Escribiviendo

Alfabetización, libros, pensamiento y desarrollo

Hay alto porcentaje de analfabetos por desuso, que retroceden en su capacidad de lectura y escritura, porque jamás van a tener un libro en sus manos.

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Cuando se habla de suprimir el analfabetismo, las estadísticas incluyen a quienes apenas aprendieron a escribir su nombre, su firma y conocer los números. No obstante, la gente humilde es feliz.

Recuerdo que le pregunté a una señora de una comunidad, allá por La Unión (el Caulotillo): «¿Qué importancia le da al hecho de haber recibido clases para alfabetizarse?». Me respondió: «Conocer los números del teléfono y poner mi firma, pues así puedo llamar a mi gente que vive en el exterior, y eso me permite firmar por las remesas».

Por supuesto que mealfabe sentí bien con su respuesta. Pero no basta, es grato que la población rural, alejada del mundanal ruido, tenga un conocimiento elemental para sobrevivir y defenderse de la pobreza. Es un primer paso, lo peor sería no darlo. Aunque esto no basta.

Otra vez, en San Miguel, recibí una demostración del aprendizaje de una señora de un barrio de alta vulnerabilidad (Milagro de la Paz), y cuando le pregunté al alfabetizador si los alfabetizados conocían los números, pidió una voluntaria, una mujer sencilla que mientras recibía las clases sus pequeños hijos jugaban en el corredor de la escuelita. El instructor le dictó una cantidad superior al millón. Me quedé sorprendido que la señora escribió la cantidad de inmediato.

Mi asombro va más allá, cuando he conocido casos de quienes reciben educación formal en niveles más altos, inclusive superiores, que no pueden escribir de inmediato una cantidad dictada, superior al millón. Hay más ejemplos pero no quiero parecer ofensivo señalando malas prácticas de aprendizaje. Aunque eso ya es sabido: que un título no es suficiente para evaluar calidad formativa. Pero esto último es otro tema.

Sin embargo, si no hay sostenibilidad repercute en falta de oportunidades para emprender, para vencer realidades, para defenderse de la pobreza. Y lo mismo se aplica cuando hay analfabetismo funcional, quienes sabiendo leer y escribir, no alcanzan a percibir la importancia de una educación autodidacta mediante el libro y la lectura. La carencia de ese hábito, no le permite contar con medios que le lleven a beneficiarse en su vida laboral, o cae en desempleo y en dificultad para sus emprendimientos de sobrevivencia.

Además, hay alto porcentaje de analfabetos por desuso, que retroceden en su capacidad de lectura y escritura porque jamás van a tener un libro en sus manos. Incluyo el libro en los tres soportes: digital, analógico y audiolibro. En algunos de nuestros países regionales hemos descuidado el factor público de continuidad, sea por inopia, por carencia de recursos financieros para esos rubros, no obstante que contamos con recursos humanos preparados para dar la luz verde para vencer esos vacíos. Se ha avanzado, en parte, implementando programas de formación alternativa, pero se nos hace tarde para asimilarnos con efectividad al siglo XXI, y la era tecnológica. Países de otras regiones tuvieron condiciones de retraso, en las últimas cuatro décadas y sin embargo son ahora ejemplo de un desarrollo que casi pareciera inexplicable. Y cuya visión ha sido de la información tecnológica que lleva al conocimiento y a la inventiva.

Asia es el ejemplo palpable; pero igual en países pequeños europeos, que han sufrido las consecuencias de dos aterradoras guerras mundiales, tales como Finlandia, Islandia, o Países Bajos. Los conflictos bélicos y dictaduras padecidos por cuatro países de América Central, no justifica permitir la paralización. Pese, repito, a contar con recursos humanos calificados.

¿Qué faltaría? Políticas de Estado; racionalización del gasto público para que cultura, salud y educación sean prioritarios. Más aun se está volviendo una necesidad la reforma a las leyes obsoletas no adecuadas a la era tecnológica. De no ser así será difícil cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como lo plantean las Naciones Unidas para superar todos los retrasos e inequidades. Y cultivar así una cultura de convivencia, a partir del respeto a las leyes.

En América Latina, hay por lo menos 10 países que tienen más del 98% de alfabetizados, por América Central se incluye Costa Rica en quinto lugar, después de Cuba, Chile, Uruguay y Argentina, en ese orden; pero no se trata de evaluar el hecho de leer y escribir, sino que han partido de esas acciones estratégicas para los logros educativos que incluye publicación de libros y fomento de esa industria que incluye promoción de lectura.

Si hay libros hay lectura, si no hay editoriales perdemos una base fundamental de desarrollo. México lo hace desde hace casi un siglo: publicación masiva para distribución en centros escolares.

A propósito, Alberto Fernández, presidente de Argentina, da una grata noticia: los programas educativos deben incluir la lectura de 183 libros en el año, entre ellos obras literarias. La lectura crea una cadena de resultados para favorecer el pensamiento crítico, hace comprender los problemas nacionales, y facilita la sinergia que permitirá una sociedad democrática y pacífica. Los países del mundo se fijaron una agenda de 30 años para cumplir los ODS.

Y al hablar de libros no debe hacerse distinción entre uno y otro soporte. En España, referente de desarrollo más cercano a nuestra cultura, el libro digital alcanza el primer renglón porcentual de lectura, seguido del audiolibro, y relegando a gran distancia al libro en papel, que no resta su importancia en la educación formal.

La idea es saltar la brecha que obstaculiza el camino hacia el logro del desarrollo sostenible según lo indica el PNUD. Aplicarlo en El Salvador es un compromiso para arribar a un país viable que priorice en programas hacia un país «productivo, educado, y seguro». Significa nuevo pensamiento, cambios de mentalidad hacia las limitaciones de los sectores más pobres.

Sobretodo visión de futuro, donde la calidad se valore a partir del conocimiento para adquirir habilidades creativas, valores y comprensión de la cultura contra las desigualdades; contar con agua potable, salud, educación de calidad, convivencia, igualdad de género. Son 17 objetivos planteados por las Naciones Unidas. Nuestro reto para salir del retraso secular.

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