Gabinete Caligari

La orgía más cara de la historia

¿Que se dirá de nosotros y de este tiempo dentro de cien años? Ojalá que para entonces no hayamos vuelto a la edad de piedra.

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El inicio de año supone un ejercicio casi obligado de repasar lo ya acontecido y pensar en lo que viene. La entrada del 2020 me hizo recordar algunos momentos culturales y sociales importantes de hace cien años y que contrastan con el tiempo actual.

En los años 20 del siglo pasado se respiraba un aire de optimismo y de celebración. La euforia generalizada por el fin de la I Guerra Mundial, provocada sobre todo por el estado de prosperidad económica que ello supuso para algunos países, sumado a los avances tecnológicos de la época, alimentaron una serie de rompimientos y propuestas considerados audaces para su tiempo.

En un artículo titulado «Ecos de la Era del Jazz», el escritor F. Scott Fitzgerald retrata el espíritu de aquella década que, para él, comenzó con el llamado «Verano rojo» de 1919. En aquel entonces ocurrieron una serie de disturbios raciales entre negros, blancos estadounidenses e inmigrantes europeos en los Estados Unidos. Dichos eventos, que comenzaron en mayo y continuaron durante prácticamente todo el año, dejaron cientos de muertos, en su mayoría hombres y mujeres afroamericanos, que fueron linchados o lapidados, sobre todo en Chicago, Washington D.C. y Elaine (Arkansas), lugares que sufrieron con más fuerza dicha violencia.

«Los acontecimientos de 1919 nos volvieron cínicos más que revolucionarios», argumenta Fitzgerald y sostiene que una característica generalizada de la década fue que no había interés alguno por la política: «Fue una época de milagros, fue una época de arte, fue una época de excesos, y fue una época de sátira. (…) Éramos la nación más poderosa. ¿Quién podría seguir diciéndonos lo que estaba de moda y qué era divertirse?».

Los servicios de luz eléctrica, agua potable y aguas servidas comenzaron a masificarse, sobre todo en las ciudades. La naciente industria automotriz popularizó la compra de automóviles. Los postes del tendido telefónico permitieron la expansión de las comunicaciones. La radio se consolidó como un medio de difusión masiva. El cine mudo se popularizó como una forma de entretenimiento y tuvo su transformación definitiva cuando surgió el primer largometraje sonoro, The Jazz Singer. Charles Lindbergh y Amelia Earhart cruzarían el océano en vuelos solitarios, lo que impulsó la aviación comercial de pasajeros.

Las mujeres subieron el ruedo de sus vestidos y lograron votar, aunque muchas siguieron luchando por mejorar sus condiciones de trabajo en las fábricas. Josephine Baker bailó prácticamente desnuda en sus shows del Folies Berg¬ère en París y se convirtió en la primera afroamericana en participar en un largometraje. El ánimo de desafío contra las costumbres permitió el surgimiento de las «flappers», mujeres que llevaban el pelo corto, se pintaban la boca de rojo, bailaban, fumaban y bebían alcohol.

El charlestón, el jazz y el blues dominaban los salones de baile y las fiestas. La prohibición del alcohol (de 1920 a 1933) disminuyó la incidencia de cirrosis en la salud pública, pero el contrabando y la destilación clandestina permitieron el florecimiento del crimen organizado y la expansión de las mafias. Al Capone, Frank Costello y Lucky Luciano se convirtieron en el dolor de cabeza de las autoridades y calaron en el imaginario popular con la figura del gánster.

El amante de Lady Chatterley de D.H. Lawrence era el libro escandaloso de su tiempo, gracias a sus descripciones sexuales consideradas como gráficas. Erich Maria Remarque contaba la desolación de la recién terminada guerra en su novela Sin novedad en el frente. El estilo arquitectónico y de diseño de la Bauhaus saltó fronteras y se expandió por el mundo. El edificio Chrysler, construido entre 1928 y 1930 en Nueva York, supuso la culminación del art déco y la ambición del ser humano por escalar los cielos construyendo edificios cada vez más altos. George Gershwin compuso en 1924 Rapsody in Blue, una pieza orquestal que funde elementos clásicos con jazz y que, para finales de 1927, había vendido un millón de copias en discos de acetato de doce pulgadas. El dadaísmo y el surrealismo rompieron la formalidad y el esnobismo estéticos, dando paso a la exploración del sinsentido y de lo subconsciente.

Ocurrieron mil cosas más, pero la estrepitosa caída de la bolsa en los Estados Unidos, el «Martes Negro» del 29 de octubre de 1929, rompió con el hechizo de euforia de la década de los 20. Cientos de personas perdieron sus fortunas y los bancos quebraron. Las consecuencias se dejaron percibir en el mundo entero y millones de personas perdieron sus trabajos, entrando en la Gran Depresión de los años 30 y que conduciría, casi como fatalidad, a la II Guerra Mundial.

El artículo de Scott Fitzgerald, escrito en 1931, termina con una reflexión nostálgica de una década que sin duda fue próspera e intensa: «… la orgía más cara de la historia se terminó (…) porque la total confianza, que era su apoyo esencial, recibió una terrible sacudida y a la endeble estructura no le llevó mucho tiempo venirse al suelo. Al cabo de dos años, la Era del Jazz parece tan lejana como los días anteriores a la guerra. Era un tiempo prestado, en cualquier caso. (…) Ahora tenemos apretado el cinturón una vez más y ponemos la expresión de horror adecuada cuando volvemos la vista hacia nuestra desperdiciada juventud. (…) Y todo eso nos parece rosado y romántico a nosotros, que entonces éramos jóvenes, porque no sentiremos tan intensamente lo que nos rodea, nunca más».

Ahora avanzamos en el siglo XXI, a una nueva década de años 20, con un mundo que arde en llamas (literalmente), donde convivimos con lo tecnológico de maneras que hace cien años no eran ni imaginadas y con un ánimo global de rabia, agitación, insatisfacción y cinismo, con tambores y clarines de guerra sonando siempre fuerte.

¿Que se dirá de nosotros y de este tiempo dentro de cien años? Ojalá que para entonces no hayamos vuelto a la edad de piedra y que la humanidad haya podido evolucionar hacia una realidad más benévola que la del presente.

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