Escribiviendo

Desde la patria del niño

Escribo esta columna conmocionado por los niños y adultos que dejan su país, la patria a la que se dedica la oración a la bandera.

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Esta semana que se inicia celebramos el IX Festival de Literatura Infantil. Gracias a quienes nos alentaron para llegar a esta versión que ha favorecido a niños y niñas de comunidades vulnerables. Difícil citar a los que nos favorecen con su comprensión y sensibilidad hacia un evento tan necesario para nuestros pequeñitos invitados. Agradecemos a algunas universidades y empresas privadas de todo tipo, a editoriales, y en especial a poetas y artistas que creen que la lectura y el libro se asocian si se les da un momento de alegría.

La lectura a esa edad es inolvidable. Recuerdo que en mi primer grado, el director de la escuela pública de San Miguel, en la formación general, nos decía un poema de Espino, y visitaba el grado para leernos cuentos del libro «Corazón» de Edmundo de Amicis. Así supe de la nieve en aquel calor migueleño, y de juegos con bolas de nieve. Por eso relacionamos libros y lectura con recreación artística. En fin, un festival es fiesta, sencilla; con hondura educativa.

Escribo esta columna conmocionado por los niños y adultos que dejan su país, la patria a la que se dedica la oración a la bandera y en la que se le rinden honores a los que declararon la independencia. Si al escribir temblara la voz, estas líneas serían ininteligibles. Pero la palabra escrita permite plantear con serenidad reflexiva propuestas de solución, más que discursos o lamentos.

A propósito el 30 de octubre conversé con uno de los poetas visitantes al IX Festival de Literatura Infantil, además cofundador: Jorge Tetl Argueta, de raíces náhuat (traduce poemas a ese idioma); por interés adquirido desde su infancia en Santo Domingo de Guzmán, y porque como emigrante hacia el Norte convivió por cuatro años en la reserva indígena de los Paiute Shoshone, Nevada, huésped en sus cabañas piramidales de cuero. Quiso encontrarse a sí mismo y encontró la poesía. Ha ganado varios premios en EUA y publicado allá 22 libros de literatura infantil.

Conversamos sobre las dificultades que pasamos para organizar desde la Biblioteca Nacional el Festival Infantil; de pronto surgió el tema de los emigrantes que salieron el 28 de octubre del monumento al Salvador del Mundo. Jorge Tetl los visitó la noche previa para leerles poemas a los salvadoreños que se reunían en dicha Plaza. Hicimos a un lado los problemas económicos del festival y pasamos a un tema ultrapreocupante.

Decidí entrevistarlo con un café y un cachito salado, siempre lo disfrutamos en nuestros encuentros. Me dice que algunos observadores ajenos a los emigrantes le aconsejaron hacerlos desistir por lo peligroso, sobre una iniciativa tan riesgosa como encaminarse a las fronteras del Norte. Le pregunto: «¿Qué le respondiste?» Respondió que él había llegado a leer poemas, a ofrecerles café, no a opacarles las esperanzas que les han sido borradas, no iba a frustrarles el sueño que cada quien tiene sobre su vida, aun enfrentando la muerte. «Como me ocurrió a mí cuando emigré, casi pierdo la vida en el trayecto».

Ente otras cosas, me dijo que se encontró con una señora adulta mayor acostada en el suelo sobre su bolsa negra, donde lleva su ropa, tamales y tortillas. «La bolsa de plástico es para no mojar la ropa ni la comida, porque vamos a cruzar ríos». Jorge repregunta: «¿Y por qué se decidió por algo tan difícil como viajar a pie en caravana?» La respuesta es digna de figurar en una antología como la del argentino Jorge Luis Borges «Historia universal de la infamia». La señora respondió: «Aunque estoy mal de la artritis, me duele la muerte, me duele el hambre, me duele la miseria y me duele El Salvador». Pausa de Jorge Tetl: «Se me salieron las lágrimas». Me dijo: «Hay que ser muy duro de corazón y de mentalidad para escuchar impávido, pues estoy seguro de que no entrará al paraíso perdido; serán concentrados en campos especiales antes de deportarlos».

A otro de la tercera edad le preguntó: «¿Por qué se va?» El señor le respondió: «Porque he llegado a viejo y no quiero que se me mueran las esperanzas, todavía creo que merezco trabajar para ganarme la vida».

Jorge Tetl interrogó a una joven, tenía un nene sentado en las piernas (tirados en la grama del monumento al Salvador del Mundo), y otro mayor de nueve años dormido en su regazo de madre. Preguntó: «¿De dónde viene usted?» «De Santa Ana». Repreguntó: «¿Por qué no esperó la caravana en Santa Ana? Se hubiera ahorrado kilómetros». Respuesta: «Porque pensaba viajar sola y si esperaba al grupo en mi ciudad, podía arrepentirme de dejar a mis hijos. Para no retroceder, viajé a San Salvador, tomé a mis dos hijos pequeños, ellos son mi vida».

Jorge Tetl conoció esa ruta dolorosa de los desiertos cuando migró desde los 16 años. Años después se ha consolidado como escritor de literatura infantil con temas salvadoreños para dar a conocer su cultura originaria en Estados Unidos.

Explico estos testimonios: porque constituyen un aprendizaje para mirar con el corazón (según «El principito»).

Pienso en mi novela «Siglo de O(g)ro»: «La patria de la poesía es la inocencia». La patria se lleva en los pies hacia el infierno o al paraíso. Esto me hace pensar en ciertos poemas de hace cinco décadas dedicados a niños:

Roberto Armijo: «Los niños nos exigen un mañana/ y el que quiere a sus hijos/ oye el llamado de los hijos del mundo». Oswaldo Escobar Velado: «Te regalo una paz iluminada./ Un racimo de paz y de gorriones./ Una Holanda de mieses aromada y California de melocotones». Manlio Argueta: «Y quedábamos solos, hijos de Dios, abandonados a la noche y los candiles,/ preguntándonos por qué tanta desgracia…/ Los niños debajo de las sábanas,/ mientras tanto, oíamos retumbos/ que venían del fondo del volcán».

Esta es mi primera propuesta: educarnos en sensibilidad, utilizar los recursos en educación, en arte, deportes. Gritarlo con terquedad hasta abrir el corazón a visiones humanas abonadas con cultura humanística.

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