Escribiviendo

Las cuatro vidas de Roberto Armijo

«Yo amo a Cuscatlán. Mientras vosotros habláis de la Constitución, yo canto a la tierra y a la raza, la tierra que se esponja y fructifica».

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Visité a Roberto Armijo unas cinco veces en su tercera vida. Cuando él vivía entre el barrio histórico de Montmartre (ver película «Amélie», y de Edith Piaf), a dos cuadras del Folies Bergere y el Moulin Rouge, ambos en plaza Pigalle, y a cinco cuadras de la basílica del Sagrado Corazón, cercana a la plaza de los grandes pintores, Picasso, Dalí, Matisse, que trabajaron en ese lugar (Place du Tertre). El poeta me recibió siempre con una botella de vino, el de más bajo costo entre los de calidad, el Côtes du Rhóne, acompañados con sopa de frijoles con hueso de cerdo. El poeta fue un gurmé de tercer mundo en París, donde vivió 27 años, su tercera vida.

Comentábamos su literatura y los dramas del destierro, lejano de la patria física y cultural que dejó en El Salvador. Patria que solo ofrece el refugio de los recuerdos, con nostalgias enriquecedoras; pero también tristeza por los desangramientos de la guerra. Esa que 50 años antes Salarrué asoció con terruño; pero la describe con ira en «Mi respuesta a los patriotas»: «Yo amo a Cuscatlán. Mientras vosotros habláis de la Constitución, yo canto a la tierra y a la raza, la tierra que se esponja y fructifica, la raza de soñadores y creadores que sin discutir labran el suelo, modelan la tinaja, tejen el perraje y abren el camino. Raza de artistas como yo…». Y que continúa golpeando en esta época hasta obligar a abandonarla. Así vio Roberto Armijo su patria en su tercera vida parisina.

La primera vida, testimonio de su infancia está expresada en «El Asma de Leviatán». La segunda la resume en los poemas publicados en la antología «De Aquí en Adelante», y en su poema al padre (Roque Dalton lo pone como epígrafe en su novela Pobrecito Poeta) y que comienza: «Una vez más la patria me duele dentro de mí…».

En esa primera vida ocurrió su primera muerte en Chalatenango, narrada en su novela. Nunca hablamos de esta muerte. Ocurrió cuando estudiaba la educación media. Los estudiantes del instituto, ahora llamado INFRAMEN, llegaron con coronas de flores a Chalatenango; pero los familiares salieron al encuentro de los jóvenes para que dejaran las flores en la calle, pues Roberto había «revivido».

Después de dicha resurrección comienza su segunda vida de limitaciones, grandes pobrezas, ¿cómo comprar libros para disfrutar su gran pasión de la lectura? Esa que como dije resume en poema dedicado al padre y en «De Aquí en Adelante». Entonces tuvo la suerte de encontrarse con dos personas que lo apoyaron en su temprano desarrollo intelectual. Sus maestros del INFRAMEN le dieron acceso a sus bibliotecas privadas, Alberto Rivas Bonilla y Ramón López Jiménez. Hizo otros amigos que lo apoyaron, caso Pepe Simán. También tuvo gran apoyo para paliar su enfermedad en su padrino, médico, miembro de las tantas Juntas Cívico Militares de gobierno (1961), José Francisco Valiente.

El drama juvenil de Armijo fue la dolencia de un asma cruel; y en esa época tenía tres hijos: Rabín (conocido como Claudio); Manlio (conocido por Juan, muerto en la guerra) y Roberto, abogado. También el poeta estudió Derecho. Solo hizo dos años por enfrentar las angustias económicas ante su familia temprana.

En su tercera vida de la diáspora en Francia procreó un hijo a quien conocí de tierna edad: Rodrigo Odiseas. Hay una fotografía en la Revista Cultura, número 121, 2017, junto a su madre y padre y este servidor.

Pasados los años Odiseas ya tiene tres hijos y uno de ellos se llama Manlio Armijo. Así es, el poeta Armijo proyectó ese nombre inusual al bautizar a su segundo hijo como Manlio Armijo (Juan); y éste tuvo otro Manlio Armijo, quien años más tarde nominó a su primer hijo con el mismo nombre. Creo que la patria real, y la nostálgica de la diáspora produce estas rarezas generacionales.

La muerte de Manlio, conocido como Juan, fue dolor constante del poeta Armijo, por la forma de su muerte, sus restos permanecieron varios días tendidos a campo abierto sin que nadie pudiera acercarse. Nunca lo superó su tragedia, y quiso resucitarlo en sus poemas, así como él mismo había resucitado para vivir su segunda vida.

En París, vivía rodeado de poesía. «En búsqueda de nuevos universos e historias de mundo… escuchando en sueños los bramidos de tigres y lágrimas…», leyendo los clásicos para conocer «la historia del mundo y el porvenir del universo». Los versos entrecomillados son de «La Tortuga Ecuestre», México, 1938, del poeta peruano César Moro, otro que sufrió destierro en Francia. Cito al peruano Moro, por ser de la misma nacionalidad que el poeta más amado por Armijo: César Vallejo, que murió «en París con aguacero».

Los tres poetas construyeron una patria de nostalgia, contrapuesta a esa patria terruño y dolida de Salarrué, no menos dolorosa que la patria llevada a rastras por desiertos, muros y crímenes. «Como si la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… ¡Yo no sé!», dice Vallejo para definir esa otra patria, que asoció a su cadáver triste, pero capaz de alzarse lentamente «para abrazar al primer hombre y echarse a andar», todos aquellos nacidos en el día «en que Dios estuvo enfermo», (Los Heraldos Negros, Lima, 1918). Versos de dos peruanos que nos rememoran resurrección y vivencias de Armijo en su primera vida.

La cuarta vida de Armijo inicia al morir, (1997), con la edición y reedición de su literatura. Por la que estaba dispuesto a ofrecer su sangre. Por esos poemas, teatro y ensayos escritos en el barrio parisino, y que ahora traspasan el tiempo, despierta para ofrecernos una cuarta vida de valores literarios.

Nuestro poeta lo percibió años antes: «Seré llevado a la muerte pero sobreviré, blandiendo mis versos, porque en ellos soy grande… y la Patria nos acogerá… como acoge un padre o madre a un hijo ciego…». Esa es la patria de la nostalgia; existente e inexistente

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