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Edgardo Vega: ¿Desencanto o trauma?

Sospechoso y aterrorizado de sus compatriotas, Edgardo Vega ve en todas partes «tipos que sin duda fueron torturadores y participaron en masacres durante la guerra civil».

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

La crítica ha propuesto El asco (1997) del escritor Horacio Castellanos Moya como un ejemplo representativo de desencanto, desilusión y cinismo de la producción cultural de «posguerra.» Revisando este libro, me pregunto si no hemos sido injustos en la evaluación de su protagonista, Edgardo Vega, como cínico. Quizás los comportamientos y actitudes excesivas en él, que la crítica llama cinismo, sean parte de la expresión de trauma.

En mi parecer, el trauma es el proverbial elefante en la habitación que no se aborda explícitamente como un marco crítico en los estudios actuales sobre El Salvador. Muchos estudios han examinado la producción cultural de «posguerra,» pero el impacto del trauma en sí rara vez se toma en cuenta directamente en estos análisis. Por ejemplo, Beatriz Cortez ha propuesto una sensibilidad de «desencanto» en la literatura de la «posguerra» e identifica este tono como «cinismo» en contraste con el tono utópico que anteriormente había caracterizado a los procesos revolucionarios. El problema está en que el cinismo como marco y lente crítico deja el trauma fuera de la conversación, a pesar de que es el trauma muchas veces lo que altera las opiniones de una persona sobre el mundo y la autoimagen y puede llevar al desarrollo de una perspectiva cínica.

El asco es una diatriba de ochenta y tres páginas en que el paranoico y neurótico protagonista se ve obligado a regresar a El Salvador después de vivir muchos años fuera y éste responde con un monólogo criticando la cultura salvadoreña. Sospechoso y aterrorizado de sus compatriotas, Edgardo Vega ve en todas partes «tipos que sin duda fueron torturadores y participaron en masacres durante la guerra civil». Cada conductor de autobús, jugador de fútbol y cantinero es, para Vega, cómplice de los crímenes de guerra más horribles. Sin embargo, no se detiene acusando a ciudadanos de El Salvador. Para él las atrocidades de la guerra son la culpa de la cultura; los hábitos alimenticios, los prejuicios y las actividades de ocio de la gente salvadoreña. Al final, Vega niega su propio nombre y procedencia y adquiere una nueva identidad como un ciudadano canadiense cuyo nombre es Thomas Bernhard. Aquí, propongo que el marco de cinismo es insuficiente para explicar la naturaleza extrema de las reacciones neuróticas y paranoicas de Edgardo Vega hacia las personas, la sociedad, la política y la cultura de su país natal. La actitud y el comportamiento de Vega va más allá de caer en la trampa del pensamiento negativo y en la distorsión cognitiva. ¿Qué pasa si Edgardo Vega es un víctima no debidamente comprendido del trauma y shock emocional vividos en la guerra y en los procesos de desplazamiento y migración?

De hecho, Edgardo Vega caracteriza el trauma psicosocial que el jesuita y socio-psicólogo Ignacio Martín Baró identifica durante la guerra en la población salvadoreña. En 1989, éste publicó un artículo en el que destaca los efectos de la guerra violenta prolongada y la «destrucción psicosocial» y las «relaciones deshumanizadas» de la población salvadoreña: «Se niega la naturaleza humana de los ‘enemigos’; se rechaza la posibilidad de cualquier interacción constructiva con ellos, viéndolos como algo que le gustaría destruir. La prolongación indefinida de la guerra en El Salvador supone la normalización de este tipo de relaciones deshumanizadas, cuyo impacto en las personas va desde el estrés somático hasta el desgarro de las estructuras mentales y el debilitamiento de la personalidad, que no puede encontrar una manera de afirmar auténticamente su propia identidad». La descripción de Martín Baró de los cambios cognitivos y del comportamiento que resultan del trauma están en línea con lo que los lectores encuentran en Edgardo Vega. Muchas veces las víctimas del trauma, como Vega, se aferran a los prejuicios, al absolutismo, a la idealización, a la rigidez ideológica, al escepticismo evasivo, a la defensa paranoica, a la venganza y al odio.

Hay otros casos de conflictos bélicos en que los psicólogos hablan del trastorno de estrés postraumático o de las dificultades de reintegración social luego de la guerra. En Rusia, por ejemplo, muchos lo llaman síndrome de Afganistán o de Chechenia. ¿Por qué es que en el análisis del arte y la literatura de la «posguerra» de El Salvador, no estamos hablando de la representación del trauma?

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