Meridiano 89 oeste

La pérdida del espacio público

Hay amigos que me recomiendan solo salir a lo más necesario y dicen que ya no se puede andar por placer o de paseo en El Salvador. Lo tomo en cuenta y cuando salgo siempre entiendo que no hay ninguna garantía de seguridad en la ciudad ni en el país.

Imagen Autor
Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

Por los medios de comunicación supe de la triste muerte esta semana de la corredora apuñalada en Santa Elena el 23 de abril, María Olimpia Escobar. Sin conocerla personalmente sentí cierta identificación con ella por también ser corredora, mujer y por tener casi la misma edad.

Recordé antes en mis idas al país buscar espacios comunes para correr y que era difícil encontrarlos; me metía al campus de la UCA para correr en la pista de atletismo o llegaba al parque de la colonia Maquilishuat para dar vueltas en esos caminos encerrados y, otras veces, me resignaba a hacer ejercicios dentro de la casa. Nunca me atrevía a salir a correr sola en las calles por llegar siempre de pseudoturista, haber perdido el contacto directo con la cotidianidad del país y no poder evaluar bien el peligro real que implicaba ocupar el espacio público.

Hoy cuando llego a El Salvador siempre siento que asumo un miedo prostético prestado de los demás y nutrido de medios artificiales, de las noticias y avisos públicos. Confío siempre en los que conocen bien el país y viven permanentemente ahí para saber si en cierta zona se puede andar sola, si se puede ir de pie, si ir en taxi, o en carro para hacer algunos mandados. Evalúo el riesgo de viajar a ciertas partes del país y la gente siempre me recuerda que el tráfico es agresivo, que puede haber una llanta pacha u otro inconveniente inesperado. Hay amigos que me recomiendan solo salir a lo más necesario y dicen que ya no se puede andar por placer o de paseo en El Salvador. Lo tomo en cuenta y cuando salgo siempre entiendo que no hay ninguna garantía de seguridad en la ciudad ni en el país.

Algo más que noto al leer sobre el caso es la jerarquía que se establece entre los traumas en El Salvador. Por ejemplo, entre los pésames que se le dieron a la familia estaban los comentarios de los que percibieron la noticia principalmente a través de la clase social.

Recordaban que hay gente humilde que a diario sufre: “Gente humilde que a diario es asesinada, extorsionada y desaparecida en ciudades como Mejicanos, Lourdes, San Martín, Ciudad Delgado y toda la zona donde vivimos los plebeyos…”. El comentario sugiere que escribir sobre esta muerte y sentirse indignado por ella es en cierta forma una negación de las muertes de la gente humilde en el país y de la inseguridad que se vive a diario en otras zonas.

Quizás es verdad que representar públicamente la muerte de una persona o de cierta experiencia traumática implica no representar otro trauma o muerte, pero el problema con esta manera de ver las cosas es que hace de los traumas una competencia entre lo que se representa y lo que se deja al olvido.

Elimina la posibilidad de diálogo sobre el sufrimiento de diferentes grupos de personas en el país, entre la gente humilde y la gente con más recursos y entre la violencia que sufren los hombres y las mujeres. En fin, la muerte de esta mujer es una trágica e innecesaria muerte más que confirma que avanza la crisis nacional de la pérdida del espacio público. Sin darnos cuenta se ha perdido lo que era propio. La calle y el derecho de transitarla con seguridad ya no son nuestros.

Generic placeholder image
Séptimo Sentido

Séptimo Sentido les invita a que nos hagan llegar sus opiniones, críticas o sugerencias sobre cualquiera de los temas de la revista. Una selección de correos se publicará cada semana. Las cartas, en las que deberá constar quien es el autor, podrán ser editadas o abreviadas por razones de espacio o claridad.

ARTICULOS RELACIONADOS