Carta Editorial

En la pérdida de bosques influye también la falta de determinación para convertir la protección de esos recursos en prioridad.

Hay en el texto de la periodista Valeria Guzmán una respuesta que, en realidad, plantea un dilema. A la pregunta de qué hace falta para reforestar, un hombre contesta que una institución que pague por el trabajo. Y, está claro, nadie va a dedicar su tiempo y energía si eso no va a servir para generar ingresos; pero, en este caso, ¿no habría sido más barato evitar la degradación del bosque?

El Salvador es el país más pequeño de América continental y ha estado siempre entre los primeros lugares en densidad poblacional. Somos muchos en poco espacio. Esto ejerce una presión brutal sobre los recursos naturales. Pero no es solo esto lo que ha hecho que cada año se pierda más y más bosque. Influye, también, la falta de determinación para convertir la protección de esos recursos en prioridad.

No pocas veces se ha levantado el dedo acusador en dirección a las comunidades como grandes depredadoras. Son las comunidades las que, en busca de leña, acaban poco a poco con el manglar. Son las comunidades las que en busca de saciar el hambre, restan árboles para sumar terreno para sembrar hortalizas. Son las comunidades las que, impacientes y agobiadas por las necesidades, le pierden el respeto al bosque. Esta forma de ver el problema, aparte de ser egoísta, es –por donde se mire– una injusticia.

Las comunidades son víctimas de un sistema que las excluye del conocimiento y de las oportunidades. No se les dota de mecanismos para mejorar su calidad de vida, tampoco se les coloca a la mano la instrucción indispensable para dimensionar el beneficio que viene de cuidar los recursos naturales. Quienes sí han tenido acceso a información y educación han declinado, por lo general, involucrar a los habitantes para otorgarles la investidura que les pertenece: la de protectores y propietarios de la riqueza natural de este país.

El proceso requiere tiempo y voluntad de todas las partes. En la década que lleva la revista cubriendo el problema de manera recurrente, nos ha quedado claro que no se puede excluir a las comunidades. Ellas son las llamadas a ser las protagonistas en cualquier historia de recuperación de bosques.

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Séptimo Sentido

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