Meridiano 89 oeste

La historia no escuchada

En su libro Literatura en las cenizas de la historia, Cathy Caruth analiza las experiencias traumáticas y cómo éstas siempre traen una pérdida secundaria; el de desaparecer del registro histórico. Son historias no escuchadas.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

En su libro Literatura en las cenizas de la historia, Cathy Caruth analiza las experiencias traumáticas y cómo éstas siempre traen una pérdida secundaria; el de desaparecer del registro histórico. Son historias no escuchadas. Hoy en el caso de El Salvador, por ejemplo, la Catedral Metropolitana del centro ha quedado inquietante; blanca, lisa y simple. Su exterior sin adornos refleja una estética moderna que ya no hace referencia a la historia y la memoria que muchos aún asocian con el lugar. La fachada limpia parece reflejar mejor la cultura actual de silencio e impunidad del país. Meses después de la firma de los acuerdos de paz en 1992, una amnistía general blanqueó las violaciones de los derechos humanos de la guerra, evitando que se llevaran a cabo juicios y protegiendo a muchas personas de responsabilidad penal.

Al poco tiempo de la destrucción de la fachada empezaron a nacer nuevas imágenes de «Armonía de nuestra gente» de Llort en la producción cultural. Eran pequeños retos a la cultura de olvido e intentos de volver a contar la historia de la Catedral. Un mural público, Alegoría de la guerra civil y los Acuerdos de Paz de Antonio Bonilla, muestra imágenes claves de la guerra más reciente de El Salvador; el arzobispo Romero está al centro, el emblemático monumento Salvador del Mundo de la capital, la firma de los Acuerdos de paz y la Catedral Metropolitana con la fachada de Fernando Llort aún intacta. Así también en la obra de teatro de Jorgelina Cerritos Audiencia de los confines: Primer ensayo de la memoria (Índole 2014) los personajes juntan los azulejos rotos del mural de Llort como símbolo de la recuperación de la memoria colectiva. Como escribe la crítica argentina Elizabeth Jelin, «la memoria es obstinada, no se resigna a quedar en el pasado, insiste en su presencia».

Estas representaciones de la Catedral con la obra de Llort intacta cuenta el pasado; recrea los referentes locales reinstalando la cultura y la historia en el centro de San Salvador. Cada una representa un regreso al sitio original de memoria que refleja el retorno de la experiencia traumática, como lo enfatizan críticos como Cathy Caruth: «el revivir traumático, como las pesadillas de la víctima del accidente, parece un recuerdo lúcido; se regresa, repetidamente, solo en la forma del sueño». Así también hay muchos escritores y artistas salvadoreños a partir de 2009 que están haciendo el trabajo de la memoria de regresar al pasado para re-presentar en la producción cultural lo que ha desaparecido y lo que se ha borrado. Entre ellos están Jorgelina Cerritos, Jorge Avalos, Jorge Galán, Róger Lindo, Claudia Hernández y Miguel Huezo Mixco, y artistas como Antonio Bonilla y el colectivo Fire Theory.

Pero el trabajo de la memoria, para poder sanar, exige la complicidad de un público dispuesto a ver y escuchar historias de trauma. En El Salvador, hasta ahora, el público de la memoria traumática ha sido escaso. Por ejemplo, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación obtuvo testimonios de las víctimas de la guerra solo para que el estado perdonara las violaciones de derechos humanos recién documentadas. Era como si sus testimonios fueron elicitados, archivados y documentados como parte del registro «oficial» solo para eliminar la posibilidad misma de remembranza y justicia. Primo Levi narra una pesadilla recurrente en Auschwitz en la que da testimonio, pero la respuesta de sus oyentes solo le regresa al trauma:

Todos me están escuchando y es esta misma historia la que estoy contando: el silbido de tres notas, la cama dura, mi vecino a quien me gustaría mover, pero a quién tengo miedo de despertar porque es más fuerte que yo. También hablo difusamente de nuestra hambre y del control de piojos, y del Kapo que me golpeó en la nariz y luego me envió a lavarme mientras sangraba. Es un placer intenso, físico, inexpresable, estar en casa, entre personas amigables y tener tantas cosas que contar: pero no puedo evitar notar que mis oyentes no me siguen. De hecho, son completamente indiferentes … Mi hermana me mira, se levanta y se va sin decir una palabra. Un dolor desolador nace en mí. Ahora estoy bastante despierto y recuerdo que se lo conté a Alberto y que él me confió, para mi sorpresa, que también es su sueño y el sueño de muchos otros, quizás de todos. ¿Por qué sucede? ¿Por qué el dolor de lo cotidiano se traduce constantemente en nuestros sueños, en la escena que cada vez se repite más de la historia no escuchada?

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