Café sin azúcar
No retrocedamos
Lo peligroso del desencanto es que encuentra tierra fértil en el populismo y en figuras mesiánicas. Este desencanto es el que ha habilitado al oficialismo a irse apoderando, poco a poco, de funcionarios e instituciones.
Estamos a casi 29 años desde que se firmaron los Acuerdos de Paz. El sacrificio de la guerra fue alto. Nos costó decenas de miles de vidas, muchísimos compatriotas desplazados, y una sociedad dividida en lo económico y lo social. Lo que se logró no fue poco. Si bien no comenzamos el camino de la posguerra con instituciones públicas y cimientos democráticos sólidos, hubo avances en muchos ámbitos que no hubiesen sido posibles sin sustituir a las balas por el diálogo.
Principios tan básicos como la libertad de prensa comenzaron a fortalecerse. Antes de la paz, el simple hecho de publicar una opinión de disenso o crítica significaba arriesgar la vida. Bombas, persecución, desapariciones y asesinatos estaban dentro de las tácticas usadas para suprimir e intimidar al periodismo crítico. También hemos tenido avances en temas de transparencia. Si bien el actuar de la Corte de Cuentas ha dejado mucho que desear en cuanto a cumplir con su misión como institución, estamos ya a casi 10 años de que se haya aprobado la Ley de Acceso a la Información Pública. Esta habilitó la creación del Instituto de Acceso a la información pública, una herramienta crucial de contraloría ciudadana para demandar cuentas claras en cuanto al manejo de las finanzas públicas.
No todo ha sido color de rosa. Durante las últimas décadas hemos sido testigos, una y otra vez, de distintos desafíos a los que se ha sometido nuestra democracia. Tanto ARENA como el FMLN han intentado controlar instituciones para su beneficio. Ambos partidos han encontrado en la Sala de lo Constitucional a un contrapeso incómodo al cual han querido controlar (Por ejemplo, con el decreto 743 o la agresividad con la que la administración Funes amedrentaba contra los Magistrados).
Desacierto tras desacierto por parte de los partidos tradicionales han provocado un desencanto justificado por parte de la población. Estamos dispuestos a probar cualquier cosa, sin importar de donde venga, con tal de no darle otra oportunidad a quienes ya demostraron ser incapaces de aportar soluciones. Lo peligroso del desencanto es que encuentra tierra fértil en el populismo y en figuras mesiánicas. Este desencanto es el que ha habilitado al oficialismo a irse apoderando, poco a poco, de funcionarios e instituciones para ir implementando su agenda.
A casi tres décadas de la firma de paz, nos encontramos frente a otro desafío. Parece ser que el emitir voz de disenso en público y críticas comienza a ser más y más peligroso. Progresivamente han ido saliendo destellos de opresión contra el periodismo y cualquier voz opositora, que parecen ser más propios de un régimen autoritario que de una democracia pluralista donde se dialoga en vez de intimidar. Es normal, supongo, que a falta de resultados claros se recurra a la comunicación como gasa para cubrir heridas que se están pudriendo. Sin embargo, el mal olor sigue presente.
Las elecciones de alcaldes y diputados están a un par de meses. Seamos inteligentes como ciudadanía, nunca ha sido saludable entregarle tanto poder a un solo organismo político. Hay alternativas; gente buena y preparada que ha hecho méritos para que les demos una oportunidad de hacer oposición sana. Los frenos y contrapesos son el mejor mecanismo que conocemos para el desarrollo de una sociedad libre. La intolerancia al disenso, cuando se concentra poder político de manera desproporcionada, nunca ha terminado bien. No deberíamos estar condenados a repetir nuestra propia historia.
Posdata: con el cierre de Séptimo Sentido, quisiera agradecer a quienes me han leído y se han tomado la molestia de compartir lo que escribo, y de cuestionar mis opiniones. También agradezco al equipo editorial (especialmente a Claudia Ramírez y a Glenda Girón), por confiar en mí para este espacio que siempre he tomado como oportunidad desde donde puedo ejercer ciudadanía.