Carta Editorial

En medio de esta situación alterada, la preocupación es otra manera de mostrar afecto.

Hay muy poco de esperanza en esta edición. Y hay mucho de ese trabajo de tomar conciencia del lugar que ocupamos en el mundo. Si un niño sale hoy a festejar su día, lo que va a encontrar en la calle es lo de siempre: un ejército de vigilantes privados apostados desde que sale de la colonia hasta que llega a su destino. Todos con sus armas expuestas. Esto, sin contar con los policías, con los militares, con las tanquetas, con el “tené cuidado” en la boca de cada persona a la que le importe. Y, en teoría, nada de esto está de sobra. En teoría, vivimos en un país en donde hace falta todo esto para sentir algo de seguridad. Porque, hasta el momento, no se ha hecho nada en otra dirección que no sea la de intentar detener una vorágine de violencia, con otra vorágine de violencia. Y las violencias no se repelen, se combinan para causar más daño.

En medio de esta situación alterada, la preocupación es otra manera de mostrar afecto. Pagar para que haya gente armada por todos lados es una forma retorcida de sobreproteger. Es tratar de evitar que el ambiente se coma a alguien, pese a que en la preocupación coexiste la certeza de que puede pasar. Y pasa.

El periodista Moisés Alvarado recoge en este reportaje una serie de casos que revelan el daño que ha hecho la corrupción del sistema de seguridad pública. Las víctimas han sido menores de edad. Los victimarios han sido miembros de cuerpos de seguridad.

Hay zonas en las que no se trata solo de ver gente armada por todos lados. Se trata de que la violencia viene de tantos lados que impide cualquier oportunidad de tener niñez; y no hay un marco institucional lo suficientemente fuerte como para hacer pensar que se puede detener a corto plazo. Muchas de las denuncias por casos en contra de miembros de seguridad, por ejemplo, son abandonadas. En medio de tanta agresión, todavía no se cae en cuenta del grave error de no formar niños que sepan reconocer sus derechos violados y sientan la confianza necesaria para verlos restituidos.

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Séptimo Sentido

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