Gabinete Caligari

¿Cuál es el plan?

Las vulnerabilidades del sector cultural ya eran serias antes de la pandemia, porque hubo negligencia para solucionar los problemas del pasado.

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Algo que la pandemia está dejando al descubierto es el diferente tipo de vulnerabilidades que padecemos los seres humanos en varios aspectos, tanto a nivel personal como a nivel institucional y gremial. En cada país o región, estas vulnerabilidades son diferentes, pero comparten puntos comunes. Uno de los sectores cuyos puntos débiles han quedado mejor evidenciados es el área cultural, un sector que genera la mayor parte de su financiamiento desde lo social y la interacción con diferentes tipos de público.

A medida que se comienzan a reabrir actividades, ministerios de cultura de diferentes países gestionan recursos y designan presupuestos para paliar las heridas económicas que han sufrido las diferentes disciplinas artísticas y culturales. Al momento de escribir esta nota, no se ha conocido ninguna propuesta ni plan similar por parte del Ministerio de Cultura de El Salvador.

Fuera de algunas ayudas asistenciales, se desconoce cuál es el plan post pandemia del Ministerio para apoyar al sector. Lo único que ha sido dado a conocer vía redes sociales es una encuesta dirigida a «personas emprendedoras y empresarias de servicios en la actividad cultural salvadoreña» que, mediante un exhaustivo cuestionario de tres páginas, se enfoca exclusivamente en contabilizar las pérdidas económicas de negocios y pequeñas empresas que trabajan desde lo que llaman «industrias creativas» (como el diseño, la publicidad, fotografía, música, edición y elaboración de audiovisuales), las artes escénicas, restaurantes, elaboración y comercialización de artesanías, museos, parques arqueológicos, teatros, salas de exposiciones e inmuebles históricos.

Esta encuesta excluye a quienes producen los insumos que son comercializados en dichas empresas. No debe olvidarse que en la base de la pirámide económica cultural están quienes producen los contenidos de la obra y que, al compartirla y ponerla disponible ante la sociedad, acuden a otros que le permiten hacerlo viable. Una galería de arte no podría funcionar si no hay pintores; sin escritores no habría editoriales publicando libros ni librerías que los vendieran, por ejemplo.

El Ministerio de Cultura viene arrastrando una serie de problemas acumulados a lo largo de varias administraciones desafortunadas, incluyendo mucha pasividad, falta de gestión, pero sobre todo promesas incumplidas que causaron frustración, desesperanza y distanciamiento de parte de muchos artistas y gestores culturales. Esto tuvo un efecto positivo a nivel social, en el sentido de que se forjaron varios colectivos independientes que han trabajado y presentado propuestas interesantes a través de las cuales, se le ha permitido a la ciudadanía reflexionar sobre su realidad y tener acceso al goce estético desde planteamientos desprendidos del discurso oficial.

Sin embargo, ese distanciamiento no es una justificación para que el Ministerio continúe funcionando nada más que para mantener el status quo que ya conocemos. Tampoco es una justificación para que la ciudadanía alimente el prejuicio de que la cultura no es necesaria y limitarla a servir de adorno o algo que debe seguir existiendo de forma meramente simbólica, porque las convenciones políticas así lo demandan. Si algo ha quedado claro durante la cuarentena es que la importancia del arte trasciende lo meramente decorativo y es imprescindible para la sobrevivencia mental y emocional de las personas.

A un año de gobierno, fuera del anuncio de un par de obras monumentales (como el proyecto cultural San Jacinto o el edificio de la nueva biblioteca, que debería ser donado por China), es poco lo que se ha conocido de la reorganización interna del ministerio o de lo que se planea hacer en el quinquenio. Más que obras monumentales, es necesario un acercamiento y un diálogo franco entre el ministerio y el gremio, así como la reactivación de una serie de instrumentos que ya existen, pero que sin una inyección económica ni voluntad política, continuarán siendo instancias que absorben presupuesto pero que no tienen alcance ni incidencia en la ciudadanía.

Un ejemplo es la Ley de Cultura que, aunque nació mutilada de la rica propuesta original (resultante de incontables horas de reuniones y estudio de parte de numerosos trabajadores culturales), sigue sin reglamentación y por lo tanto, no puede ser implementada. Dentro de la misma se encuentran las propuestas de un fondo concursable para las artes y la creación de un centro de estudios superiores de arte, que generaron gran entusiasmo pero que duermen engavetados hasta que alguien implemente su realización. El directorio nacional de artistas, la gestión de la pensión y el acceso al seguro social de los mismos también son temas abandonados.

Hace pocas semanas, la asociación de artistas escénicos Nave Cine Metro dio a conocer una carta abierta dirigida al Ministerio de Cultura. Dicha carta reflexiona sobre la situación de los artistas salvadoreños y solicita una serie de acciones para que el arte y la cultura en El Salvador sean tomados en cuenta dentro de los planes de reconstrucción económica, después de la actual coyuntura.

La carta hace notar que el sector «siempre ha funcionado desde la precariedad, ocupando un lugar inferior en el Presupuesto General de la Nación, y por tanto, en las prioridades de los gobiernos». El documento, que al momento de escribir esta columna contaba con más de 2,500 firmas, subraya que no solamente quieren ser beneficiarios de los planes de reactivación económica sino también ser parte activa de la solución.

La inesperada emergencia sanitaria debería aprovecharse para dar un golpe de timón por parte del Ministerio de Cultura y rectificar el rumbo. La crisis debería acercarnos para dialogar y escuchar, para acortar la distancia creada por años de promesas rotas y expectativas traicionadas. Se debe recordar que la cultura es un derecho humano y que el Estado salvadoreño tiene la obligación de asegurar a los habitantes de la República su goce, conservación, fomento y difusión, según los artículos uno y 53 de nuestra Constitución. Eso no puede continuar siendo letra muerta.

Las vulnerabilidades del sector cultural ya eran serias antes de la pandemia, porque hubo negligencia para solucionar los problemas del pasado. Que esta coyuntura sirva para construir soluciones y alternativas que fortalezcan y dignifiquen a nuestro gremio en la nueva normalidad que nos aguarda.

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