Árbol de fuego

De espaldas a la democracia

Esa es la apuesta del Ejecutivo: que esto sea como una función de teatro donde la gente le de la espalda al escenario.

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Periodista y comunicador institucional

En 1819, dos años antes de la independencia de Centroamérica, se fundó en España el museo del Prado. Una de las pinacotecas más importantes del mundo y que, desde sus inicios, giró, en buena parte, entorno a la obra de Diego Velázquez. Hay pocos museos como El Prado en el mundo. Y en el museo de El Prado hay pocos cuadros como Las Hilanderas de Velázquez. Una obra que retrata la versión del artista español sobre la fábula de Aracne, una mortal hilandera que trabajaba tan bien los hilos, y se tuvo tanta confianza, que osó a retar a la diosa Minerva para ver quien elaboraba el tapiz más hermoso.

Desde el hecho de ser comparada con una mortal, Minerva asumió todo como el más grande de los insultos a su condición divina. Pero cuando llegó el momento de evaluar quien había hilado mejor, no hubo mayor diferencia entre lo hecho por Aracne y Minerva. La diosa, muerta de la rabia, hechizó a la joven Aracne convirtiéndola en un insecto. La manera en la que Velázquez pintó la fábula sigue dando de que hablar: en un segundo plano la discusión entre Minerva y Aracne, y colocó, en un primer plano, a un grupo de hilanderas que seguían trabajando, sin parar, a pesar del escándalo.

El duelo entre una diosa y una prodigiosa mortal no les robaba su atención del hilo. Estaban de espaldas y con el afán de cualquier otro día. Como toda pieza de arte, se han dado miles de interpretaciones de la obra de Velázquez y su significado. Una ha sido que el arte es el único terreno donde los humanos –por el instinto creador– pueden competir con los dioses. Hay quienes piensan que Las Hilanderas son un reflejo de algo que se repite a lo largo de la historia de la humanidad, un grupo de personas, ciudadanos, de espaldas ante un hecho o acontecimiento que puede marcar lo que les rodea.

Sin ir más lejos, en El Salvador del año 2020 parece estar ocurriendo algo parecido: somos testigos de un gobierno con deseos de cambiar la Constitución del país. No es buen presagio viniendo de una administración con nula tolerancia a la crítica. Para un sector de la sociedad es preocupante porque puede representar un gran retroceso en la incipiente democracia salvadoreña. Pero en el gobierno de Bukele –con el cálculo político como su brújula desde que inició la gestión– creen que buena parte de la población los apoyará, y, en el peor de los casos, darán la espalda sin importarles si se cambia la Constitución.

Ya se ha escrito que el gobierno entiende la política como un conflicto perpetuo. Y no solo eso, asumen que la mayoría de la población tiene más preocupaciones que las discusiones sobre cualquier reforma constitucional que se plantee. Más ahora, con la crisis de ingresos, que ha provocado la pandemia del COVID-19, en miles de familias de todo el país. Esa es la apuesta del Ejecutivo: que esto sea como una función de teatro donde la gente le de la espalda al escenario. Y de paso, sumar adeptos a su causa con un discurso sobre lo poco que ha servido la actual Constitución y la democracia para la sociedad.

Saben que es el momento, elevando a la palestra cualquier tema que los ponga en ataque ante los otros poderes del Estado, de cara a las elecciones del 2021. De esta manera, seguir atizando el fuego del malestar popular contra los políticos tradicionales de los que dicen distanciarse –y a los que irónicamente se parecen cada día más con cada caso sobre el mal manejo de fondos en el marco de la emergencia–. Se viene el estudio y propuesta de reformas a la Constitución que, según lo publicado en el Diario Oficial, implica el análisis y discusión de las iniciativas de reforma. No se sabe con quienes discutirán cuando se han encargado de granjear conflictos con universidades y otras organizaciones de la sociedad civil. El Ejecutivo tensionará la democracia hasta donde pueda, ahora está por verse si la gente reaccionará o seguirá de espaldas.

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