Gabinete Caligari

La sombra de una guerra

El Mercado Común Centroamericano se vio gravemente afectado a partir del cierre de las rutas terrestres de los productos por parte de Honduras.

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El 14 de julio de 1969 marcó el inicio de las acciones militares que dieron lugar a la guerra entre El Salvador y Honduras, conocida también como guerra de las 100 horas, guerra de la dignidad nacional o guerra del fútbol, este último nombre acuñado por el periodista polaco Ryszard Kapuscinski y el reportero jamaiquino Bob Dickens.

Ya se sabe que este último y desafortunado término coincidió con los partidos de fútbol clasificatorios para el Mundial de 1970, pero que las causas reales de la guerra tenían que ver con los intereses hegemónicos de los grandes terratenientes de ambos países. Se calculaba que en Honduras vivían unos trescientos mil salvadoreños, sobre todo campesinos y comerciantes, quienes buscaron en el país vecino las oportunidades que no tenían en el propio.

El entonces presidente de Honduras, general Osvaldo López Arellano, decidió emprender una reforma agraria para apaciguar una creciente tensión con jornaleros que exigían tierras para sembrar. La mejor manera de hacerlo, para quedar bien con campesinos y terratenientes al mismo tiempo, era enfocarse en las tierras donde se habían afincado nuestros compatriotas.

Por otro lado, datos de la época afirman que El Salvador dominaba el 30 % del comercio centroamericano, gracias al Mercado Común Centroamericano, y se había apropiado de parte importante del mercado hondureño desplazando a los industriales locales, quienes iniciaron protestas e incitaron a no comprar productos salvadoreños de ningún tipo.

Las tensiones políticas y comerciales entre ambos países culminaron con el rompimiento de las relaciones diplomáticas a finales de junio. Nuestros compatriotas comenzaron a ser expulsados de sus casas, a ser amenazados y asesinados. Un grupo denominado La Mancha Brava se encargaba de las ejecuciones, mientras un amenazante ambiente antisalvadoreño iba en aumento. Volantes y campos pagados en prensa escrita describían a nuestros connacionales como «ladrones, borrachos, vividores, maleantes y rufianes». La OEA, que comenzó a mediar para evitar el conflicto, era catalogada de «Organismo Encubridor de Agresores».

Muchos salvadoreños fueron capturados y mantenidos en lo que la prensa de nuestro país describió como auténticos campos de concentración. Otros comenzaron a retornar, muchos de ellos con apenas la ropa que traían puesta, dejando atrás todas sus pertenencias a merced del saqueo y la expropiación.

El gobierno del entonces presidente general Fidel Sánchez Hernández fue tomado por sorpresa. No estaba preparado para recibir a miles de personas que regresaban en una situación desesperada ni tampoco para lanzarse a una guerra. No había presupuesto ni logística para brindar la ayuda humanitaria que se necesitaba, trabajo que fue asumido por organizaciones benéficas, pero sin lograr dar abasto inmediato a los miles de expulsados de Honduras, cuya cifra total se estima fue superior a las 95,000 personas.

Para apoyar el gasto militar, la Asamblea Legislativa aprobó la emisión del «bono de la dignidad nacional». Los bonos, que estaban en el rango de los cinco a los diez mil colones, tenían una vigencia de 20 años y podían ser comprados por toda la ciudadanía.

Aunque el cese al fuego se dio de manera formal el 18 de julio de 1969, con la intervención de la OEA, se siguieron dando algunos combates esporádicos hasta el final del mismo mes. Las tropas salvadoreñas se mantuvieron en las posiciones ocupadas en Honduras hasta agosto. Las repatriaciones de salvadoreños continuaron durante el resto del año. Muchos de quienes retornaban venían con enfermedades como hepatitis y tifoidea, debido a las condiciones de hacinamiento e insalubridad en las que permanecieron detenidos en Honduras.

El retorno de todos aquellos expulsados hizo crecer los asentamientos informales que se venían formando en los núcleos urbanos de nuestro país y tensionó todos los servicios sociales desde lo habitacional hasta lo laboral. Esto fue particularmente sensible en San Salvador que, a partir del crecimiento industrial de los años sesenta, se había convertido en el destino de cientos de personas que se desplazaron del campo a la ciudad en busca de mejores oportunidades de vida y de trabajo.

El Mercado Común Centroamericano se vio gravemente afectado a partir del cierre de las rutas terrestres de los productos por parte de Honduras. También hubo conflictos de intereses con Nicaragua y Costa Rica. La incipiente bonanza económica salvadoreña decayó. El acumulado de las demandas por mejores niveles de vida y la eventual represión por parte del Gobierno contra quienes organizaban o participaban en las protestas públicas llevó a la creación de movimientos armados, que culminarían en las acciones que llevaron a la guerra civil de los ochenta.

Terminada la guerra El Salvador-Honduras, los ejércitos de la región renovaron su armamento y equipo, algo que al Gobierno de Estados Unidos vio con buenos ojos. Se temía la influencia que podría tener el régimen de Fidel Castro en Cuba sobre los incipientes movimientos insurgentes centroamericanos. Sin saberlo, esa modernización de equipo y técnica militar resultarían útiles para las guerras internas que se desarrollarían en varios países centroamericanos.

Como dato curioso debe mencionarse que la guerra entre El Salvador y Honduras quedó registrada en los anales de la historia militar mundial como la última en la cual se realizaron combates aéreos entre aviones de pistón y hélice, remanentes de la Segunda Guerra Mundial, y que componían las fuerzas aéreas de ambos países.

El Tratado General de Paz entre El Salvador y Honduras no se llegaría a firmar hasta el 30 de octubre de 1980, en Lima (Perú), pero la disputa fronteriza que quedó abierta a partir de la guerra se resolvería en la Corte Internacional de Justicia. Poco menos de 450 kilómetros cuadrados, conocidos como Los Bolsones, pasaron a formar parte del territorio hondureño, en detrimento del territorio salvadoreño.

Más allá de los hechos y de la poca relevancia que se le da a este conflicto en nuestra historia, es necesario notar que la guerra de las cien horas, a pesar de su brevedad, tuvo consecuencias que alimentaron las causas que llevarían a la guerra civil de los ochenta.

A 50 años de aquel evento, bien cabe recordarlo.

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