Meridiano 89 oeste

Collage de recuerdos

«Debo a la joven extranjera el conocimiento de muchos libros de la literatura inglesa, y le agradezco todavía su inteligente compañerismo».

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Investigadora y escritora radicada entre Madison, Wisconsin, y San Salvador

La memoria es rara. Recordamos, a veces, cosas y a personas que nunca nos pertenecieron. Mi bisabuela, Lillie Emma Elizabeth Pohl Müller Galindo es así para mí. Nunca haberla conocido parece un detalle mínimo, porque la puedo imaginar. En varios momentos he preguntado sobre su vida y persona y la he rastreado por internet en sitios de archivos de los antepasados. He logrado juntar, de piezas de su vida y de su persona, un cuadro tipo collage de «recuerdos.» Sé, por ejemplo, que era escorpio y que este mes cumple años. Mi bisabuela nació en 1888 y fue una joven estadounidense que, por circunstancias de la vida, llegó a El Salvador y terminó quedándose ahí hasta el día de su muerte. Ser inmigrante marcó su vida, como había también marcado la de sus papás, que llegaron a Nuevo México tras salir de Bonn, Alemania unas tres décadas antes.

Llegó a Acajutla, El Salvador, en barco, desde un remoto puerto norteño. Me la imagino saliendo de San Diego, o de alguna ciudad mexicana, con un sombrero modesto y un traje al estilo vintage conservador. Sé, además, que antes de irse, daba clases en un colegio y que dejó ese trabajo para hacerse cargo de una plantación de caña de azúcar en El Salvador, que le dejó como herencia un pariente. Dicen que Lilian era una joven pensativa y seria, con ojos claros y pelo color de paja. Quizás, de niña, mi bisabuela se parecía a mi hija Lillian, que lleva ahora el mismo nombre. Igual que muchos inmigrantes, Lilian no sabía por cuánto tiempo le tocaría permanecer en el istmo centroamericano. No creo que se imaginara que pasaría ahí la vida entera, ni que su nieta, mi madre, sería la que emprendiera el viaje de retorno a los Estados Unidos. También, sin saber por cuánto tiempo ni imaginándose que sería por la vida entera.

En un tiempo, Lilian vivió con la escritora Claudia Lars y formaron un fuerte lazo de amistad entre las dos. En Tierra de infancia*, Lars habla de ella: «Debo a la joven extranjera el conocimiento de muchos libros de la literatura inglesa, y le agradezco todavía su inteligente compañerismo, que estimuló mis primeros intentos de escritora y que me abrió luminosos caminos hacia el porvenir. Mi dormitorio –vecino al de ella- se fue llenando de revistas ilustradas y de periódicos de Nueva York y San Francisco, y la gran república del norte –cuna de Lincoln y del libérrimo Walt Whitman- se me volvió más familiar y próxima. Un vivo deseo de conocer parte de su grandeza empezó a crecer en mi corazón.»

Vivió con Lars hasta casarse. De ahí, se fue a vivir a la capital y el relato de Claudia Lars pierde vista de mi bisabuela. Son apenas dos páginas de la vida de ella que recoge en su libro y se las agradezco mucho. «Cuando llegué esta vez a mi casa, no encontré en ella a Lilian. Estaba en San Salvador, arreglando un asunto que siempre tiene importancia para cualquier mujer: iba a contraer matrimonio… No puedo negar que la noticia de su viaje a la capital me causó más dolor que regocijo, pues, en un pueblo como el mío, la pérdida de una compañera tan dulce era casi una tragedia. Sin embargo, pronto comprendí que ella tenía derecho a escapar del fastidio de su aislamiento, y deseé que la vida le regalara los siete secretos de la buena suerte.»

** Lars, Claudia. Tierra de infancia, UCA Editores, 2005, 203-205.

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