Café sin azúcar
Enjaranados
En El Salvador, estamos llegando a niveles alarmantes de deuda contra PIB. Incluso antes de la pandemia, ya rondábamos niveles cercanos al 75 %.
La deuda pública parece una cifra fuera de nuestro entorno. Se habla de la deuda como si fuera algo que no nos afectara. El tener deuda alta se ve como algo preocupante, pero no realmente urgente, pareciera que son números que no se traducen a la vida del ciudadano de a pie, no es algo más que un tema de discusión para analistas políticos o economistas. Sin embargo, vale la pena entender como funciona la emisión de deuda externa y qué es lo que estamos sacrificando como sociedad.
Conceptualmente, el crédito es consumir un poco más ahora sacrificando el consumo del futuro. Es conseguir esos fondos hoy, con la promesa de pagarlo el día de mañana. No toda la deuda es mala. El tener deuda nos permite invertir hoy en proyectos que generan rendimientos que pueden ser mayores que los costos, aumentando el consumo total a través del tiempo. El nivel de deuda usualmente se ve en relación con el Producto Interno Bruto. Esta es una buena manera de estimar qué tanto «aguanta» nuestra economía con el nivel de deuda. El Salvador históricamente ha sido un buen acreedor de deuda, ya que siempre hemos pagado a tiempo y hemos tenido un nivel saludable de deuda.
Otro elemento importante a entender sobre la deuda es que esta se hace más cara a medida va aumentando. Cada dólar extra de endeudamiento incrementa el riesgo del país de caer en default, riesgo que de alguna manera está reflejado en la tasa de interés. No es lo mismo cuando el país toma prestados $100 millones teniendo un 50 % de deuda a PIB, que cuando esos mismos $100 millones se coman con un 80 % de deuda a PIB. El pago de esta deuda, junto con intereses, va acaparando más de los ingresos del Estado, el cual tiene muchos otros gastos más que mantener, como el salario de empleados públicos (profesores, médicos, policías, diputados, etc.) u otros gastos recurrentes (mantenimiento de carreteras, oficinas públicas, puertos, etc.).
En El Salvador, estamos llegando a niveles alarmantes de deuda contra PIB. Incluso antes de la pandemia, ya rondábamos niveles cercanos al 75 % de deuda sobre PIB (hace 20 años no llegábamos ni al 30 %). Obviamente, con la pandemia se ha necesitado de fondos de emergencia para poder hacerle frente a la crisis sanitaria en el país. Si las cosas siguen como hasta ahora, podríamos llegar a una deuda cercana al 90 % del PIB para el final del año. Con o sin pandemia, es importantísimo que cada emisión de deuda sea justificada con un proyecto que dé rendimientos positivos. Ya sean proyectos sociales o de infraestructura, cada centavo debe ir destinado a inversiones que generen beneficios para la población.
Aunque sea difícil verlo, el impacto será más evidente en un futuro. El tener problemas para repagar la deuda se traduce en peores servicios del Estado y en presión para subir impuestos. En algunos países la presión ha sido tal que ha resultado en la estatización industrias (obvio siempre con el discurso barato que estas empresas son enemigas del pueblo) para de alguna manera generar más ingresos. ¿Estamos nosotros cerca de eso? Yo pensaría que no, pero tampoco pensé que en El Salvador, luego de sobrevivir a dos cambios de gobierno desde los Acuerdos de Paz, tuviéramos una administración a la que le incomodara tanto la Constitución y la balanza de poderes.