Árbol de fuego

Lo que trae el río Lempa

Es grave: el Lempa nunca ha sido un problema, sino que una solución. Como una fuente de respuestas a la hora de beber, sembrar, iluminarnos, pescar o simplemente estar.

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Periodista y comunicador institucional

Sus aguas son un espejo. Nuestro espejo. Un espejo de fracasos, luchas y búsquedas. Un reflejo de lo que intentamos ser y de lo que desechamos. Hay muchos ríos grandes y caudalosos, el Magdalena, el Usumacinta, el San Juan, el río Coco, el nuestro siempre ha sido el Lempa. Casi todos los caminos parecen morir, tarde o temprano, en el río. Y de vez en cuando nos llegan noticias suyas. Las últimas dicen que hay algas que han enturbiado su cauce más de lo normal. Los que comunican las noticias lo dicen tristes, como si estuviera peor de lo que ya sabíamos que estaba.

Es grave: el Lempa nunca ha sido un problema, sino que una solución. Como una fuente de respuestas a la hora de beber, sembrar, iluminarnos, pescar o simplemente estar. Ha funcionado así desde mucho antes que El Salvador fuera nombrado de ese modo. Sus 422 kilómetros –el mayor de los ríos que desembocan en el Pacífico centroamericano– son el raquis que sostiene esta tierra. Su afluente dibuja límites administrativos del país desde que entra por Citalá, Chalatenango, después de nacer en las montañas de Chiquimula, en Guatemala, y discurrir por 31 kilómetros en Honduras.

Su cauce caprichoso está al alcance de la mano, en el celular, basta con teclear su nombre y buscar su mapa. La línea azul que serpentea entre Chalatenango y Santa Ana y llega cerca del lago de Güija, ahora lleno de algas, las mismas que, según una hipótesis de las autoridades, pudieron llegar al Lempa a través del río El Desagüe. Este fenómeno no hubiera sido de tal magnitud si río abajo no se usaran esas aguas para suplir a más de un millón y medio de personas. La planta potabilizadora de «Las Pavas», la más grande del país, no fue capaz de revertir el estado del afluente.

Casi el 50 % del agua del Gran San Salvador se tiñó de color amarillento y olor fétido. Parecía una venganza, no un sabotaje político en busca de desestabilizar al Gobierno, sino de la misma naturaleza. Por casi tres décadas, esa planta en San Pablo Tacachico, La Libertad, ha tomado agua del Lempa para llevarla a miles de hogares. ¿Qué se le regresa al río? Aguas abajo, el Lempa se encuentra con una vertiente de aguas negras que llamamos río Acelhuate y llega desde el mismo San Salvador. Es un pacto cruel con el río: nos da vida, nosotros se la quitamos de una manera ingrata.

Con el agravante que no es lo único que nos da, desde que el norteamericano George A. Fleming convenció a los gobiernos militares, a finales de los cuarenta, que era viable generar electricidad construyendo represas a lo largo del Lempa. Lo que devino en la construcción de la presa 5 de noviembre (1954), Guajoyo (1963), Cerrón Grande (1976) y la 15 de septiembre (1983). Tan icónicas del «desarrollo» que la Cerrón Grande fue estampada en los billetes de 1 colón, como si la fuerza del Lempa fuera un motivo de orgullo nacional. La energía hidroeléctrica aún alimenta a por lo menos 3 de cada 10 hogares del país.

Pero en otro revés, llegamos a una época que nunca se pensó. Hace tan solo tres años, las autoridades de Ambiente indicaban que después de temporadas lluviosas raquíticas, el caudal del Lempa había disminuido en un 60%. El mayor de nuestros 590 ríos y riachuelos se debilita. Algo que afecta directamente el modo de subsistencia de miles de familias que viven en la ribera de su cuenca media y baja, que viven de la pesca y otras actividades agrícolas que necesitan del riego. Y también amenazando a las más de 40 especies de peces que habitan en su caudal.

Los científicos han establecido que el río Lempa tiene aproximadamente 2 millones de años. Primero fue un lago que estuvo en el actual Chalatenango. Una etapa que cuesta imaginarse, rodeado de frondosa naturaleza y paz. Después llegó el hombre, fue frontera entre pipiles y lencas, y solo en el siglo XX, el río fue testigo de masacres, la guerra civil y la construcción de puentes que unieron sus orillas. El río Lempa existió mucho antes de El Salvador, pero El Salvador no puede existir sin el Lempa.

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