasta por la misma familia extendida; ellas rompen con paradigmas, cumplen con las exigencias del trabajo y a su vez garantizan el bienestar de sus hijos e hijas haciéndose acompañar de ellos en sus labores. En fin de cuentas la mujer orienta en la formación inicial, sin edad límite para comenzar su función, puede ser desde el vientre materno o desde sus primeros meses. Es la que asume las obligaciones vitales, aunque la cultura tradicional le resulta difícil reconocerlo con hechos. De esta manera de educar hay frutos, en mágica conciliación entre trabajo y responsabilidad familiar. Es otro diferente caso cuando la mujer trabaja en casa sin percibir salario sin reconocimiento a su aporte en la productividad del país, no obstante que las labores hogareñas hacen que cada quien tome sus responsabilidades ocupacionales aunque la madre no se devengue sueldo.

Además, tiene la ventaja histórica y función orgánica natural, y privilegio maravilloso, de procrear, en el mal nominado «producto» o embarazo, toda una ventaja de la naturaleza, aunque tanto hombre como la mujer son los que resultan embarazados. Otra cosa es que la cultura patriarcal solo atribuya el embarazo a la madre y la responsabilice si dicho «producto» no llega a feliz término. Al respecto, les invito a leer «Los poetas del mal», mi novela con temática de la mujer arraigada y desarraigada de su entorno social que me permitió destejer sus emociones de historia personal y colectiva. ¡Una reedición, please! Además, tiene otro privilegio de la naturaleza consistente en que solo ella tiene otro privilegio de darle un futuro de sanidad temprana, como es el hecho de amamantar, el acto más humano en el desarrollo de salud integral futura.

De modo que si la narrativa es pasión, debe ser pasión por visibilizarla en su historia íntima de necesidades e intereses comunes, en su participación para el cambio social, lo que da la pauta al crecimiento, incluyendo sensibilización y salud preventiva al nuevo ser, cuando con su calor compartido por el cuerpo materno otorga uno de los valores más fundamentales de la humanidad: la sensibilidad fortalece una vida digna. La cultura tecnológica debe promover ese proceso que previene las desviaciones violentas y las depredaciones sin sentido.

Nota.- Agradezco a docentes universitarios de los EUA por sus invitaciones este año y el próximo que me permiten conmemorar cuarenta años de «Un día en la vida», semilla germinativa literaria donde la mujer es personaje de la sociedad en transformación.

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