Escribiviendo

Abriendo paso a la memoria

La novela exige concentración para mantener el hilo de un libro que, por lo general, puede sobrepasar las 200 páginas, eso la hace difícil para un escritor a quinto tiempo o de quinto mundo.

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Escritor

Hace unos dos años prometí escribir 10 novelas (llevaba siete) para después retornar a la poesía, género que me abrió al corpus literario de El Salvador a los 19 años. Ya cumplí con las 10 novelas, cinco de ellas traducidas a más de dos idiomas. De las 10, tres son inéditas, una de estas honrada por la Guggenheim Foundation de Nueva York.

Amigos escritores, incluyendo Roque Dalton (ver su poema “Postal a Manlio”, “Poesía completa de Roque Dalton”, DPI), me señalaron mi lentitud en escribir; algo que en nuestro medio repercute en inexistencia (algunos se sorprenden de ver a un escritor vivo, pues para ser “escritor” se debe estar muerto). Todo ha sido por mis ausencias de años en los que presenté mis libros (la India, Inglaterra, Suecia, Holanda, Alemania, Estados Unidos, etc.).

Confieso que soy escritor de fines de semana, fiestas de guardar y natalicios familiares, además sacrifico socializar con amigos. Porque la mayor parte de días los dedico a promover el libro, la lectura o custodiar el patrimonio bibliográfico nacional. Implica romper con las cuatro paredes de la oficina, la silla y el escritorio para llevar la biblioteca a la calle y a las comunidades y ver si se contribuye a la reconstrucción social. Mi frase guía para 2018: “Como la montaña no puede venir a ti, tienes que ir a la montaña”.

Pienso que promover el libro y la lectura me será más fácil si me dedico a escribir poesía (dedicaciones de joven adolescente fue la poesía y la matemática, de esta última ya me olvidé). No quiero decir que escribir poemas sea fácil; quizás fácil por exigencias del reloj, pues he dicho muchas veces que escribir poesía es más complejo que escribir novela; esta es más oficio, más profesión; mientras la poesía es vida interior para reconstruirse uno mismo.

La novela exige concentración para mantener el hilo de un libro que, por lo general, puede sobrepasar las 200 páginas, eso la hace difícil para un escritor a quinto tiempo o de quinto mundo. La satisfacción es que cada novela podría equivaler a una tesis doctoral, si tiene mérito para traducirse a varios idiomas. Pero un poemario gradúa en espiritualidad, no exige tesis. Poco importa si el poema es social, amoroso o procaz (como digo de poetas nacidos antes de Cristo: Catulo y Marcial). Lo espiritual no quita lo sensual; toda vez se logre un estado de elevación para no extraviar el poema.

Retiro lo dicho de volver a la poesía al alcanzar 10 novelas. ¿Entonces qué escribiré? Lo mismo que estoy haciendo en estos precisos instantes: trabajar lo que cargo en mi memoria. Sí, memoria y biografía son géneros literarios, de modo que no dejaré la literatura, solo trato de ganar espacios para ir a la montaña. “Hay tiempo para todo” (Eclesiastés).

En 2017, tuve otra frase guía de Alberto Masferrer, escrita hace más de 100 años en “La cultura por medio del libro” (1915), “leer para no ser manipulados”, palabras que parecen radicales si no fuera porque la lectura da lucidez para saber quién miente y quién dice la verdad. El espíritu crítico. Más ahora con la tecnología y las “fakes news” –noticias falsas– con las cuales el más inteligente cae en la trampa.

Todas estas notas me parecen un buen pórtico para escribir momentos privilegiados de mi vida. El mejor ejemplo: recibí mis primeras guías religiosas con un personaje que ya pertenece al mundo y a la eternidad: el padre Óscar Romero; como “padre” lo conocí de niño. Así lo recuerdo en la catedral de San Miguel, cuando un niño perseguía las procesiones desde los ocho años (mi madre decía que yo era niño libre desde los siete años). Al llegar al atrio de la catedral escuchaba sus homilías. Una semana completa con homilías dedicadas a la Virgen de la Paz (cuarta semana de septiembre). Los domingos asistía a sus misas, no importaba que fueran en latín, y al terminar iba a ver dos películas en dos cines diferentes (el Teatro Nacional). Al leer “The end” salía corriendo para llegar a tiempo a la que se exhibía en el Cine Principal.

Aunque mi madre nunca iba a misa, su religiosidad se enriquecía al enviarme a misa y darme 10 centavos para que después pudiera ir a las dos sesiones de películas. En el Nacional, “Los tres chiflados” o de “cowboys”; y en el Principal, dibujos animados.

¡Claro!, ese niño no imaginaba que estaba departiendo con un santo futuro, pues solo era el “padre Romero”. Algo más: en mi adultez he hecho amistad con el hermano del santo: don Gaspar Romero. Mis disculpas porque ha ido a visitarme y no me ha encontrado. Todo por eso de “ir a la montaña”, o “sacar la biblioteca a la calle”. ¿Privilegio o bendición? Depende de ser religioso practicante o creer para conocerse a uno mismo, como el caso de mi madre y yo.

Espero que mis nietos –bastante chicos (ninguno pasa de los 12 años)– puedan decir que su abuelo departió su inocencia con un personaje que pertenece a la eternidad. “No por ser héroe sino por haber dado su vida por los pobres de El Salvador” (cardenal Vicenzo Paglia, postulante del nuevo santo). Sí; hay una gran diferencia conceptual, pues no siempre la palabra del héroe responde a la convicción de dar su vida por lo que cree. Hay héroes y héroes.
El género memorias pienso trabajarlo en dos fases; la primera abriría con estas líneas.

Una segunda exigirá una reflexión total de vida, incluyendo aspectos que quizás no sean de interés público, sino de catarsis personal. Además, debo reflexionar si las memorias valen por lo que ha vivido una persona o por su significado en el entorno social o por su valor literario. Ya hice memorias en un primer intento con “Siglo de o(g)ro”, y “Los poetas del mal”. Pero estos dos libros fueron más ficciones, las escribí para hacer aceptable una realidad que no siempre es bella para nadie.

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