Escribiviendo

Lectura, libros y cambios

«Fue una noche terrible. Fui al cuartel policial, yo vivía en Santa Ana, y lloré con mis estudiantes».

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En estos tres meses del 2020, de estricta cuarentena, tuvimos que limitarnos en conmemoraciones, relacionadas con cultura, libros y autores. Entre ellas: Celebración del 85 cumpleaños de Roque Dalton, y aniversario de su muerte (10 y 14 de mayo, respectivamente); Día Internacional de la Poesía (marzo 21); Día de la Diversidad Cultural para el Diálogo y Desarrollo; Día de la Innovación y la Creatividad (21 de abril); Día del Bibliotecario (mayo 25). Son detalles para un registro histórico de este año de pandemia. Los analistas internacionales auguran cambios post crisis mundial.

Algo he mencionado otras veces sobre cambios y reitero anécdotas, porque adquieren actualidad, nos llaman a pensar en prioridades y decisiones relacionadas con políticas públicas. Por vocación y funciones, los cambios que me interesan son en lectura y libros. En el futuro dicen los expertos «ya no seremos los mismos», en todas las áreas de la sociedad. Para no teorizar, apropiándome de Goethe en su famosa frase sobre lo teórico y la vida, reitero relatos críticos sobre vacíos en lectura.

Veamos algunos ejemplos que, si los analizamos con sensibilidad educativa, debemos ocuparnos: un poeta, maestro, y promotor de talleres literarios viene cada mes desde Morazán a San Salvador. Uno de sus pasatiempos es visitar librerías, aunque su sueldo solo alcanza para leer las solapas. Un día se vuelve sospechoso, porque no compra. «Mire director –me dice refiriéndose a mi cargo de Director de la Biblioteca Nacional-, me amenazaron con que no volviera, porque llamarían a las autoridades». Lo habían reportado como visitante que solo llegaba a curiosear los libros.

Este mismo docente trajo a la Biblioteca Nacional a sus alumnos de noveno grado para hacerme una presentación privada del primer cuadro de «Luz Negra», de Alvaro Menén Desleal. Impecables los jóvenes, sin vacilaciones en los diálogos. Ofrecieron presentarla al público una vez tuvieran preparada toda la obra .

Tuve una experiencia similar a mis catorce años. Visitaba la Biblioteca Pública de San Miguel porque comenzaba a interesarme en leer novelas, después de conocer Los Miserables y Crimen y Castigo, etc. Pedí al bibliotecario novelas de esos dos autores, pero mi petición, a los 13 años, me hacía sospechoso, y él me ofrecía libros acordes a mi edad. Insistí en mis peticiones. Pero creyó que el joven desgreñado se burlaba de él, quien sí andaba bien peinadito. El problema fue que me ofrecía revistas como «Selecciones» o «Life» en español. A las que mi tío – el abogado y matemático, Tarquino Argueta-, estaba suscrito y yo, al salir de la escuela, pasaba a leer a su casa. «Gracias, esas revistas ya las leí». En San Miguel de la época, eso parecía imposible. Mi respuesta lo llevó a prohibirme entrar a la biblioteca.

Otra: le pregunte a la directora de la Cámara del Libro de nuestro país por qué en Panamá se pagaba un dólar por entrar a la Feria del Libro, y, entre nosotros, ni gratis teníamos visitantes. Me respondió molesta: «Cómo vamos a compararnos con Panamá, si su Feria es inaugurada por el presidente, y, en El Salvador, no la inaugura ningún funcionario de jerarquía». Otra vez, en Nicaragua, me presentaron a varios ministros en los festivales de poesía realizados en la calle. Luego, departimos una recepción escuchando chascarrillos «colorados» del presidente Arnoldo Alemán, en Casa Presidencial de Managua.

Una maestra de un Instituto Nacional de Occidente, incluyó una acción innovadora, entusiasmando a sus estudiantes de bachillerato de hacer una película. Los jóvenes seleccionaron mi novela Un día en la vida. Consultaron en Internet para conocer técnicas de tomas, sonido, y detalles básicos para su trabajo de graduación. Los coordinaba su maestra, Yessenia.

Me cuenta: «Una noche, me sonó el teléfono». «Si, diga». «¿Es usted la profesora Yessenia?». «A la orden». «Le hablo de la policía, aquí tenemos detenidos a sus alumnos por andar promoviendo la guerra. Debe venir a dar declaraciones». Se quedó sin voz, era su mejor grupo en su tiempo de maestra. «Me explicaron: y por vocación y por funciones estaban realizando un simulacro de guerrilla con armas de juguete y uniformes militares en la casa de uno de los jóvenes». Alguien llamó a la policía y capturaron a los adolescentes haciéndolos desfilar en calzoncillos. Antes, en la casa, los golpearon y tiraron al suelo ante el horror de sus familiares.

«Fue una noche terrible. Fui al cuartel policial, yo vivía en Santa Ana, y lloré con mis estudiantes». La acusaron de promover la violencia al leer esas obras. «Me obligaron a mostrar los programas de estudio o me acusarían de delito». Sucedió después de la firma de los Acuerdos de Paz, 2011. «Desde entonces odio el cine», me dice.

Lo mismo ocurrió con técnicos y universitarios de la UCLA, EUA. Visitaban El Salvador para filmar el documental «Poetas y volcanes», sobre mis poemas y literatura. Aquí no había disfrazados de soldado, ni armas de juguete, les llamaron la atención las cámaras de cine y los «cheles» entrando y saliendo de una casa de los padres de la productora salvadoreña-americana; la casa fue cateada y los capturaron. Nunca explicaron el motivo (2010), en pleno siglo de la información y el conocimiento.

Por último, para no cansar, fui invitado por la Academia Nacional de Seguridad para ofrecer una charla sobre lectura. Llegué a la Academia y desde el portón de entrada me llevaron a una habitación. «Espere ahí, vamos a consultar». Comencé a preocuparme, recordé los tiempos de pre guerra. Llegaron varios agentes y me dijeron que no podía dar ninguna charla. Les dije que tenía una carta de invitación, se las mostré. «El director revocó el permiso». Y yo había viajado desde San Salvador a otra provincia. Un año después, me llegó nueva carta de invitación. Acepté. Apropiado de que «todo cambia». Se disculparon. Vemos ahora su sacrificio por la seguridad en emergencia y el futuro que nos pide trabajar juntos por la cultura con objetivos claros; hay que sensibilizarnos con educación integral e invertir para ahorrarnos costos económicos de una crisis mundial.

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