“Yo estoy muerta dos veces en El Salvador; una, porque soy mujer y, dos, porque soy lesbiana”
Claudia tuvo que salir de El Salvador porque su vida estaba en riesgo. Aquí, corría peligro por ser mujer y por ser lesbiana. Eso le valdría, dice, estar muerta dos veces. Por eso, ahora se refugia en un país que, aunque le garantiza derechos humanos, no deja de parecerle ajeno. Es libre, pero se siente sola. Y, ante eso, anhela que en El Salvador las personas de la población LGBT+ no tengan que renunciar a algo, a todo, para poder vivir sin miedo.
Claudia, quien por seguridad prefiere mantener el anonimato, es activista y defensora de derechos humanos. En esta entrevista, habla de las implicaciones de ser población LGBT+ en un país como El Salvador, en el que, entre otras cosas, reinan el odio, la violencia y la impunidad. Además, explica cómo afectan a la comunidad LGBT+ las acciones de los gobiernos que, lejos de avanzar, se empeñan en retroceder. Y cuenta cómo se vive en un lugar en el que los derechos humanos dejan de ser una aspiración y se convierten en un hecho. Ese lugar, claro, está lejos, muy lejos de El Salvador.
¿Qué significa pertenecer a la comunidad LGBT+ en un país como El Salvador?
Muerte. Eso significa ser parte de la comunidad LGTB+ en El Salvador. El lado más golpeado de la comunidad son las personas trans. Ellas tienen una media de vida de 32 a 35 años. Por la situación de discriminación en la que viven, se les cierran muchos espacios en el sistema educativo, de salud y en el mundo laboral. Ser parte de la comunidad LGBT+ es crecer en discriminación. Es carecer de todos los derechos. Y esto aunque el artículo 1 de la Constitución de la República dice que todos somos iguales ante la ley y que tenemos los mismos derechos. Pero eso, en realidad, no aplica para todos los sectores de la población en El Salvador.
¿Existen en El Salvador espacios de aceptación de la comunidad que no tengan que ver necesariamente con consumo?
Es bien difícil responder esa pregunta. Hace dos años, antes de que llegara la nueva gestión al poder, había mesas permanentes de diálogo en el gobierno. Esas mesas fueron desmanteladas de manera inmediata con la llegada de la nueva administración. Pero sí existen espacios. La Alianza Francesa es uno. En este mes, que es el de la lucha LGBT+, hacen bastantes actividades en pro del día del orgullo. La Alianza Francesa no es un espacio de consumo porque no te cobran por ir. Pero sí es un espacio de consumo a nivel cultural. Vas a escuchar a escritores de la comunidad LGBT+ y también estás en sintonía con organizaciones de la comunidad. Otro espacio seguro podría ser el Centro Cultural de España. También se hacen muchas actividades en pro de la comunidad. Y no solo en el mes de junio, ese es un espacio permanente y abierto. También están los foros en las universidades como la UCA y la UES, que se prestan para que nosotros podamos realizar actividades.
¿Qué garantías de seguridad física se le cumplen en El Salvador a la población LGBT+?
Ninguna. Hace como un mes, la nueva bancada a la Asamblea Legislativa mandó a archivar un anteproyecto de ley antidiscriminación que se trabajó durante mucho tiempo. Ese y el de la identidad de género. Entonces, si yo estuviera en El Salvador y voy a poner una denuncia, realmente no procedería.
¿Hay alguna diferencia en cómo las autoridades reciben una denuncia cuando proviene de la población LGBT+?
Sí. En 2018, participé en una campaña del Ministerio de Justicia que se llamaba “Yo hago lo justo”, en la que varias personas de la comunidad LGBT+ íbamos a platicar con sectores de ese ministerio. Entre ellos estaba la Policía Nacional Civil. Y nos dimos cuenta de que ahí no tenían ni un protocolo para atender a una mujer o a un hombre trans que llegara a poner una denuncia. Ellos y ellas, como cualquier persona, tienen que presentar su Documento Único de Identidad (DUI) para poder levantar la denuncia, y como no hay una Ley de Identidad de Género para que puedan hacer el cambio de nombre, pues las y los comenzaban a tratar con el nombre que dice en el DUI y no con el de su identidad de género. Y es bien frustrante que los avances que logramos con el trabajo de años se pierdan en unas horas. Es bien difícil decir que voy a ir a poner una denuncia por acoso o porque se me está discriminando por mi orientación sexual, cuando en la PNC no existen protocolos y se siguen burlando por una orientación sexual diferente.
¿Quién protege física y emocionalmente a la comunidad LGBT+ en El Salvador?
Las únicas personas que velan por la comunidad LGBT+ son las de la misma comunidad. El Estado nos dejó de apoyar totalmente. Si antes lo hacía bien poquito, ahora definitivamente ya no lo hace. Los pequeños logros que teníamos ya no existen.
¿Su salida del país tuvo que ver con que usted es defensora de derechos o con su orientación sexual?
Fueron las dos cosas. No puedo revelar muchos detalles, pero fue la violencia en El Salvador la que me sacó de ahí. Yo estaría en pie de lucha, ¿pero cuál sería el costo de eso? A lo mejor sería mi vida. Decir: “No, basta ya”, fue una decisión súper difícil, pero fue por la delincuencia, la falta de derechos y, sobre todo, por la violencia que se vive para la comunidad LGBT+. Hay una violencia generalizada horrible, en todos los aspectos y en todos los sectores de la población.
¿Regresaría a El Salvador?
Jamás.
¿Por qué no?
Porque en El Salvador estamos a años luz de cambiar de mentalidad. No tenemos nada en ese país. Yo no tengo un futuro en El Salvador. Y no regresaría a perder la libertad que ahora tengo. Soy una mujer refugiada, y a los dos meses de haber llegado acá, en El Salvador asesinaron a mi hermano. El Salvador me duele mucho. Yo estoy orgullosa de ser una mujer lesbiana salvadoreña, pero orgullosísima de decirle a todo el mundo que soy de El Salvador. Sin embargo, las condiciones de vida que tengo en este país no las podría tener allá siendo una mujer LGBT+. No puedo hacer nada. Y es una situación bien difícil porque yo amo mi país. Quisiera estar en mi país y no aquí donde estoy, pero allá no tengo garantías de nada.
Si tuviera que mencionar un beneficio de vivir fuera, ¿cuál sería?
La libertad. Es una libertad que no puedo explicar. Vivo en un país en el que me puedo casar con una mujer. Vivo en un país en el que puedo poner una denuncia ante las autoridades por acoso, puedo poner una denuncia por discriminación hacia mi orientación sexual, y sé que van a ser respaldadas por el Estado. Pero en el fondo es una libertad dolorosa, porque me encantaría tener en mi país, con mi familia, con la gente que quiero todas las libertades que tengo aquí. Esta libertad me ha costado el hecho de estar sola. Es una libertad solitaria. Es lo que siempre hemos querido en El Salvador, pero sin el cariño de la gente cercana a ti, sin la gente que te quiere.
¿Cómo toma la comunidad internacional los delitos contra la comunidad LGBT+ en El Salvador?
Los reprueban. Pero ellos pueden dar recomendaciones y demás, lo que pasa es que el Estado tiene que estar dispuesto a tomarlas como válidas. La comunidad internacional puede poner el grito en el cielo cada vez que se violan los derechos humanos de la población LGBT+, pero si el Estado no hace absolutamente nada para mejorar, todas las recomendaciones caen en saco roto.
¿Ha visto los comentarios que deja la gente al final de las notas relativas a la población LGBT+?
Sí, y hay mucho que se tiene que hacer. Una de las cosas es que debe haber educación sexual integral. Y no solo para informar a la población sobre qué es ser una mujer lesbiana, un hombre gay o una persona bisexual, también para evitar abusos a la infancia, para que el niño o niña identifique cuándo lo están abusando sexualmente. Si no hay una educación sexual que sea realmente inclusiva, es bien difícil que esos comentarios desaparezcan. Es terrible cómo normalizamos tanto odio hacia la comunidad LGBT+. Es una cosa que uno lee y dice: “Por Dios, ¿en serio eso creen? ¿En serio eso piensan?”. Nos quieren matar. A las mujeres lesbianas nos dicen que nos hace falta una buena cogida. Hace falta educación sexual. Parece, sin embargo, que El Salvador nunca va a estar listo para eso. No hay gobernantes que digan: “Vamos a hacer una ley de educación sexual integral y vamos a llamar a todos los sectores de la población para que nos ayuden a hacer las directrices de un método efectivo para todos”. Mientras eso no ocurra, los comentarios de odio van a seguir existiendo.
¿Qué contestaría?
Es bien difícil, por el contexto. Yo estoy muerta dos veces en El Salvador. Una, porque soy mujer y, dos, porque soy lesbiana. Es difícil contestar a estas personas de una manera coherente porque no te van a entender. No hay manera de dialogar cuando lo primero que te dicen es que sos marimacha. Cuando lo primero que te dicen es que sos una aberración, que esas cosas no son de Dios y que eso no está en la biblia. Es bien difícil querer cambiar la manera de pensar de esta gente, porque ellos realmente no quieren entender. Lo que hacen y lo que dicen es para herirte, lastimarte y para hacerte menos. No comprenden qué es ser una mujer lesbiana, algunos ni siquiera entienden qué es ser una mujer. Por eso es bien difícil contestar. Yo lo que hago es que ignoro este tipo de comentarios porque no suman a mi vida. Trato, desde mi posición, de hacer que la gente comprenda que soy una persona con los mismos derechos que cualquier otra, que no estoy enferma y que no me gustan todas las mujeres. Porque piensan que a una mujer lesbiana le gustan todas las mujeres. Soy una persona común y corriente con una orientación sexual diferente, eso es lo único que tengo de diferente.
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