El Mozote busca un juez
Desde que el juez Jorge Guzmán reabrió el caso de la masacre de El Mozote y lugares aledaños en 2016, los obstáculos no han faltado. Y los ataques personales, tampoco. Esta es, sin embargo, la primera vez que se logra apartarlo del caso. Un decreto inconstitucional ha hecho que, pese a su compromiso con la búsqueda de la verdad, sea cesado de su cargo. Este relato da cuenta del último día que Guzmán se presentó al tribunal, antes de que se consumara lo que él mismo llamaría días después: “Una masacre al Órgano Judicial”.
—“¿Usted es familiar de víctimas?”— pregunta el encargado de seguridad del Juzgado de Instrucción de San Francisco Gotera, en Morazán.
Que sí, responde Gloría Hernández, que llega con el cabello negro recogido en una cola, con una falda que le llega hasta los tobillos y con una blusa floreada. Esta es la primera vez que pone un pie en este lugar, no tiene claro a quién busca. Necesita que le ayuden a aclarar información sobre unos documentos. Esos que lleva en un folder amarillo. Esos que utiliza para buscar a alguien. A una persona que, cree, desapareció y fue asesinada en 1981, allá en el Mozote: a su tío, Benedicto Díaz Márquez.
Son las 9:30 de la mañana. El parqueo que corresponde al juez de instrucción Jorge Guzmán sigue vacío. Eso casi nunca pasa. Él es siempre puntual. Pero hoy no es un día cualquiera: es viernes 24 de septiembre y faltan dos días para que el Decreto Legislativo 144, que cesa a un tercio de los jueces del país, entre en vigencia. Irónico: esta, que es la primera vez que Gloria viene aquí buscando justicia, es también la última del juez del caso de la masacre de El Mozote.
Gloria perdió a sus tíos en la masacre más grande de civiles que se perpetró durante el conflicto armado salvadoreño. Su papá, que pasó los últimos años de su vida buscando justicia para su hermano, murió el año pasado de un paro cardiaco. El corazón se le hizo grande de tantas angustias, dice su Gloria y se le corren las lágrimas. Y así, con las últimas fuerzas que le prestaba su corazón, le pidió a ella que siguiera “luchando” para que, por lo menos, se den cuenta de dónde están “los huesitos de él”. Y Gloria, que no puede imaginarse ignorando la última petición de su padre, ahora es la de las vueltas.
—Una se siente triste. Mi papá lloraba porque decía que no se quería morir sin saber a dónde estaba su hermano, no se quería morir sin que él apareciera. A mi tío lo fueron a sacar de la casa, me contaba mi papá. De la cabeza se lo llevaron, de a rastras, y nunca lo volvieron a ver. 21 años tenía — relata Gloria, y sus lágrimas ahora retratan la angustia de su padre que murió sin respuestas.
Ella era una bebé de meses cuando a su tío se lo llevaron unos hombres “vestidos de verde”, por los mismos días en que se llevaron también a los tíos de su mamá. Pero ella “no ha querido hacer nada” para encontrarlos, cuenta. Su madre salió de la zona un día antes del inicio de la masacre. “Quedó traumada y desde entonces ya no ha vuelto a ir allá (al Mozote)”. Y Gloria, luego de ver lo que han pasado su papá y su mamá, lamenta que Guzmán, “que ha hecho tanto” por el caso, sea retirado. No entiende qué pasó, porque para ellos él es “un buen juez”.
Jorge Guzmán es juez en San Francisco Gotera desde 2003. Es graduado de la Licenciatura en Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional de El Salvador y se especializó en Derecho Internacional y en Derecho Procesal, Civil y Mercantil. En 1993, un año después de la firma de la paz, fue autorizado para el ejercicio de la abogacía y en 1994 fue nombrado juez de Paz de Yamabal; en 1998, juez Cuarto de Paz en San Miguel; y en 1999, juez de Primera Instancia en Ciudad Barrios. Gracias a él, el caso de la masacre de El Mozote y lugares aledaños está reabierto. Fue por su gestión que el alto mando del Ejército de 1981 respondió desde el banquillo de los acusados por la masacre de 978 civiles, más de la mitad menores de edad.
Este viernes 24, Guzmán ha tenido que hacer otras diligencias por ser su último día. Y su parqueo vacío a las 10 de la mañana hace que las personas que frecuentan el juzgado, desde ya, lamenten su ausencia. “Él es un juez honesto, correcto, que todo el tiempo cumplió con su horario de 8 de la mañana a 4 de la tarde y, si podía, hasta más tarde. Hoy quizá ya no va a venir, porque siempre llega temprano. Es que él es calidad de persona”, dice alguien en la puerta. El cese ilegal del juez ha sido aquí tema de conversación desde temprano. Contrario a lo que el presidente de la República, Nayib Bukele, dijo- que se les quitaba por ser “corruptos”- aquí resienten la pérdida de “uno de los mejores jueces” que han conocido.
Guzmán llega al juzgado a eso de las 11 de la mañana. “Ahí viene”, anuncia con emoción el vigilante cuando ve que su carro se asoma. El juez, en las prisas de su último día, se baja del carro, saluda y sube las gradas que van a la segunda planta, a su oficina. De lejos parece serio, pero es en realidad muy amable. “Paciente”, dicen las colaboradoras del juzgado. “Un maestro”, añaden con aquella ternura que no puede venir de otro lugar más que del cariño y de la admiración. Y es verdad: fue docente por nueve años. De ahí parece que le ha quedado la costumbre de enseñar, porque “siempre se aprende de él”.
—Trabajar con el juez es una experiencia muy grata. Es un maestro, con él hemos aprendido de todo. En especial, de derechos humanos, que se ve en la universidad, pero no como él lo enseña—, cuenta Dalila Salmerón, una de las colaboradoras jurídicas. Ella ha trabajado con Guzmán desde 2017, algunos meses después de que el caso de la masacre de El Mozote y lugares aledaños se reabriera.
El cubículo de Dalila está al cruzar una puerta de vidrio polarizado, es uno de esos escritorios llenos de papeles que están a un lado de la sala de audiencias. Y a la par, la oficina de Guzmán, en la que se instaló hace un rato. Junto a su escritorio hay una bandera de El Salvador. Guzmán saluda, invita a pasar. Su sonrisa, como su ropa, es sobria. Hoy usa una camisa celeste claro, un saco gris y pantalón negro. En el escritorio descansan muchos papeles con “todo lo que hay que hacer hoy, porque no sabemos si este va a ser el último día”, anuncia, todavía con esperanza. La Cámara de Familia de San Miguel suspendió la aplicación de la reforma con la que jueces como Guzmán quedarían cesados. Él dice que, si nada pasa durante el fin de semana, se va “presentar el lunes”.
Pero este panorama cambió el domingo 26 de septiembre, cuando la Corte de Bukele juramentó a 98 jueces y magistrados que sustituyeron a los que renunciaron, presionados, o a los que como Guzmán fueron cesados ilegalmente.
Días antes de la resolución de la Cámara de familia, Guzmán comenzó a empacar sus cosas personales- libros, corbatas, camisas- luego de anunciar que no iba a renunciar a su cargo y que no se sometería al régimen de disponibilidad. También envió un comunicado a la Corte Suprema de Justicia (CSJ) en el que informaba que, conforme al Decreto Legislativo 144, cesaba sus funciones el 26 de septiembre. Y hacía un llamado a la CSJ a corregir sus acciones, porque, citó a Marco Tulio Cicerón: “De hombres es errar y de necios permanecer en el error”. Ahora, solo quedan un par de sus pertenencias: una bocina pequeña y un cuadro con estampado de hojas que tiene al centro un paisaje. Lo demás se lo llevó a casa. Otra de las colaboradoras llora al recordar lo difícil que fue verlo sacar sus cosas de la oficina. Trabaja cerca él desde hace 10 años, y lo reconoce como un “gran juez”.
— Por aquí han pasado muchos jueces, pero él ha sido magnífico. Vino a cambiar este tribunal, en todo. No es de esos jueces que solo se vienen a sentar, que le dejan todo al empleado y que solo firman. No. Ha sido muy capaz en todas las materias. Y no digamos en el caso de El Mozote.
En otro tiempo, un juez que ya murió decidió cerrar el caso en 1994 para hacer cumplir la Ley de Amnistía. 28 años después, el juez que heredó este caso es vapuleado por una decisión de un Legislativo y un Judicial que, aunque sin ley, han producido el mismo efecto contra las víctimas.
El caso de la masacre de El Mozote y lugares aledaños está formado por 190 piezas de 200 folios cada una. Unos 38,000 folios. Aquí, en su oficina, en unos estantes de metal, hay muchos folders con documentos: “Todos son de este caso”, dice. Se pone de pie para señalarlos, se acerca y los acomoda. A esta pila le faltan unos que, solicitados por él, serán remitidos por el Departamento de Estado. “El volumen del caso va a aumentar”, anuncia.
Cuando llegó a este tribunal en 2003, se hicieron algunas diligencias administrativas en el caso, cuando se pidió la entrega de osamentas, cuenta, pero entonces no lo abrió, aunque una resolución de la Sala de lo Constitucional habilitó en el 2000 la posibilidad de que jueces inaplicaran la Ley de amnistía. Guzmán describe todos los años sin reabrir el caso como “una deuda” que “tenía y que no podía saldar”.
—Para mí, fue doloroso no poder abrir este caso. ¿Por qué? Porque estaba vigente la Ley de Amnistía. Y no tanto eso, porque yo sé que una ley de amnistía como la que se había dictado no pasaba los filtros para considerarse apegada a la Constitución. Quizá pude haberme afincado o remitido a eso, analizando que se trataba de delitos de lesa humanidad y que era un sobreseimiento nulo. Pero me puse a pensar que, sin tener a la base un instrumento jurídico interno para abrir el caso, era muy complicado. Imagínese cuánta oposición y ataque, no solo al caso, también personal, hemos tenido desde el 2016. Y eso que tuve como respaldo la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de 2012 y luego la Sentencia de la Sala de lo Constitucional de 2016.
En la oficina del juez hay tres plantas. La que está sobre su escritorio, en un jarrón transparente, es una de esas que no necesitan ni tierra negra ni abono para sobrevivir, para verse bonita. Le bastan unas piedras y un poco de agua. También hay una sansevieria, que se conoce popularmente como “lengua de suegra”. Y en un estante, entre muchos papeles, se alcanza a ver el tronco pequeño de una que apenas tiene hojas: “No sé cómo se llama. Pero se ha puesto así porque no le ha dado el sol”.
A Jorge Guzmán le interesaron los derechos humanos desde joven. Cuando estudiaba en la Universidad Nacional, procuraba inscribirse en cursos y seminarios sobre el tema. Y cuando egresó y fue el momento para elegir tesis, decidió, junto a sus compañeros Juan Carlos Espinal y Marta Lilian Villatoro, trabajar: “La vigencia de los derechos humanos en El Salvador, periodo 1980-1991”. En su trabajo de graduación hicieron mención a la masacre de El Mozote, y eso, recientemente, le significó más ataques. Los defensores se valieron de eso para decir que el criterio del juez era “subjetivo”.
—Ese no era un trabajo profundo sobre un caso en concreto. No, era un trabajo sobre la situación en general. Ahí no solo mencionamos la masacre de El Mozote, mencionamos varias. La del Mozote es, desde luego, la más grande que se dio durante el conflicto. Hicimos unas breves referencias y en eso se basaron los defensores para establecer que yo podía estar parcializado. Yo ahí no emití opiniones, eran comentarios breves sobre lo que ocurrió en ese lugar— explica Guzmán, siempre en todo sereno y afable.
Según el Informe de la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas en El Salvador, entre el 10 y el 13 de diciembre de 1981 unidades del Batallón Atlacatl torturaron y ejecutaron “deliberada y sistemáticamente” a niños, hombres y mujeres en El Mozote y lugares aledaños. Guzmán ha entrevistado a testigos, forenses y peritos militares durante el proceso. No fue fácil escuchar los testimonios de las víctimas, asegura. Respira y piensa un poco cómo nombrar lo que sintió al escucharlas. “Quiero confesar que durante las audiencias hicimos un gran esfuerzo por no… Bueno, ¿por qué voy a tener pena de decirlo? Soy ser humano, soy una persona que piensa y siente”, dice antes de contar que hubo varias ocasiones en las que no pudo contener las lágrimas.
—Claro, como director de la audiencia en ese momento, tenía que guardar mi serenidad. Pero sí, cualquiera se quiebra emocionalmente ante los testimonios. No soy una máquina, y hubo muchas ocasiones en las que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder contenerme. Y otras veces, inevitablemente alguna que otra lágrima rodó pero disimuladamente. Porque es una carga emocional bastante fuerte. Uno tiene que procesar y asimilar todo eso y siempre relacionarlo con la función de imparcialidad que debe tener como juez— explica.
Afuera de la oficina del juez se escucha el ruido de las páginas de papel y de los sellos que las golpean. Y hay algo que quienes están ahí no comentan, pero que sí lo piensa. Brota con una sola pregunta: “¿cómo será el nuevo juez que venga a ocupar el lugar de él?”.
Hoy, aquí, hay un velo de tristeza. Para varias de estas personas es difícil imaginar que alguien más retome el proceso de El Mozote, porque “es un caso especial y es bien amplio”, pero es más difícil pensar en este tribunal sin Guzmán.
—Si el licenciado se va, sí lo vamos a sentir bastante. Siempre hemos contado con su apoyo. Para el día de las madres o para los cumpleaños, ha tenido el detalle de que vayamos a almorzar o partimos pastel. Son recuerdos que le quedan a uno— cuenta María Argueta, una de las colaboradoras.
Guzmán, por reabrir este proceso, ha sido atacado en más de una ocasión. “¿Cuál es el problema de que entre el juez y que entre Apolonio con la Procuraduría de Derechos Humanos? El problema no son los archivos de El Mozote, porque ellos gobernaron 10 años. Me refiero a ambos porque ambos responden al FMLN”, dijo Bukele el año pasado, en un intento por desprestigiar al juez. Pero el presidente, como lo ha hecho la defensa, puede investigar toda su vida, dice Guzmán. No van a encontrar nada. No es la primera vez que alguien intenta encontrar política partidaria en su pasado, cuenta, y se ríe.
—Jamás he pertenecido a ningún partido político. Ni a la Democracia Cristiana en aquel tiempo, ni hoy a ARENA o al Frente. Y gracias a Dios que nunca pertenecí a ellos, porque mire con lo que nos salieron, ambos. De ARENA ya se esperaba que iba a defender a su clase, a la oligarquía; pero el Frente traicionó los ideales de progreso. Tenían el slogan de “viene el cambio”, pero eso solo fue para ellos, para la cúpula, porque la base siguió igual o peor— dice Guzmán con determinación.
Ser acusado de activista de izquierda, impedirle el acceso a los archivos militares, decir que su criterio es “subjetivo”, no son las únicas situaciones que ha tenido que enfrentar durante el proceso. En una ocasión recibió dos llamadas con mensajes que parecían pregrabados, de fondo se escuchaba una interferencia, en los que le decían: “Lo mejor es que dejes las cosas así como están en el caso de El Mozote”. Pero él no les prestó atención, cuenta. Cuando se habla con él, queda claro que es difícil que pierda la serenidad.
En una ocasión, Guzmán cuenta que junto a su esposa fueron perseguidos cuando venían de San Salvador. No puede asegurar que el hecho esté relacionado con el caso que lleva, pero tampoco lo descarta. Unos hombres chocaron contra su vehículo con la intención de que se bajara, pero él vio “la mala voluntad” y continuó la marcha. Ese día pidió apoyo a la seguridad del órgano judicial. En otra ocasión, un carro persiguió a su esposa desde su casa. Cuando ella le avisó lo que estaba pasando, él le pidió que buscara un supermercado y que se quedara ahí. En un lugar con mucha gente no iban a poder hacerle nada.
—Mi familia, mis hermanos y amigos me han dicho, todo el tiempo, que deje el caso. Sobre todo en momentos cruciales, como la inspección de los archivos. Pero no. Lo cierto es que desde que juré como juez, sabía a qué me podía enfrentar. Entonces mejor no hubiera aceptado. Este es un caso sumamente importante y relevante, no solo para la justicia en El Salvador, también lo es para la justicia a nivel latinoamericano, y me atrevería a decir que para la justicia a nivel mundial— dice.
Cuando aún es viernes, Guzmán dice que se va a presentar el lunes 27 de septiembre. Por eso todavía no ha entregado el carro institucional. “A los que renunciaron, sí ya se los pidieron”, aclara. La CSJ puso este viernes 24 de septiembre como fecha límite de renuncia a jueces y magistrados, “para gozar” de una “bonificación”. Y aunque él espera que la Corte recapacite, ya borró todo del teléfono que le asignaron como juez. Tiene claro que, por cómo están las cosas, nunca se sabe qué pueda pasar de un momento a otro. El celular lo tiene ahí, a un lado del escritorio, pero ya no le caen los mensajes. No ha pensado todavía en qué va a hacer si se le aparta definitivamente del caso. Tendría, dice, que sentarse a meditar con la cabeza fría, porque todo esto lo ha tomado por sorpresa. “La primera consulta necesaria, desde luego, es con Dios. Él va a abrir puertas”.
Por ahora, considera que su alejamiento del caso será momentáneo, hasta que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dicte medidas. Espera que si eso pasa, la CSJ y el presidente Bukele las acaten. “Si no lo hacen, será sumamente grave”, dice.
Gloria Hernández, quien busca a su tío, a los “huesitos de su tío”, por encomienda de su papá, ya se fue del juzgado. Tiene cuatro hijos y, cuando sale a hacer estar vueltas, le toca dejarlos solos. Ella nació meses antes de que se llevaran a su tío. Recuerda poco de los años más crudos de la guerra, dice, “porque estaba chiquita”. Guzmán, para entonces, era estudiante de la Universidad Nacional.
—Fue duro porque todo el tiempo universitario lo pasé durante el conflicto. Sufrimos las tomas de la universidad, enfrentamientos y el asedio de los helicópteros. En ese tiempo, el estudiante universitario de la Nacional ya, de por sí, estaba estigmatizado como contrario, como guerrillero. A veces, en los retenes nos bajaban y uno tenía que ocultar que era estudiante. A uno le quitaban hasta los cuadernos. Fue difícil pero gracias a Dios logramos sobrevivir— relata.
A las 4 de la tarde, uno de sus colaboradores baja al parqueo y sube una caja de cartón en el baúl del carro en el que el juez llegó en la mañana. Minutos después, baja Guzmán. Se despide con la mano, sigue sonriendo. “Si ya no vengo el lunes, que Dios lo bendiga”, cuenta el vigilante que le dijo cuando se acercó a despedirse.
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