Gabinete Caligari

Bienvenidos a la posverdad

Es abrumador darse cuenta de la facilidad con que la realidad puede ser tergiversada y convertirse en todo lo opuesto de lo que conocimos y vivimos.

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Escritora

El pasado mes de febrero se estrenó en Netflix una película llamada The Last Thing He Wanted (2020), de la directora afroamericana Dee Rees. En español, el título ha sido traducido como Su último deseo.

Basada en una novela homónima de Joan Didion, la película narra la historia de la periodista Elene McMahon (interpretada por Anne Hathaway) quien, luego de estar presente en El Salvador cubriendo la masacre de El Mozote, es asignada por su periódico a cubrir la campaña presidencial de Ronald Reagan. El padre de Elene (interpretado por Willem Defoe) cae enfermo y necesita cerrar un buen negocio: deberá hacer una entrega de armas en Centroamérica. Elene decide realizar ella misma la transacción.

La película es bastante mala y aburrida, y no me tomaría la molestia de escribir sobre ella si no fuera por algunos elementos que me resultaron inquietantes y que me dejaron pensando en lo fácil y rápido que se puede falsear la historia, a un extremo tal que los personajes de George Orwell estarían orgullosos. Curiosamente, los eventos de la película ocurren en 1984.

No he leído la novela de Didion y no sé si los errores argumentales son un problema del libro o del guión, pero uno de los motivos por los cuales la película falla es porque tiene una cantidad exagerada de incongruencias históricas, referenciales y hasta geográficas. Como escritora, comprendo muy bien las libertades que se pueden tomar desde la ficción para contar una historia real. Los eventos, tiempos y hasta nombres pueden modificarse según la necesidad narrativa. Pero aún dentro del invento, debe haber coherencia para hacer creíble la trama dentro de un contexto histórico específico.

Al inicio de la película, Elene y la foto reportera Alma Guerrero (interpretada por Rosie Pérez) son llevadas a El Mozote, donde hacen registro de la recién ocurrida masacre. Cuando van saliendo del lugar, Guerrero se monta en la tina de un pick-up. Las dos mujeres, civiles y periodistas, van vestidas de verde olivo. Pasa un camión del ejército salvadoreño y no les dicen nada. Cualquier civil que anduviera vestido de verde olivo, en esa zona y en esa época, habría pasado por guerrillero de inmediato, con las consecuencias mortales que eso implicaba.

Así se pueden enumerar varios errores más, como la confusa entrega de armas que hace Elene a los Contras en Nicaragua. Si eso ocurrió en la frontera sur, era imposible que cruzara hacia Costa Rica en jeep, sin rodear todo el lago de Nicaragua y salir por Peñas Blancas, porque no había paso por tierra desde la zona ocupada por la Contra en la orilla nicaragüense del Río San Juan. Esa vuelta al lago y llegar a San José le tomaría más de las 6 horas que dice Elene le tomó llegar, cuando habla con Guerrero por teléfono. Tampoco creo que en 1984 solo hubiera dos hoteles en la capital de Costa Rica, como menciona el organizador de la entrega de armas en una llamada telefónica, luego de localizar a Elene desde los Estados Unidos.

A pesar de que la película es confusa, el planteamiento es tedioso y está llena de situaciones predecibles, terminé de verla por disciplina y por la curiosidad de ver qué otros asuntos históricos relacionados con Centroamérica estaban mal planteados en la trama. Sus fallas me hicieron preguntarme muchas cosas.

Me llamó la atención que no se le diera importancia a la verificación de datos históricos por parte de la producción, sobre todo porque Rees es una directora que goza de mucho respeto entre su gremio. Se omitió por completo el nombre y la figura del teniente coronel Oliver North, quien fuera juzgado en los años 80 en los Estados Unidos por el escándalo Irán-Contras. North se declaró parcialmente responsable de la venta de armas a Irán (contra quien había un embargo) y de enviar el dinero resultante de la venta a la Contra, para financiar la guerra contra el régimen Sandinista. Esta cadena de compra-venta de armas es parte de la trama de la película.

Me pregunté cuántas veces habremos visto películas históricas que se han tomado grandes libertades para narrar los hechos. Por supuesto, hay eventos demasiado complejos para ser abarcados o explicados a cabalidad en una historia de dos horas, pero la congruencia es necesaria para ser fieles a la realidad.

A los pocos días de ver la película, durante la misma semana que se aprobó en la Asamblea Legislativa la llamada Ley de Justicia Transicional, Reparación y Reconciliación Nacional, se reavivaron los comentarios de quienes niegan la masacre de El Mozote o de quienes retuercen los hechos, ya confirmados por equipos forenses, antropológicos y periodísticos, de que en aquella zona se dio una matanza por parte del ejército salvadoreño en los años 80. Al igual que los terraplanistas, los anti vacunas y los negadores del holocausto, los negacionistas de El Mozote enarbolan motivos que son más emocionales que científicos o documentales.

Es abrumador darse cuenta de la facilidad con que la realidad puede ser tergiversada y convertirse en todo lo opuesto de lo que conocimos y vivimos, aunque quizás lo más impactante es la ligereza con que la mayoría de la gente se lo traga. No cabe duda que la cultura del silencio en la que hemos vivido y seguimos viviendo, empieza a cobrar su factura social.

Haber minimizado las historias de la guerra, con la absurda pretensión del perdón y el olvido; la sentencia de «ver, oír y callar»; las diferentes formas de auto censura, y el troleo en redes (que nos es más que una salvaje forma de censurar), son métodos actuales para alimentar e imponer esa cultura del silencio que permite la expansión de la ignorancia y la manipulación de la realidad histórica salvadoreña.

Bienvenidos a la posverdad, donde lo que alguna vez fue considerado verdad ahora es pintado como mentira. La buena noticia es que, en un tiempo en que todo parece vanidad y humo, leer, dialogar e informarse continúa siendo el antídoto infalible para conocer la realidad.

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