Árbol de fuego
Presos del miedo
En toda la región, la ansiedad crece para muchas personas que están en el sector informal de la economía y viven del día a día. Con la urgente necesidad de ganarse el sustento diario, pero con miedo a enfermar.
Estamos en el año 2020 y son días aciagos. Apenas van tres meses y hemos vivido largos días que van a ser difíciles de olvidar. Millones de personas en todo el mundo están en cuarentena domiciliar por la pandemia del Covid-19. Las avenidas de las ciudades lucen desoladas, como muchos guionistas visualizaron el principio del fin del mundo. Casi con exactitud a 100 años de la «gripe española» que mató a más de 20 millones de personas. Encerrados en casa, vemos las noticias que llegan de China, Italia, España y Estados Unidos; principales focos de la infección. Como si fuéramos presos que en el lugar de contar los días que faltan de la condena cuentan los contagiados y fallecidos por la enfermedad. Estos son días de incertidumbre, pero, sobre todo, son los días del miedo.
En El Salvador, la gente ya se agolpó a los supermercados y vació lo que pudo en las que llaman «compras de pánico». Empujados por el miedo a quedarse sin comida mucho antes que se hiciera oficial el primer caso de coronavirus en el país. En una prisión del norte del Perú, se esparció el rumor de que había un preso con Covid-19 y ocurrió un intento masivo de fuga que terminó con heridos que tuvieron que ser hospitalizados. En Honduras, la policía dispersó con gases lacrimógenos a personas que se comenzaban a manifestar por la falta de alimentos. En toda la región, la ansiedad crece para muchas personas que están en el sector informal de la economía y viven del día a día. Con la urgente necesidad de ganarse el sustento diario, pero con miedo a enfermar.
Y somos más vulnerables cuando sentimos miedo. Las personas están dispuestas a creer cualquier cosa que les dé un poco de tranquilidad. Incluso información falsa que circula por redes sociales. Los políticos también saben que, en el contexto de una emergencia, la población es más sensible ante los temas que conlleven su bienestar. Muchos solo tratan de aprovecharse y llevar agua para su molino. Hay quienes se visten de salvadores y otros que tratan de dar seguridad al decir que el coronavirus está bajo control y que la vida puede seguir su curso normal –como en Nicaragua o en México–. Pero en el caso de la Presidencia salvadoreña se ha buscado infundir más miedo ante la pandemia.
Incluso en cadena nacional, transmitiendo el video de un médico español al borde de las lágrimas o proyectando las gráficas del peor escenario posible de contagios. Como si el único objetivo fuera manipular a las personas a través del temor. Y los salvadoreños sabemos lo que es el miedo. Nos lo siembran desde pequeños. Hay cosas que no se pueden hacer, lugares a los que no se puede ir, personas que se deben evitar, el miedo al otro, a lo distinto, parece que la consigna es que se debe tener cierta dosis de miedo para sobrevivir. Prevenir es, en realidad, asustar. Así ha sido el manejo que se ha dado a la pandemia del Covid-19 desde el Gobierno. El temor masivo como una poderosa arma de persuasión.
Para justificar cualquier abuso que se pueda dar –ya sacaron a los militares a las calles– o cualquier millonario desembolso. El miedo siempre será un mal consejero. Dicen que las crisis pueden sacar lo mejor y lo peor de las personas. Todo en el mismo contexto: las muestras de solidaridad más genuinas o los robos a los pobres que se dan después de un desastre como un terremoto. Lo hemos vivido con anterioridad, hay que exigir que la historia no se repita. Parte de crecer es aprender a dominar el miedo, aunque este siempre nos acompañe.