Meridiano 89 oeste

El amor en los tiempos del corona

Otros políticos hablan con cautela y prudencia, pero Andrew Cuomo habla claro, incluso cuando lo que dice es un ataque directo al Presidente; es admirable.

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

Mi primer crush fue Jimmy Carter, el Presidente de los Estados Unidos entre 1977 y 1981. Fue en esos años que salimos de El Salvador como migrantes y nos establecimos en Wisconsin. Tiene lógica que su persona marcara mi niñez porque, a los cuatro años de edad, Carter era quizás de las pocas personas públicas que veía con alguna regularidad que no fuera dibujo animado. Recuerdo verlo y pensar, con la psicología de una niña, que era benévolo y determinado, rebelde, sincero, amable y cariñoso; un Luke Skywalker en la vida real.

No me había vuelto a suceder una infatuación así por una figura pública hasta llegar la pandemia. Ahora, confieso haber pasado las primeras semanas del mes de abril enamorada de Andrew Cuomo, el Gobernador demócrata de Nueva York. Paso atenta a sus conferencias de prensa de cada día a las 10 y media de la mañana en que presenta la evolución del virus y la respuesta del estado en saco y con Powerpoint. Su forma de ser comunica lealtad, autodisciplina y desinterés. Quizás también tiene algo de Luke Skywalker su manera de luchar a favor de la gente de Nueva York, muchas veces en contra del gobierno federal. Otros políticos hablan con cautela y prudencia, pero Andrew Cuomo habla claro, incluso cuando lo que dice es un ataque directo al Presidente; es admirable. También hay algo entrañable y reconfortante en la manera en que Andrew cuenta historias de su familia y bromea con su hermano Chris en CNN: «Acabo de llamar a mamá, justo antes de venir a este programa», le informó Andrew a Chris, «y por cierto, ella me dijo que yo soy su hijo favorito. La buena noticia es que dijo que tú eres su segundo favorito.»

Traigo mi Cuomo Crush a colación aquí porque he empezado a darme cuenta de que no soy la única extrañamente fascinada por el gobernador. En un artículo para Jezebel titulado, «¿Ayuda, creo que estoy enamorada de Andrew Cuomo?», Rebecca Fishbein escribió: «Parece que he sido víctima del síndrome de Estocolmo, que MerriamWebster define como «la tendencia psicológica de un rehén para vincularse, identificarse o simpatizar con su captor». Explicó Fishbein: «Cuomo no me tiene como rehén tanto como el coronavirus, pero él es el único que me dice qué hacer, dónde yo puedo ir (a ningún lado), a quién puedo ver (a nadie), a quién no puedo escuchar (al Presidente Trump ni al Alcalde Bill de Blasio), lo que no puedo comer (cualquier cosa que no sea pasta)».

Más que síndrome de Estocolmo, creo que el fenómeno del Cuomo Crush tiene más que ver con sentirnos desesperados con la falta de héroes y del heroísmo en la vida política de los Estados Unidos. Por una parte, estamos luchando contra el coronavirus y por otra, contra nosotros mismos con la sociedad inmersa en un debate sobre reabrir la economía a toda costa y si vale más la economía o la vida humana. En el poema épico «La Odisea», que se escribió en el siglo VIII a. C., el guerrero griego Odiseo se pierde de camino a casa después de la Guerra de Troya de 10 años y pasa otros 10 años luchando, sin miedo, por regresar a casa para salvar a los que ama. Para los griegos, Odiseo era un héroe, una palabra que se deriva del término griego antiguo para «protector». Pero él era más que eso. El valiente capitán encarnaba las virtudes y atributos que la sociedad griega apreciaba, y proporcionó un modelo para que los griegos emularan. En el momento que vivimos ahora en los Estados Unidos, necesitamos héroes humanos como Andrew Cuomo más que nunca.

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