Carta Editorial

En los halagos que empiezan con «la única mujer que» se esconde un alto grado de discriminación e inequidad.

María Isabel Rodríguez está segura de que debería haber más mujeres como ella. No lo dice para venderse como ejemplo de superación. Lo dice porque sabe que las oportunidades que ha tenido de estar al frente de la Universidad de El Salvador y de ser ministra de Salud fueron, y siguen siendo, algo inusual.

Su vida dedicada a la ciencia habla de valentía y de moldes rotos por la época en la que lo hizo; su nombre ha ido y venido por dos de las necesidades más urgentes entre esta población: salud y educación. Desde ese lugar que le ha ganado a la historia sabe que en los halagos que empiezan con «la única mujer que» se esconde un alto grado de discriminación e inequidad.

En esta entrevista, realizada por la periodista Valeria Guzmán, también habla acerca de cómo la contratación de cuotas de mujeres solo para poder cumplir con los requisitos ha sido una medida que ha hecho más daño que bien. A estas alturas, el país debería estar más dispuesto a abrir las oportunidades sin distinción de género.
A las mujeres, sin embargo, todavía se les pregunta con frecuencia sobre familia y hogar porque se asume que son las que tienen que llevar esa carga solas. El camino de ellas hacia la educación en general todavía es bombardeado por una cantidad de obligaciones que no les debería tocar solo a ellas. La manera en la que el sistema está dispuesto coloca cuesta arriba esas metas que sí alcanzó Rodríguez. Por simple estadística aplicada a la población, sí, debería haber más mujeres como ella.

Reducir todos los aspectos que inciden en que haya pocas mujeres en los cuadros poder pasa, sin lugar a dudas, por la educación. La básica, la media y la superior no solo dejan en las personas libros y notas de examen. También abren el panorama, explican el mundo y fortalecen el criterio. La educación es la herramienta indispensable para desarticular la desigualdad.

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