Escribiviendo

Formación educativa y las generaciones

Me pregunto si, con los cambios post pandemia anunciados por expertos, será posible que las nuevas generaciones tengan la oportunidad de hermanarse con la tierra y su entorno.

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Mi infancia se desarrolló en un barrio suburbano de San Miguel, lo que me permitió estar cerca de la fauna y flora vernáculas, escuela indisoluble de mí infancia. Con el auge del algodón dijimos adiós a pájaros, garrobos y tacuacines. El algodón representó un «boom» de ingresos a las familias algodoneras, pero los plaguicidas asolaron el edén vegetal. Después llegó el auge de las remesas, el espacio suburbano se revirtió en progreso: Avenida Roosevelt, tránsito y contaminación, construcciones, comercios, residenciales. Transformación y progreso, éxito urbano.

Pero la casa de mi infancia con calle de tierra y sus flores silvestres, las mariposas, desaparecieron, incluyendo árboles, jardín de rosas, y los pájaros del patio solariego. Lo que mi madre nos cultivó junto al amor por la poesía.

Me pregunto si, con los cambios post pandemia anunciados por expertos, será posible que las nuevas generaciones tengan la posibilidad de hermanarse con la tierra y su entorno. Si será posible reapropiarnos de ello.

También pienso en el río Grande de San Miguel, en cuyas pozas aprendí a nadar, convertido ahora en arroyo de miasmas y venenos. El precio del progreso es caro cuando no hay gratitud por los frutos que otorga la naturaleza.

Me pregunto si una quinta generación industrial eliminará poluciones venenosas y gases de efecto invernadero que ya cuecen el planeta. Si los intereses se revertirán hacia las energías renovables. O si solo seremos consumidores y focos de epidemias, como respuesta de la naturaleza a las ofensas humanas, no como castigo sino por no respetar el ambiente y su desarrollo. Porque la modernidad ha optado por la auto flagelación, pese a la tecnología, con posibilidades de interponerse al deterioro climático.

Pero sigo con la educación en estilo de relato: fui a una escuela pública cuyo local había sido cuartel. En segundo grado teníamos a compañero de mayor edad, niño también, fornido, ante la mayoría enclenque de sus compañeros. De sobrenombre le decíamos «Churchill«. De modo que estábamos informados de la existencia de ese personaje mundial. La escuela, ex cuartel, tenía una celda en donde Churchill aprovechaba para encerrarnos: «Si no pagan, les toca cárcel». Y lo más que cargábamos los niños eran tres centavos de colón. Nunca le pagué, porque me ingenié el mejor escondite para cuando nos «bolseaba«. Preferí perder libertad recreativa al capital que facilitaba humildes golosinas. Ese escondite lo revelo en la novela sobre mi niñez: Siglo de O(g)ro.

Desde antes del segundo grado ya escuchaba poesía dicha de memoria por mi madre, aunque no teníamos libros, por razones económicas. Su memoria fue mi biblioteca de novelas y poemas. Además, ella había descubierto mi pasión de leer desde que saqué la parvularia y me procuraba periódicos de segunda mano donde mi mentalidad infantil tuvo sus primeras informaciones y formación intelectual. Era mi laptop.

No, no todo tiempo pasado es mejor. Pero todo tiempo pasado emula con el presente, en educación y cultura que no se miden por generaciones, pues se trata de procesos continuos y acumulables en la mentalidad.

La mente es capaz de desarrollarse pese a las limitaciones o carencia de recursos. En el tiempo pasado o el presente. Para el cerebro no hay etapas superiores en el transcurso del tiempo. Pese a grandes diferencias entre el caduco pizarrón y la tiza, y los medios tecnológicos actuales.

Y pasando a estos tiempos mágicos de la tecnología, me pregunto si los videos juegos de ahora equivaldrían a los juegos de ayer en cuanto a resultados formativos. Si la pelota de trapo, el trompo, el capirucho, los «arranca cebolla» y el «ladrón librado» puedan compararse, en sus efectos neuronales, a los videos juegos. No sabemos, pese a disímiles análisis técnicos. Pero juego es juego.

Cierro con las evaluaciones de estudiantes a nivel internacional (PISA), en edades entre quince y dieciséis años, de ochenta países, donde Finlandia ha ocupado el primer lugar, seguidos por los asiáticos, sin ser grandes potencias. Es un oasis de ejemplo pensar en Finlandia (5 y medio millón de habitantes, medio millón más que Costa Rica y millón menos que Nicaragua): el horario de clases, de lunes a viernes, es de cinco horas, la mitad de esas horas es para que los niños jueguen. Se agrega que la prioridad curricular se enfoca en la lectura y la matemática; pero todos los docentes practican una disciplina artística; además no hay tareas.

Lo anterior choca con la tradición, pero si hablamos de cambios, comencemos por los educativos, por la formación integral de los estudiantes, que de seguro repercutirá en bienestar económico y formativo, significa que los adultos debemos cambiar de enfoque, especialmente el cuerpo directivo y docente. Y de políticas públicas, por supuesto.

Aludir estos temas pareciera atreverse a tocar el cielo con las manos contaminadas. Pese a saber que la educación repercute en la conciencia necesaria para vencer al actual enemigo pandémico, donde disciplina y educación redundan en salvar vidas y riesgos de contagio.

No es fácil, pero tampoco imposible si el cambio favorece la fortaleza sinérgica con equidad, pese al sacrificio, sin importar diferencias políticas ante objetivos comunes en defensa del bienestar social. En fin, es ganarse el respeto nuestro y de los otros. Los analistas hablan de cambios post pandemia, otros ya los iniciaron, para asegurar el presente y futuro del soberano. Un futuro que ya nos golpea la cara.

Retomo mi relato personal: pese a las dificultades logré diez años de estudios de Jurisprudencia y Ciencias Sociales (aunque no era mi vocación). Para ello me acredité a los diecinueve años como profesor de matemática e impulsaba lectura en el aula. Intuía ya la vinculación de lecturas tempranas de literatura con la creatividad y plasticidad neuronal.

Muchos años después, un niño se mira en el espejo de Finlandia, sus políticas educativas que priorizan lectura y matemática. Sí, las generaciones cambian, pero girando alrededor de un eje: el tiempo, en espiral, hacia la infinitud.

Nota. Mi reconocimiento a docentes y familias que con limitaciones tecnológicas e incertidumbres trabajan educando al niño, al joven y adultos.

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