Árbol de fuego
Un museo para Acajutla
Acajutla tiene un gran potencial que no está aprovechando. Y, peor aún, corre el riesgo de perderse como tantas otras cosas que se han abandonado en el país.
Hay pocos lugares en El Salvador con tanta historia como la que tiene Acajutla. Hace unos años, recorriendo su playa, el arqueólogo Roberto Gallardo –en busca de los vestigios del barco SS Colón, que aún se pueden ver encallados en la arena– me hablaba de la riqueza arqueológica del área. De los pecios sumergidos alrededor de la cercana punta Remedios o del edificio de la antigua aduana que aún está en pie. Ese día, además de los restos del SS Colón vimos lo que aún queda de la estructura de metal del antiguo puerto de Acajutla.
Son solo algunas de las edificaciones que guarda este enclave de la costa sonsonateca que, desde la época colonial hasta el presente, es una de las principales entradas y salidas para el país. En el inicio de la colonia, el puerto de Acajutla se convirtió en el principal punto de salida de lo que se producía en esta tierra: el cacao, el bálsamo, y, posteriormente, el añil. Su nombre precolombino –cuya etimología es «lugar de tortugas y matas»– se mantuvo y era un puerto en la ruta del Pacífico entre Perú y Nueva España.
Con la independencia devino el liberalismo y el puerto de Acajutla siguió siendo clave para conectarse con el comercio mundial. El floreciente cultivo del café era embarcado en Acajutla y llevado a otros mercados. En mayo de 1849 se escribió en la Gaceta del Salvador que «el progreso y la civilización de un país se obtiene por el comercio… El vapor ha comenzado a surcar nuestros mares y él despertará por todas partes el espíritu de empresa y nos sacará del letargo en que hemos permanecido».
El domingo, 8 de enero de 1854, el barco de vapor «El Primero» fondeó en Acajutla. Fue la primera vez que un vapor comercial arribó a la costa salvadoreña. Antes de esto, solo dos barcos llegaban cada mes, después de un par de años, ese número se incrementó a 63. Los puertos de La Unión, La Libertad y, por supuesto, Acajutla eran esas ventanas al mundo. Por esa misma inercia, el primer tramo del ferrocarril en el país se inauguró entre Acajutla y Sonsonate, comenzando una línea que después recorrería buena parte del país.
El documental «Acajutla, historia de un puerto» retoma buena parte de esta historia hasta nuestros días, en los que la terminal portuaria sigue siendo la principal del país. Además de las excavaciones cerca de la antigua aduana donde se han encontrado utensilios de finales del siglo XIX e inicios del XX. Acajutla tiene una historia tan vasta que debería de traducirse en un museo de la navegación en El Salvador, ubicado en esa vieja aduana, donde se retome el impacto que ha tenido el transporte marítimo para el país.
Incluir tanto las singularidades como las limitantes que siempre ha tenido el puerto. Desde la llegada de la corbeta Luconia en 1802 desde las Filipinas, previa una escala en Acapulco –como lo consigna una investigación del historiador Pedro Escalante Arce– hasta las quejas de los extranjeros que llegaban al puerto por la peligrosidad del desembarco en el mar a finales del siglo XIX. Y luego, en la época contemporánea, en 1961 con el nacimiento de la Comisión Ejecutiva del Puerto de Acajutla (en la actualidad CEPA), que ya tiene experiencia en museos como el del ferrocarril, inaugurado en 2015.
Acajutla tiene un gran potencial que no está aprovechando. Y, peor aún, corre el riesgo de perderse como tantas otras cosas que se han abandonado en el país. Acajutla tiene que volver a ser como hace 170 años, con la llegada de los primeros barcos de vapor, cuando nadie quería estar lejos de las novedades que traían las olas del mar.