Carta Editorial

En El Salvador que tenemos se registra un caso de corrupción cada 29 horas. Y esta es una de las razones de más peso en el desencanto de la población con el trabajo de los gobiernos locales y del central.

Hay un tipo de daño que hace la corrupción que se puede calcular, y es el monetario. A El Salvador en las últimas dos décadas, y tomando en cuenta solo los casos más emblemáticos, este flagelo le ha quitado $550.9 millones. Pero no es lo único en lo que ha causado daño.
La corrupción seguida de la impunidad hace que se generalice una forma de actuar en la que predomina la trampa y el beneficio propio por encima del común. La corrupción al que mata es al espíritu de crecimiento colectivo que debería reinar para hacer avanzar un país y que comienza con hacer bien cada trabajo asignado.
Intentar convencer a una sociedad individualista de que la única manera de salir de la situación en la que estamos es por medio de un enfoque colectivo e integrador es difícil, sino imposible. Primero, porque nadie castiga al que no solo no cumple, sino que, además, actúa en perjuicio de los otros.

Sobre esto va el texto del periodista Moisés Alvarado. Es un repaso por ese patrón de las autoridades de buscar castigar los delitos de corrupción, pero desde abajo y no desde los casos más grandes y ejemplarizantes.

En El Salvador que tenemos se registra un caso de corrupción cada 29 horas. Y esta es una de las razones de más peso en el desencanto de la población con el trabajo de los gobiernos locales y del central.

Reducir las pérdidas de todo tipo que dejan los 11 delitos relacionados con corrupción pasa por poder armar mejores investigaciones que no se detengan en los escalones más bajos del organigrama, sino que suban hasta donde sea necesario para eliminar desde ahí las posibilidades de que los hechos se repitan.

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